El problema viene del uso de las palabras. Un uso que, más que atenerse a la semántica (el significado estricto de las palabras) tiende a valorar las connotaciones (los significados subjetivos añadidos).
Me parece que este fenómeno es evidente en el mundo del diseño a la hora de elegir entre dos verbos sinónimos: “diseñar” y “proyectar”. Objetivamente, son más que sinónimos: son dos componentes de una misma realidad indivisible. La etimología latina de ambos términos es bien precisa y sugiere la vinculación entre ellos:
Prōiectum es “lanzar hacia adelante”, como un proyectil, algo que es proyectado por la mente como en un espejo: la idea creativa.
Dēsigno es “trazar”, “dibujar”, “representar” lo que ha sido proyectado: darle forma utilizable para un fin preciso.
Por tanto, decir “diseño gráfico” es decir literalmente “diseño dibujado”, una redundancia.
El todo, o sea las interacciones entre la ideación y su representación material, puede llamarse proyecto, proyectar o diseño, diseñar según se quiera poner en valor la idea creativa o el producto final. Sin embargo, siempre será una definición parcial, incompleta.
Pero si esta es la lógica, las connotaciones pesan más, y comprendo que los profesionales prefieran definirse no como proyectistas sino como diseñadores, que tiene más glamour.
¿Cuál es el problema? El punto de partida, el autodefinirse por lo que yo hago y cómo lo hago: el oficio y el producto (mentalidad egocéntrica heredada de la era industrial). En la era de la comunicación y la información, deberíamos pensar con otros parámetros, orientados no a mi trabajo sino al destinatario humano y social de mi trabajo: eso es, comunicación visual. Aquí lo dejo.
No es mi fuerte discutir de palabras. Pero me resulta chocante -y es lo que ha motivado este escrito- leer generalizaciones abusivas que llaman la atención, como las de Alice Rawsthorn, una autoridad: “Todo es diseño”, “Todos somos diseñadores”, o más concreto: “Las redes de voluntarios organizándose para repartir comida a personas vulnerables. Todo esto es diseño” (El País Semanal, 23-05-21). Perdón, pero eso no es diseño, es una iniciativa social meritoria y encomiable. El hecho de que las redes de voluntarios “se organicen” (que es lo que llaman diseño) no es lo fundamental ni es diseño: es pura logística.
Lo relevante verdaderamente es el hecho humanitario de ayudar a los necesitados. Entonces resulta que lo que se destaca no es la iniciativa, la comida ni quienes se benefician por ello. El que eso haya sido organizado o espontáneo (diseñado o no), es lo de menos.