El diseño es una forma de organizar el mundo; y escribir, una forma de entenderlo. Los pensamientos se expresan con palabras, y las palabras en el diseño conciben la tipografía. Durante siglos, nuestros ancestros desarrollaron el arte y la técnica de la tipografía. A lo largo de la historia, cada nueva variante tipográfica reflejó un elemento importante del espíritu de la época; cada una de ellas encapsulaba aspectos funcionales, históricos, psicológicos, semióticos y estéticos dentro de ellos. De Trajan a Garamond, de Didot a Helvetica, cada tipo de letra era la forma material de la idea espiritual de la época. Las letras tomarían la forma del espíritu que las encarnaba.
Antes de la era digital, la tipografía era una profesión especializada. La epidemia de democratización de las herramientas de diseño convirtió el diseño de tipografía en un proceso tan sencillo y accesible que permitió a casi cualquier persona crear su versión. Pero cabe preguntarse, ¿realmente necesitamos todas esas fuentes? ¿Realmente necesitamos una proliferación interminable de fuentes tipo Helvetica, que solo se diferencian en un píxel o en un par de grados del ángulo de la curva? ¿Qué nos dicen todas estas fuentes sobre nuestra sociedad y nuestro tiempo? Todas esas fuentes no hacen más que saturar el sistema de diseño, proliferando la contaminación digital y la reproducción sin fin de garabatos virtuales.
Tenemos infinitas fuentes, pero seguimos diciendo lo mismo.
La falta de responsabilidad está en que la mayoría de estas creaciones son digitales, por lo que no se considera contaminación real. Proliferamos tipografías hasta el infinito, y con la misma efervescencia también cambiamos nuestras elecciones. En el fondo, sólo se trata de tener más opciones, infinitas opciones. Pero, ¿qué pasa con el significado detrás de esas fuentes? ¿Qué pasa con el legado de esas palabras? ¿qué pasa con la unicidad y la singularidad de esas letras? ¿Qué hace que Garamond o Helvetica sigan vivas después de siglos o décadas, mientras que las fuentes contemporáneas simplemente se suceden sin dejar su inscripción en la historia?
Si queremos darle a la historia el valor que se merece, hay que apreciar diseños históricos para ser más conscientes de la producción que estamos generando. También meditar en lo que vino antes que nosotros, para entender dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. En lugar de estar actualizados, debemos ser atemporales. Incluso podemos ser radicales, y tomar la historia como inspiración, en lugar de mirar tendencias y modas. Las tendencias son aliadas del capitalismo, pues mantienen vivo el sistema en un ciclo infinito de cambios y beneficio económico. Pero el papel de la tipografía es más trascendental. Como músicos visuales, creamos notas perceptibles para componer ritmos estéticos de ideas que pueden ser experimentadas por las personas y que, además, nos trascienden.
Aquí propongo 5 consejos para el diseñador de tipografías contemporáneo:
Ser responsable: pensar qué nuevas formas uno está trayendo al mundo.
Ser consciente: reflexionar en el legado que puede dejar nuestro trabajo, tener una perspectiva más amplia de lo que hacemos.
Ser coherente: entender la tipografía como la expresión de una idea, ser consciente al hacer su elección.
Pensar en la forma y la función: preguntarnos ¿cuál es el significado de este tipo de letra, antes del significado de lo que escribe?
Pensar en el futuro: preguntarnos, ¿funcionará esta fuente en un año, una década, o más?
Debemos recordar que creamos no solo para funciones prácticas, sino para dejar las huellas de un diálogo conceptual con la humanidad futura, un diálogo que puede continuar independientemente de los cambios. Como creadores, tenemos que mantenernos firmes y dar pasos profundos, para dejar huellas en el cemento de la historia que puedan ser encontradas por las generaciones futuras: cuando construimos para el futuro, construimos para que dure.
No se puede olvidar que alguna vez, las serifas y los trazos rectos de la h de Jenson fueron vanguardia de la innovación tipográfica. Pudo haberse conformado con las góticas, pero experimentó y fue más allá.
Las clásicas son una apuesta segura pero, en ocasiones, conservadoras.
Saludos y enhorabuena por la columna!