A la investigadora Gemma Avenoza, in memoriam
Soy persona privilegiada en todo lo relativo a mi educación. Mi madre me regaló, como poco, el amor a la lengua y la cultura francesas, y mi padre me enseñó a mirar el color y las formas y ver en ellos. Doy fe de que dos hijas de profesora y artista pueden crecer sanas y fuertes en León, conviviendo con el despotismo ilustrado, el expresionismo abstracto y el olor a aguarrás.
Pertenezco a una generación de españolas que, pese a nacer y vivir en una dictadura hasta la adolescencia, tuvo acceso a una educación secundaria y universitaria de bastante calidad y prácticamente gratuita. Y a una estimulante vida cultural construida de abajo arriba, aprovechando los resquicios de libertad que dejaba el franquismo tardío. Son las contradicciones que se mencionan en la entrevista de Marcelo Ghio a Isabel Campi y Oriol Pibernat (1), cuyo libro «Diseño y franquismo. Dificultades y paradojas de la modernización en España» me espera en la mesilla. Noto que lo voy a coger con ganas.
Mis aprendizajes posteriores no han cesado de llegar, como a cualquier persona abierta a ellos, por otra parte. Y no solo a través de cursos o de lecturas buscadas. Vivir en provincias tiene la ventaja de que, como somos menos, tras eventos con intelectuales notables, es posible sostener un poco más los debates llevándolos a los bares, un bonus track de transferencia de conocimiento eficacísima. Por poner un ejemplo, en Murcia, donde habito desde 1980, le debemos al profesor Francisco Jarauta y a sus invitados al «Foro de la Mundialización» (2) el habernos mostrado tempranamente el dibujo del mundo globalizado. Y así, con nivelazo, han ido aportándome otras muchas personas, familiares, amigos, colegas, configurando lo que sé y lo que no, lo que soy y puedo compartir.
Pero los saberes más inesperados han llegado de la mano de mis clientes demandantes de diseño web y comunicación en Internet. Variados e incluso variopintos. En un momento dado, en nuestro estudio tuvimos que entender al mismo tiempo qué necesitan y cómo funcionan las inmobiliarias, las agencias de desarrollo rural, las bibliotecas municipales y las clínicas de infertilidad humana. Aprender sobre cambio climático, recogida y tratamiento de residuos, turismo, naturismo, árboles y micorrizas,… Atender a archiveros, fotógrafos, ilustradores, novelistas… También llegaron a nosotros varios tatuadores, pero esa relación no prosperó. Fallo mío como empresaria, me faltó visión comercial. 😉
Hacer didáctica en el sentido opuesto también ha sido frecuente, por el desconocimiento generalizado de nuestro oficio, y no siempre es bonito. Esas ocasiones en que hemos tenido que desarticular la extendida idea, en el espacio, y en el tiempo, porque mira que es antigua, de que «el cliente siempre tiene razón». Esos momentos en que hemos debido explicar ante fanáticos del texto justificado por qué este no es una buena idea para la web. O que «para gustos, los colores» no es argumento válido en la elección de los adecuados para una identidad gráfica, como si fuera a funcionar igual un mensaje sobre verde que sobre rojo.
Incluso ahora, con clientes conocedores que buscaron diseño experto, he tenido que defender que, si insisto en propiciar situaciones para el trabajo colaborativo, no es porque eluda mis responsabilidades sino porque me parece fundamental sumar esfuerzos en diseñar juntos para quienes harán uso de sus productos o servicios. Lo rico que es convocar al trabajo colaborativo a todos los agentes involucrados, enrolar al pensar juntos a otras empresas externas y a las personas usuarias. Suelo apoyarme en versiones inspiradas en el conocido diagrama de Charles Eames (3) para identificar el territorio de encuentro en el que deberíamos situarnos para trabajar todos a gusto.
Y qué decir de los fascinados con lo que sale de la chistera del diseñador. Nos hacen vivir momentos felices que, si son demasiado complacientes, hay que matizar. Los comprendo bien, pues yo misma he de luchar contra el deslumbramiento de producciones en las que he participado, afectada por la magia de los creativos de mi equipo. Porque no queremos que los destinatarios se queden ahí, entretenidos con nuestro artefacto, sino que dirijan su interés hacia donde queríamos llevarles.
Me gustan los casos que me han permitido desarrollar una tendencia natural a enlazar asuntos provenientes de distintos lugares y a polinizar con las ideas innovadoras de terceros. Así ocurrió con la autoridad expandida y el TDAH. Me refiero a Antonio Lafuente (4), investigador del CSIC cuyas ideas sobre el procomún y sobre la ciencia generada fuera del entorno académico pude esparcir entre algunos responsables de asociaciones concernidas por el Trastorno de Déficit de Atención con o sin Hiperactividad, enriqueciendo sus recursos de comunicación para luchar contra el estigma del TDAH, un desorden cerebral causante de muchos sufrimientos, en los afectados y en su entorno cercano.
Haciendo frente al desconocimiento generalizado, a los negacionistas interesados y a sus propias angustias, estas personas se han organizado para promover y producir investigación rigurosa, legislación igualitaria y comunicación online. Me hubiera gustado quedarme el tiempo suficiente como para cocrear con FEAADAH (5) una gobernanza y un plan estratégico triple balance, pero de momento no ha podido ser. Y esto también forma parte de los aprendizajes de los diseñadores externos: por muy fuerte que sea un vínculo establecido con un cliente, somos compañeros de viaje, de una parte de su viaje.
En otras ocasiones, son los propios proyectos los que tienen los días contados. Es la realidad de tres de ellos, de I+D+i, en los que trabajo actualmente (6). Liderados por tres grupos de humanistas de otros tantos centros, son sus investigadores principales los encargados de buscar los fondos, casi siempre en organismos públicos. Así es el sistema de investigación para las humanidades en España. Completadas las tareas, publicados los resultados, cumplidos los objetivos marcados inicialmente, no es inmediato ni fácil encontrar vías para una transferencia de conocimiento científico sostenida en el tiempo.
En los tres casos estamos coincidiendo en crear una cultura de proyecto común que suma a la investigación (en historia, antropología y codicología) el diseño generalista y el aplicado, poniendo en marcha tanto metodologías de trabajo como narrativas nuevas en clave digital, compartiendo lo que producimos bajo licencias creative commons, generando ciencia abierta. Y pensando a la vez en cómo mantenerlo, expandirlo, hacerlo más interdisciplinar, aportar el mayor retorno social posible.
Considero el marco de las Humanidades Digitales un escenario apasionante para diseñadores especialistas en web, tratamiento de datos y comunicación científica. Encontrarán ahí clientes respetuosos, temas con los que saciar curiosidades y oportunidades para innovar. Tendrán que adaptarse al ritmo de la investigación en el mundo académico y, lo veo venir, remangarse también en el codiseño de soluciones que permitan mantener sus proyectos vivos.
Nadie es perfecto.
Para entendernos mejor
[Enlaces visitados: 23/01/2021]
(1) La entrevista está disponible en: enlace, y el libro, en: enlace.
(2) El «Foro de los noventa» a finales del siglo XX y el «Foro de la Mundialización» durante la primera década del XXI, fueron coordinados por Francisco Jarauta, catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia, y organizados por la Fundación Cajamurcia. Nos proporcionaron excelentes conferencias y publicaciones.
(3) Es posible comprar una lámina con el diagrama Eames sobre los intereses y necesidades del cliente en el sitio oficial de Charles y Ray Eames: enlace.
(4) Antonio Lafuente comunica en Twitter con @alafuente y publica en abierto sus artículos y conferencias: enlace.
(5) Aliados FEAADAH: enlace.
(6) Me estoy refiriendo a los proyectos HILAME: enlace, Scripta manent: enlace y Red del Libro Medieval Hispánico: enlace.