El diseñador, publicista, ilustrador, historietista, escritor y músico Rafael Morante nació en Madrid en 1931. Llegó a Cuba en 1940, como parte de esa masa de exiliados que abandonó España durante la Guerra Civil. Graduado de la Escuela Profesional de Publicidad en 1956, Rafael es miembro de la UNEAC, la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales y el Consejo Asesor de la Editorial Gente Nueva. Fundador del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), el Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDi) y el Instituto Cubano del Libro (ICL). Es reconocido como uno de los primeros cartelistas del ICAIC, cuya obra es imprescindible para el estudio del diseño gráfico en ese período.
Rafael se ha desempeñado como profesor en el ISDi, el Ministerio de Comercio Interior, el Instituto de Diseño Comercial (Bolivia), el Colegio Universitario de Segovia y en el Instituto Europeo de Diseño (Madrid). Ha sido consultante y tutor de tesis en distintas universidades, así como conferencista y ponente en eventos nacionales e internacionales.
Durante más de sesenta años Rafael ha colaborado intensamente en numerosas publicaciones, diseñando colecciones, logotipos, numerosas cubiertas y una gran cantidad de ilustraciones. En el año 2001 recibió la Distinción por la Cultura Nacional, el Premio Espacio a la Obra de la Vida de la Asociación Cubana de Publicitarios y Propagandistas y el Premio Nacional de Diseño del Libro. En 2010 fue galardonado con el Premio Eduardo Muñoz Bachs de Diseño Gráfico, que confiere la UNEAC. En 2014 recibió el Sello de Laureado del Sindicato Nacional de Trabajadores de Cuba y, en 2015, el Premio Nacional de Diseño que otorga la ONDi, además del Premio Maestro de Juventudes de la AHS. Ha publicado dos novelas y un volumen de cuentos en Cuba. También se ha destacado en el diseño de historietas con Alona y Los Otros.
Agradecimientos a Pepe Menéndez y a Jorge Luis Rodriguez Aguilar por hacer de puente con el maestro y toda su ayuda en este proyecto.
¿Cómo fueron tus primeros pasos en la carrera del diseño en tu país? En otras palabras, ¿cuál fue la percepción de este trabajo en ese momento?
A mí me gustaba mucho dibujar. Desde muchacho me la pasaba siempre dibujando y trabajaba en una compañía, en asuntos de contabilidad, porque era lo que yo había estudiado. Pero un día tuve una discusión con el subdirector de la agencia y me botaron de allí. Entonces, mi padre, que tenía contactos en otras agencias de publicidad, habló con un amigo de él y me dieron la oportunidad de comenzar en otra. Y creo que tuve mucha suerte, porque las dos personas que dirigían este lugar y yo nos entendimos muy bien desde el primer momento. Me aceptaron y así fue la cosa. Eso fue en 1956.
Sin embrago, la percepción que había en esa época sobre ese tipo de trabajo que realizábamos era sencillamente referencial. No creo que las personas de la calle supieran lo que era la publicidad: sencillamente le hacían acaso o no se lo hacían, pero no estaban conscientes, así de simple. La percepción personal solo estaba en los que trabajábamos en eso, que podíamos entender lo que estaba pasando. Y, otra cosa: lo que se veía aquí era lo que venía de los Estados Unidos, principalmente. Por supuesto, la actividad no se comercializaba como “diseño gráfico”. Por entonces se llamaba “dibujo publicitario o comercial”, y lo del “diseño” fue algo que se introdujo con el tiempo, fundamentalmente, a partir de las revistas que venían de otros países; no solo las americanas, sino las de Japón (como Idea) o las francesas. Se veían cosas, pero solo los que estábamos interesados en eso. Y, por supuesto, nosotros mismos nos dábamos cuenta que el diseño que se hacía en otros lugares era completamente diferente, aunque en algunos casos se notara que había influencia del americano.
A mí, de toda la rama de la publicidad, lo que más me interesó siempre fue la ilustración, y aquí llegaban los anuarios del Art Directors Club de Nueva York, donde venían magníficas ilustraciones, porque allí trabajaban los mejores del mundo, y eso era un referente importantísimo a seguir.
¿Se reconoció la importancia de ese trabajo?
Aquí en Cuba había varias agencias de publicidad. Y los que trabajábamos en estas agencias, más o menos, estábamos al día en lo que se producía en los Estados Unidos, en Japón, en Francia y en algunos otros países, porque estas mismas revistas hacían mención de esto. Pero, en esa época, es decir, antes de 1959, no estoy muy seguro que el trabajo que realizábamos fuera reconocido más allá de los que trabajábamos en ese campo, quienes sí estábamos interesados y al día de saber quién era este diseñador o este ilustrador, de una y otra manera de hacer tal cosa. Es lo que puedo decir.
¿Cómo era el entorno cultural del país en ese momento?
Bueno, como ya he mencionado, estábamos muy influenciados por el cine y la televisión norteamericana. Es importante recordar que la televisión comenzó en Cuba en 1950, cuando no la había en muchos países. Y la que llegaba aquí era cien por ciento americana, montada en esa parafernalia hollywoodense, de programas de participación y shows. De ahí que esa estructura funcionaba perfectamente bien para los propósitos de la publicidad.
Por entonces, todo el trabajo de diseño se realizaba manualmente. ¿Crees que con la llegada de los ordenadores has perdido algo, o crees que la esencia del diseño sigue siendo la misma, sin importar las herramientas?
Depende del talento del diseñador. Si es capaz de aprender a manejar algunos programas de computación, le sirve bastante, porque las computadoras tienen dos o tres ventajas que son indiscutibles. Primero: la rapidez con que se trabaja y, luego, la versatilidad. Se puede conseguir lo mismo «a mano», pero te tardas más tiempo, te complicas más y, al final, el resultado no es exactamente igual. Esa es la principal diferencia que yo noto.
Por supuesto, me ha aportado mucho. Lo que yo he hecho ha sido incorporar a este mundo lo que yo sé hacer de otra manera. Y el resultado es interesante, sobre todo a la hora de realizar carteles de cine y demás, o sea, piezas que tienen un tiempo muy limitado para hacerse y, mediante la computadora, lo haces más rápido.
Imagínate el difuminado de un fondo así, con cualquier programa gráfico lo haces en dos segundos, y con un aerógrafo puedes tardar mucho tiempo y, a lo mejor, no te queda bien. Además, en la computadora, cualquier cosa que te queda mal, ¡pum!, lo borras y lo haces de nuevo en nada. Yo he llegado a hacer carteles de cine con la computadora en diez minutos, cuando antes me tardaba dos días. Claro, también depende de que tengas la idea exacta de lo que quieres hacer, ¿te das cuenta?
¿Crees que tu trabajo podría haber sido diferente si hubieras tenido acceso a todas las herramientas tecnológicas que tenemos hoy? ¿O no cambiaría en absoluto?
Claro, siempre inciden las cosas nuevas en lo que uno está haciendo, sino no tiene sentido que existan. Lo que no quiere decir que, sin una computadora, no se pueda hacer algo. Porque sí, hay personas que si no las tienen; no sé, es como si las manos se le momearan y no pueden tirar ni una línea. El problema está en que no aprendieron a dibujar, y se sufre mucho ahora, porque el que no sabe dibujar, por ejemplo, si mañana no tiene una computadora, sigue sin saber dibujar.
Mirándolo ahora, si pudieras, ¿hay algún trabajo propio que hubieras cambiado o hecho de otra manera?
Probablemente sí, porque uno cambia, se desarrolla, aprende, se pone bravo con uno mismo, discute, y las cosas cambian. Sí, claro, podría haberlo hecho de otra manera, porque las vivencias y las experiencias son otras. De hecho, yo he diseñado muchos carteles de cine, pero de algunos he hecho tres o cuatro versiones.
Recuerdo ahora Madre Juana de Jerzy Kawalerowicz, que hice en 1961 y rediseñé en 2003, y El Acorazado Potemkin de Sergei Eisenstein, de 1961, que he rehecho varias veces. Por supuesto, sin perder la esencia del cartel. Incluso, hasta se parecen, pero si te fijas bien, verás que hay diferencias.
En mi juventud tuve una necesidad vital de consumir revistas internacionales y publicaciones de diseño, como Graphis, Idea, Novum y otras, ya que en mi país (Brasil) no teníamos nada local. ¿Cómo ha sido esto en su caso particular?
Exactamente igual. Consumía las mismas cosas, porque no había revistas locales y aún seguimos sin tener revistas locales.
¿El término «diseño», aplicado a todo y a todos, incluidos los nuevos edificios residenciales, parece una trivialización de esta profesión?
No. Todo lo que uno hace en la vida, todo lo que uno es capaz de hacer y de solucionar, en todo eso siempre hay diseño. Cuando se hace un dibujo, cuando se hace un plato especial para comer, cuando se piensa: todo eso es creación, todo eso es diseño. Tu vida está diseñada por ti o por las circunstancias, o todo junto, se convierte en diseño, para que tu hagas lo que tú quieres hacer y a veces, lo que tú no quisieras hacer.
Hoy me parece que hay un total desinterés de los jóvenes por la información, el conocimiento, etc. Milton Glaser decía que los estadounidenses desconocen todo lo que sucedió hace más de 5 años. Es un hecho que estamos viviendo un desastre cultural, no solo por lo que se ofrece sino también por la indiferencia de una parte de los jóvenes ¿Cómo lo ves en comparación con otras épocas?
En primer lugar, me parece que tomar a los jóvenes estadounidenses como ejemplo es un error, porque ellos, en general, no son la referencia. Y lo sé de primera mano: hay un alto por ciento que son personas muy ignorantes, que actúan mecánicamente, que solo piensan a través del dólar, a través del dinero; bueno, que eso no es ni pensar. Y repito: creo que los estadounidenses, culturalmente hablando, padecen de ese mal. Y hay gente muy inteligente y valiosa, que casi siempre son venidos de otros lugares, como casi siempre sucede y no solo en los Estados Unidos o en los países grandes, que son conformados prácticamente por emigrantes, y muchas de las cosas que se han hecho, las han hecho ellos. Imagínate: ¡la bomba atómica la hizo un italiano y un alemán, y uno de ellos era judío!
La pregunta clásica: si tienes algún consejo que dar a la nueva generación de diseñadores, ¿cuál sería? ¿Y por qué?
Que estudien.