Tras unas décadas de libre mercado genético, durante las cuales los progenitores podían diseñar la configuración genética de su descendencia sólo con pasar las pruebas dictaminadas en la LRMGEH, Ley Reguladora de la Modificación Genética de Embriones Humanos, las estadísticas poblacionales empezaron a mostrar una tendencia preocupante. Comenzaban a evidenciarse los primeros síntomas de lo que más tarde se llamó la «sequía genotípica, la distribución de las diferentes cadenas genéticas afectas al diseño del total de la población pasaba de una distribución estadística normal a una distribución asimétrica extremadamente pronunciada. Esto es, aquellas cadenas genéticas que podían ser diseñadas eran diseñadas por una mayoría de la población y, de esa mayoría, los diseños eran los mismos. La mayoría de los progenitores optaban por diseñar el código genético de su progenie y, además, escogían los mismos diseños.
De pronto los institutos públicos se llenaron de adolescentes de tez clara y ojos azules, rubios ondulados, esbeltos y más o menos altos. Y con los dedos largos y delgados. Por algún motivo, tener dedos largos y delgados era un gen dominante. Pero la igualación no sólo se limitaba al aspecto físico. Con la misma rapidez la chavalada empezó a ir bien en matemáticas aplicadas y a fallar en sus formas más abstractas. Todos mostraban una inusitada facilidad para los idiomas mientras suspendían la asignatura de lengua. Las habilidades prácticas primaban sobre las más teóricas.
Se estaba perdiendo pluralidad genética. Y, si bien eso podía suponer una ventaja para los individuos que disfrutaban de esos diseños, al fin y al cabo cada uno de ellos disfrutaba de un aspecto envidiable y unas capacidades intelectuales acordes al mercado laboral, era una amenaza para la especie. Bastaría un virus capaz de atacar cualquiera de esas cadenas genéticas mayoritarias para que se produjera una catástrofe.
Había que volver a la distribución normal, al calor de la campana de Gauss. Había que potenciar la pluralidad genotípica.
«O no –sugirió Matin L. Strauss, por entonces Ministro del Interior de aquella decadente democracia planetaria–. Al contrario, estresamos esa tendencia. Que de la «sequía genotípica» pasemos al «desierto genotípico». Que prime un único genotipo. Que todos los individuos sean prácticamente idénticos. Que sean el mismo. Ya sea porque son todos iguales o porque una pandemia los diezma. No debemos olvidar que gobernar a uno es siempre más fácil que gobernar a muchos.»
Y tú, ¿crees que el diseño genético de humanos igualará o diversificará la especie? ¿Por qué? Estaremos encantados de leerte desde el #DiseneticaExperimenta y @Disenetica en Twitter.