Hablar de cosas africanas es generalizar demasiado, lo sé. África es un continente vasto y diverso que demasiadas veces simplificamos como si fuera un solo país. Aclarado esto me voy a permitir generalizar, de la misma manera que los diseñadores a veces generalizamos cuando hablamos de objetos de estilo nórdico u oriental.
A poco que uno viaje por su cuenta fuera de los escasos circuitos turísticos africanos y se mezcle con la gente local comiendo en sus bares y comprando en sus mercados, se dará cuenta que aquí las cosas tienen una particularidad; aquí las cosas se parecen a sus dueños. Algunos objetos funcionales y perfectamente contemporáneos muestran a la vez y con orgullo sus raíces ancestrales y las cicatrices de una larga vida junto a sus dueños.
Aquí en África, a base de repararlos, uno les da identidad a sus objetos y estos a su vez definen a su dueño, como devolviéndole el favor. Al contrario de como sucede en los países industrializados del norte rico donde las personas pagan un dineral por parecerse a sus cosas, a muchos lugares de este continente aún no han llegado ciertas modas y mucho menos las marcas. Aquí lo que uno tiene se parece mucho a lo que uno necesita, dentro de sus posibilidades, claro está.
Por sentido común, por cultura, por necesidad, pero también por una gran conciencia medioambiental las cosas en África se recomponen cuantas veces haga falta. Así mientras algo se repara y se rompe, se repara de nuevo y se vuelve a romper…el tiempo pasa, el mundo evoluciona, y las cosas se van transformando y adaptando a su dueño y a sus necesidades.
Claro que una vida tan larga está llena de historias que contar, de relatos, como queda bien decir entre gente creativa. Una de esas cosas actuales con un bonito relato son los bidones de plástico amarillo que pueden verse por toda Africa -su color les da identidad- y que forman una fantástica simbiosis objeto-función-dueño. No hay mas que observar los múltiples y diferentes usos a los que sus dueños las someten. Además de su extrema utilidad para transportar líquidos de diferentes clases, dadas las pocas infraestructuras que existen para transporte de agua o combustible fuera de las ciudades, las he visto utilizar como asiento provisional (o no tan provisional) infinidad de veces. También en muchas ocasiones festivas donde se necesita un tambor se usan como elemento de percusión sujetándolas entre las piernas como un djembé o sentándose sobre ellas como un cajón flamenco. Su sonido, en manos expertas es francamente bueno. Dice la historia que el cajón flamenco (como se le conoce en España) proviene de Perú, donde los esclavos africanos usaban los cajones en los que llegaba la mercancía como elementos de percusión improvisados, al serles prohibido por la iglesia católica tocar sus tambores tradicionales para evitar que se comunicaran entre ellos. Siglos después la historia de alguna manera se repite, y vuelve sobre sus pasos para poner de nuevo en valor una “caja» de plástico amarillo para llevar mercancías con la que hacer música o hacer servir como asiento.
Otro objeto moderno muy común en cualquier lugar remoto son las sillas de plástico monobloc. Estas sillas baratas, que con relación a su precio resultan muy cómodas, últimamente se encuentran por todas partes.
A la gente del campo, de las aldeas de África -lo digo como si se pudiera generalizar así- parecía que les diera igual sentarse en cualquier sitio por incómodo que fuera, hasta que llegaron las sillas de plástico de la mano de los chinos, como casi todo en África. Son invasivas, contaminantes y feas, pero hay que reconocer que para lo que cuestan son muy cómodas, ligeras y versátiles, y ahora se ven por cualquier parte. ¿Contaminantes? Visualmente si, mucho, estropean cualquier paisaje, pero como se reparan, reacondicionan y reutilizan tantas y tantas veces su impacto ambiental se minimiza. Y como hemos explicado al comienzo de este escrito, con el tiempo las sillas se van pareciendo a sus dueños y con cada reparación se adaptan a sus nuevas necesidades o su estilo de vida. También con el tiempo van formando parte del paisaje rural africano, como las radios, los pantalones de tergal, los smartphones, las camisas de manga larga, las chanclas, las antenas parabólicas o las telas de wax, tan africanas pero que suelen ser importadas de Holanda o de la India. Quien haya paseado por África lo habrá constatado. Con todo, es muy común ver sillas de plástico con algunas partes rotas, que han sido reparadas cosiendo con hilo fuerte las dos partes separadas, como también es fácil ver sillas rotas encajadas entre sí de manera que de dos sillas rotas se hace una perfectamente funcional. También es común repararlas con otros materiales tan ajenos al polipropileno, con el que están fabricadas, como la madera o el tubo de hierro, mientras que en muchas ocasiones aprovechando una fractura, la silla se redimensiona para adaptarla mejor a las características del terreno si este es irregular.
Se dice que en el sitio más remoto del mundo sin duda puedes encontrar tres cosas; una gorra de visera, una coca cola y unos pantalones vaqueros. ¡Y por supuesto una silla de plástico añadiría yo!