Hasta el 19 de septiembre en el Museo de Jade y la Cultura Precolombina
El Museo de Jade y la Cultura Precolombina ofrece del 27 de abril al 19 de setiembre del 2017, la muestra curada por los arqueólogos Virginia Novoa y Sergio García Piedra, evento con que el museo conmemora sus cuarenta años de fundación, y el ciento treinta aniversario del Museo Nacional de Costa Rica, institución pionera en la investigación y esclarecimiento de los legados patrimoniales e históricos en el país. Jícaro es un sitio arqueológico cuyo hallazgo y excavación se ubica en Bahía Culebra, Pacífico Norte de Guanacaste, cuyo nombre proviene del árbol de jícaro (Crescentia cujete y el Crescentia alata) abundante en la zona y tan significativo para las culturas mesoaméricanas ancestrales, presente en la narrativa del Popol Vu, libro sagrado para la descendencia maya centroamericana.
Motivaciones introductoras
Al ingresar a la muestra, tal y como sucede en cada visita que realizo a un museo o galería, suelo preguntarme ¿qué de lo expuesto permanecerá en la memoria, el por qué y el cómo ocurre esa asimilación? Por supuesto que todo depende de uno mismo como espectador, del involucramiento que experimente con lo expuesto y el análisis que haga de los escenarios y lectura de los abundantes signos, relacionando los datos leídos en las fichas de pared que refieren a la historia del lugar, fechados, geografía, caracteres formales de los objetos, técnicas de producción, uso de materiales, costumbres, rasgos humanos o culturales de aquella sociedad, además de la observación de la museografía u otros activadores emocionales que inciden en la dote catapultada por el museo al valorar la “calidad” del proyecto expositivo; son elementos instruccionales que tienden, como un todo, a empoderarnos para que calen en la memoria de nuestra vivencia de eternos aprendientes. Pero quizás la gran pregunta deducida de ese entorno cultural y educativo focaliza el significado de la vida y la muerte, enunciados desde el título de la exposición, en tanto traen luz al crecimiento y sensibilidad actual por reconocer el valor de nuestra heredad originaria, y una marca más en el inventario que lo testimonia.
Una ojeada a los activadores de la muestra
Según se deduce de la percepción y andar reflexivos por el recorrido de la exhibición, la comunidad de Jícaro presenta un rasgo muy singular subrayado por los investigadores del museo, en tanto población costera, cuyos orígenes se relacionan con la etnia Chipcha (la misma que pobló Talamanca y que permanece hasta tiempos actuales en la frontera Caribe Sur), y que se establecieron con anterioridad a los Chorotegas quienes poblaron el Norte de Costa Rica y Sur de Nicaragua. Entre el 800 y el 1300 d.C., comprueba como la zona de Bahía Culebra recibió la migración de pobladores de ascendencia mesoamericana, incidencia que transformó su cultura, la forma de sus viviendas, la gastronomía, vestimenta y atuendos. Para la arqueóloga Virginia Novoa, en una entrevista de la periodista Michelle Soto para La Nación, opina: se cree que esa migración ocurrió debido a la inestabilidad política que se vivió en el periodo posclásico en México y Centroamérica.
Los hallazgos –hoy expuestos en el Museo de Jade-, motivan a deducir que fue en ese arco temporal que los nativos de Jícaro adoptaron la choza circular -con ello abrieron un rasgo de su cosmología y cosmogonía, expresión de sus creencias y espiritualidad-, también se aprecia en las piezas utilitarias una considerable transformación: la cerámica policroma, la cual hoy en día distingue al arte chorotega, aparece en ella -por primera vez en estas zonas costeras del Pacífico Norte-, la iconografía de la “serpiente emplumada” o Quetzalcoatl de los Mayas, además de la representación de la deidad de la lluvia, entre otros rasgos que marcan dicho referente traído por las corrientes migratorias de entonces.
Fue en esas fechas que se aprecia precisamente los cambios en los patrones culturales de los pobladores de la costa del Pacífico costarricense, y en especial de Bahía Culebra: factores como la dieta y el carácter de los cultivos, así como la iconografía pintada en sus utensilios de uso doméstico o ceremonial. También es apreciable el uso de colgantes, pulseras y otros elementos de lo que se ponían encima para recordar al ancestro y tenerlo presente en sus formas de vida y creencias. Fabricaron peinetas, pulseras y brazaletes hechos del hueso fémur, tibias, mandíbulas y dientes humanos, además, hicieron destusadores para desgranar elotes, punzones y agujas para coser redes de pesca hechas con cornamentas de venado y huesos de tiburón; de todo este registro de objetos se exhibe una importante cantidad y calidad de piezas recuperadas en las excavaciones de los arqueólogos y que hoy conforman el corpus de la exposición temporal en el Museo del Jade.
Los estudios llegan a estas conclusiones al hallar evidencias de huertos de cultivo -tal y como aprecia la arqueóloga Novoa en la referida entrevista-, en tanto encontraron restos de maíz, frijoles, jocotes, jobos y nances, así como una considerable cantidad de conchas, revelando el consumo de moluscos y productos de la pesca. También evidencia que dicho grupo humano conocían la técnica para obtener la sal, separándola de las arenas costeras a través de filtros hechos con hojas, como también elaboraban cuerdas para tejidos teñidos con el caracol de múrice, técnica en la cual interviene su uso, así mismo para secar el pescado y los moluscos importantes en su dieta.
¿La vida en la muerte y la muerte en la vida?
La dicotomía persiste en la medida de que los originarios de Jícaro, creaban aquellas prendas adosadas a su cuerpo, tales como pulseras, colgantes, collares y las hacían con los mismos huesos de sus ancestros, dientes o mandíbulas, era como ser portadores del significado de la materia después de la vida, dándole una interpretación distinta a la connotación actual de la muerte como una instancia oscura y terrible, al contrario, ellos traían la memoria y presencia del fallecido al presente o a la vida cotidiana del poblador. Otro aspecto evidente en los patrones funerarios era que al muerto no se le colocaba en posición fetal al ser enterrado, sino estirado y de espaldas, disponiendo otros cráneos humanos que probablemente tenían la función de acompañarlo en su paso al otro lado del río donde moran las almas en esa singular comprensión cosmogónica, tal y como ocurre con las ofrendas funerarias en otras culturas vernáculas, aspecto que se aprecia en la ilustración de una de esas tumbas recreadas en la exposición.
Otro de los elementos que suma a los simbolismos expuestos es la inclusión en dichos entierros de cráneos donde se observa un grado de deformación morfológica artificial, en tanto que desde edades infantiles preparaban quizás (esta es una especulación mía) a sus futuros guerreros o quizás dignatarios tribales deformando la apariencia de sus rasgos de identidad a partir de hormas con lo cual marcaban un signo de diversidad dentro de los patrones estéticos, sociales y/o culturales de los pobladores del valle del Jícaro.
¿Cuál es el significado de estos signos expuestos y sus lecturas para el arte nacional?
Andar por los recorridos marcados por el planeamiento museográfico y curatorial, como dije, nos empodera, en tanto tenemos certeza de la existencia de una cultura consistente, como el árbol del jícaro (Árbol de la Sangre, pues según la mitología maya de Ixquic, hija de Cuchumaquic, uno de los Señores de Xibalbá, nacieron Hunahpú e Ixbalanqué, preñados por la sabia del jícaro que a su vez contenía el espíritu de uno de aquellos antepasados del Quiché).
Suma en esta percepción de la muestra el conocimiento de los elementos de la geometría básica como el triángulo, la circunferencia, el cuadrado, la esfera, el cilindro u otros componentes estructurales de un imaginario simbólico que nos devela un algo más que ser simples cultivadores de maíz. Existía un pensamiento y razonamiento que se fue transformando en la medida de ser impactados por dichos flujos migratorios.
Además es notorio el reconocimiento de la geografía del lugar, cuando se dice que Jícaro era un pequeño valle rodeado de laderas muy empinadas por lo cual el acceso era posible solo por mar.
Todas estas consideraciones comprueban la capacidad de razonar acerca de sus creencias y tradiciones ancestrales, fundamentado tácticas de caza e incluso defensa en el conocimiento que tenían de esa profusa naturaleza del bosque seco, característico de la zona de Guanacaste, e incluso, me atrevo a pensar que todo ello influyó en el trazo de signos de notación de ese quehacer y formulación del lenguaje, de lo cual se requiere investigar aún más para sumar dicho talento al conocimiento de la historia de nuestra cultura costarricense.
En conclusión
No es suficiente con saber que en esas excavaciones arqueológicas encontraron muchas “ollitas de barro” en tal o cual sitio o tumba -en la muestra se exhiben suficientes y finos ejemplos-, lo importante es que lo hallado trascienda elaborado por los especialistas de los museos quienes tienen el reto de preparar dicho compendio educativo para la comprensión por parte del público visitante. Este es el principal logro del actual proyecto expositivo del Museo de Jade.
A manera de colofón diría que para saber conducirse en las autopistas del conocimiento y de la cultura contemporánea, hay que tener muy buena “luz larga” para saber alumbrar lo que vendrá y tenemos por delante, como también la “luz corta” la cual ilumina el entorno cercano, pues de alguna manera, teniendo conocimiento del pasado podemos incidir de manera positiva en el presente. Importante también tener una adecuada lectura de lo visto por los retrovisores, focalizar dicho pasado; o lo que vemos por la izquierda o la derecha. Sin esa luz y noción de la historia, no estaría completa nuestra actuación en dichas autopistas para llegar con seguridad a una meta que por lo general nos requiere de una estructura de competencias, en tanto es muy atractiva para algunos, tiene muchos “novios”, o está custodiada por grandes “gigantes” que debemos superar.
El diseño y el arte, tanto como el trabajo profesional de los científicos sociales contribuye a la buena iluminación de esas vías donde crecer y defender nuestra territorialidad con sus simbolismos intrínsecos y con los cuales otros podrán reconocernos en el denso tránsito de las autopistas del mundo; pero precisa la energía, la fuente, tiene que ver con el apoyo y políticas culturales para que dicha percepción posea su propia lumbre.