Patricia Urquiola (Oviedo, 1961), la diseñadora española más internacional, reside y opera profesionalmente en Milán. Cita a Magistretti, Munari o Castiglioni como sus maestros, y de éste último, recuerda la que fue la lección más importante: «el imperativo de buscar la propia poética, de no seguir las pautas». Autora de una prolífica lista de productos y proyectos, y fiel a sabias enseñanzas, mantiene la espontaneidad y la frescura volcando en sus obras la pasión por lo manual. Firmas como Moroso, Agape, De Padova, o B&B editan con orgullo las seductoras y palpitantes piezas de una artesana que ha revolucionado el «tono» del diseño.
Basta con un rápido repaso a la historia reciente del diseño para darse cuenta de cómo ciertas «revoluciones» son atribuibles a movimientos, más que a la obra de determinados diseñadores. Así ocurrió, por ejemplo, con el movimiento pop, que se extendió desde Turín a comienzos de los años 60 gracias a Piero Gilardi, Ceretti-De Rossi, Giuseppe Raimondi y el Studio 65, y que se plasmó en el catálogo de la Gufram; después, con el diseño radical de Archizoom y del Superstudio (1966-1972), en Florencia, que se expresó en la Poltronova, bajo la visionaria batuta de Sergio Cammilli; con Alchimia, creada en Milán en 1976 por el tándem de Adriana y Alessandro Guerriero y Bruno y Giorgio Gregori, y progresivamente vinculada a la figura de Alessandro Mendini; y, finalmente, con el grupo Memphis, fundado por Ettore Sottsass en 1981. También la arquitectura cumplió con su papel, y lo Postmoderno y el Deconstructivismo han ejercido una profunda influencia en el diseño.
Una vez debilitado el impulso utópico, llega la hora de los revivals estilísticos: neo-barroco y neo-decó renacen de la mano de diseñadores que traspasan hábilmente los ecos del pasado a las formas contemporáneas, dotándolas de una fuerte carga emocional. También en estos casos se trata de movimientos no teóricos sino estilísticos, a los que se suman creadores de distinta formación y procedencia.
Cama Cocoon, de la serie Tropicalia, Moroso, 2008.
Para encontrar a diseñadores como Patricia Urquiola, capaces de cambiar el «tono» del diseño y de influir en el gusto, quizás tengamos que remontarnos a Giò Ponti, no sólo por su abundante repertorio de formas y por su atención hacia lo decorativo, sino por el sentimiento que expresa y por el enfoque adoptado. El diseño de Patricia Urquiola ha cambiado profundamente la «temperatura» del diseño contemporáneo. Incluso cuando crea una pieza única consigue irradiar una atmósfera especial. Cada uno de sus trabajos se enmarca en una visión más general, que Urquiola controla en cada detalle y cuyo devenir sigue con pasión y meticulosidad, aplicando invención, tecnología y manualidad. Teje sus telas como Penélope, colocando tramas y urdimbres con paciencia y tenacidad femeninas.
Urquiola ha feminizado el diseño. No en el sentido de atribuir a su trabajo un carácter femenino frente a un supuesto carácter masculino dominante, sino por ese apego a las cosas del que son capaces las mujeres.Urquiola ha feminizado el diseño. No en el sentido de atribuir a su trabajo un carácter femenino frente a un supuesto carácter masculino dominante, sino por ese apego a las cosas del que son capaces las mujeres. Un apego que, en su caso, significa participar en su realización de manera activa y atenta. Urquiola acompaña a sus diseños como llevándolos de la mano y cuida su inserción en el contexto para que no se sientan desplazados. Trabaja en ellos con el pundonor de una artesana –de una zurcidora, casi se diría, dada la primacía de las artes femeninas en su trabajo–, haciendo que parezcan espontáneos y desprendan la misma frescura limpia y almidonada de un vestido de fiesta.
Ha rescatado las técnicas de la costura, los bordados, el ganchillo y el punto, y obliga a quienes trabajan en su estudio, hombres incluidos, a aprenderlas y a utilizarlas, no tanto para añadir a sus objetos una redundancia decorativa o una feminidad trivial, como para crear unos envoltorios estructurales, más que unos acabados, definidos a través de un recorrido experimental y capaces de dar sustancia a los diseños.
La frescura que comunican sus trabajos, aunque sean el fruto de muchos años de investigación, es una cualidad que Urquiola ama y que no considera indecorosa o envilecedora, sino por el contrario muy positiva y pertinente. Quizás sea una habilidad heredada de su maestro Achille Castiglioni, con quien se licenció en Milán; pero más probablemente nace de una forma suya de mirar las cosas «desde otro ángulo», como solía decir Bruno Munari, con la curiosidad y el estupor de los niños, que saben siempre captar en ellas facetas imprevistas y las manipulan para trasformarlas en visiones propias.
Claude Lèvi-Strauss, el mayor antropólogo vivo, que en noviembre cumplirá 100 años, pronunció con ocasión de la entrega del premio Nonino en 1986 un elogio apasionado de lo manual: «las sociedades estudiadas por los etnólogos asocian el trabajo manual al ritual, al acto religioso, como si el objetivo fuera entablar con la naturaleza un diálogo en virtud del cual ésta y el hombre pueden colaborar, dándose recíprocamente lo que cada uno espera del otro, a cambio de señales de respeto, o incluso de piedad, que el hombre se compromete a mostrar hacia una realidad vinculada al orden sobrenatural. Aún hoy pervive una complicidad entre esta visión de las cosas y la sensibilidad del artesano. Éste sigue manteniendo un contacto directo con la naturaleza y la materia, y por ello sabe que no tiene derecho a violentarlas, sino que debe tratar, con paciencia, de comprenderlas, de forzarlas con cautela, casi de seducirlas, mediante la demostración perennemente renovada de una familiaridad ancestral hecha de conocimientos, de recetas y de habilidades manuales transmitidas de generación en generación».
Boceto de la lámpara Caboche, diseñada por Patricia Urquiola y Eliana Gerotto. Foscarini 2006.
Nunca he hablado de religión con Patricia Urquiola, pero sé que para ella el trabajo manual es un ritual, una ceremonia a la que erige altares sagrados. Puede considerarse como tal el proyecto para Rosenthal, realizado en 2008 en el espacio de Nicola Quadri, en Milán, que le costó nada menos que tres años de trabajo. Las porcelanas blancas, la sucesión de prototipos y moldes, alineados sobre grandes mesas antiguas vestidas con inmaculados manteles, evocaban la mística de la eucaristía. Esa perfecta escenografía, didascálica en su relato puntual de todo el proceso y, al mismo tiempo, sugerente, reflejaba ese devoto respeto hacia lo manual mencionado por Lèvi-Strauss. Urquiola no violenta los materiales, sino que los respeta, intenta comprenderlos y demuestra una gran habilidad en seducirlos sacando de ellos resultados inesperados y extraordinarios, nunca forzados ni poco naturales. Sus diseños cosechan consensos precisamente por ese respeto que demuestra hacia las cosas y las materias a las que se acerca para conocerlas. Se comprende que sus objetos nacen de un diálogo entre iguales, entre dos almas: la de la diseñadora y la de la materia que, sintiéndose comprendida, se deja plasmar con gusto en formas poco habituales.
Urquiola, como una abeja trabajadora e incansable, poliniza; sorbe ideas de las cosas cotidianas, pulseras, batidoras para el té, etc.Urquiola, como una abeja trabajadora e incansable, poliniza; sorbe ideas de las cosas cotidianas, pulseras, batidoras para el té, etc., de los estilos, de los diseños históricos, de las artes aplicadas, de los genius loci y las recicla. No reinterpreta ni evoca, sino que recrea con paciencia el camino del génesis, recorriéndolo a la inversa. Por ello le interesa mostrar cómo se hacen las cosas: afinando y perfeccionando. Y por ello exhibe sus herramientas y sus materiales, las agujas y los hilos, casi con el orgullo del samurai que voltea sus afiladas espadas.
La exposición Piel de burro, montada en Abitare il Tempo de Verona en septiembre de 2006, mostraba, a través del proceso de realización de la mayoría de sus diseños, cómo la piel era el hilo conductor de su trabajo. Colocando en una gran mesa los modelos sucesivos de algunos objetos complejos; exponiendo ovillos, carretes de hilo, tijeras, agujas, alfileres, ganchillos y agujas de tejer, perfectamente clasificados en cestas de Kartell,; mostrando algunos de sus sofás primero sin tapizar y después revestidos con fantasiosos patchwork de tela y piel, Urquiola quiso evidenciar cómo su investigación, hecha posible gracias a complejas tecnologías, la retrotrae al mundo de los arts and crafts, pero sin alejarla de su escuela de pensamiento milanesa, tan dada a la síntesis y enemiga de exageraciones y redundancias.
Proceso de diseño de la colección Landscape, Rosenthal, 2008.
Española, o mejor dicho, vasca, extravertida, generosa en palabras y signos, musicales y fluidos como su habla, dulcificada por su entonación española, Patricia Urquiola asimiló en la universidad (se licenció en el Politécnico de Milán) la lección de los maestros milaneses, sobre todo de Achille Castiglioni, de quien ha aprendido que es necesario dejarse fascinar por todo tipo de cosas. De Bruno Munari, quien le enseñó que «de una cosa nace otra»; que, por ejemplo, de una pulsera encontrada en un rastrillo puede nacer la inspiración para una lámpara (Caboche, best seller de la empresa Foscarini). De Tomás Maldonado, de quien recuerda como un gran regalo la lección sobre el confort; «por este motivo –afirma Urquiola–a través de los objetos que diseño intento siempre ofrecer una comodidad que abarque en un sentido amplio la vida de las personas».
De sus años de formación conserva y cultiva recuerdos cristalinos; está convencida de que cualquier acción está dictada por una elección, incluso muy lejana en el tiempo, y que las elecciones son una consecuencia de nuestras tomas de postura. Nada ocurre por azar y cada trabajo es un tejido fabricado con paciencia, aunque conserve el impulso de la improvisación y la fluidez del gesto espontáneo.
«Diseñar es como una música». Y su música brota alegre y saltarina; como la música de Mozart, da ritmo a la vida.Urquiola multiplica sus colaboraciones y también sus formas, manteniendo siempre un trazo, o mejor dicho, una tonalidad reconocible. «Diseñar –afirma– es como una música». Y su música brota alegre y saltarina; como la música de Mozart, da ritmo a la vida. Su objetivo es «contar el uso placentero» de las cosas. No pretende suscitar conflictos ni provocar, sino secundar. Y aquí surge de nuevo el lado femenino, entendido como elemento expansivo.
Expansivo es otro termino que se ajusta a su diseño, como también a su carácter. No tanto en un sentido formal, aunque a ella se deba una importante renovación en las formas de muchas tipologías, sino en sentido relacional. Y volvemos a la piel, auténtica interfaz y medio de personalización, a través de la cual trasudan, como a través de la piel humana, las linfas de su diseño. Una piel sensible y muy diversa, que ella reinventa cada vez y que hace que sus objetos palpiten.
Publicado en Experimenta 61.