A Albert Culleré
Cuando entré en el jardín de la Fundación Maeght en Saint Paul de Vance, en la Provenza, me sorprendió un extraño y cotidiano objeto: el monumento a la Silla, de Jean Dubuffet. Fue un choque que nunca se olvida. Lo que desconcierta es la sobredimensión del objeto, una silla gigante, y la negligencia con que está hecha. Esa gran escultura en resinas de colores es la antesala de las sorpresas que continúan en el interior.
Actualmente, una espectacular exposición de Dubuffet ha estallado en el Guggenheim de Bilbao. Es como un faro que intercambia guiños de complicidad con otro faro, el de la espléndida exposición de René Magritte en CaixaForum de Barcelona.
Estas dos grandes luminarias nos orientan entre el ruido de los mercadillos y la locura de las casas de subastas donde cualquier cosa se cotiza en millones de dólares por la única razón de que quienes acuden no saben qué hacer con tantos millones.
Dubuffet y Magritte son oxígeno puro para nuestras neuronas. “Ferviente Celebración” es el título de la exposición del primero. Todo esto junto me lleva al comienzo. Cuando asomaron las primeras señales de Dubuffet, mi amigo Gillo Dorfles, artista y crítico de arte de primera fila, fue el más madrugador en avisar al mundo: “atención a Dubuffet, aquí viene algo nuevo”.
La historia de este recién llegado es curiosa. Comerciante de vinos hasta los 41 años, de repente abandona el negocio familiar y se decide a ser él mismo. En su Biografía a paso de carga (Síntesis, Madrid 2004) Dubuffet escribe:
“En mi pequeño taller (…) abordaba mi nuevo trabajo de pintar desde una posición desconocida hasta entonces. Arrumbada toda aspiración a hacer carrera y cualquier preocupación por su mérito, aspiraba solamente a que me sirviera como distracción de diletante. Por otro lado, mis puntos de vista y mis criterios sobre el arte habían cambiado. Cuestionaba todos los valores y la creación artística me parecía que no necesitaba de esa destreza que me había esforzado tanto en adquirir. Me interesaban los dibujos de los niños. Por primera vez me di carta blanca por completo para pintar con absoluta libertad (…) experimentando en todos los sentidos e incluso preferentemente contra el sentido común”.
Dubuffet no solo inventó el Art brut, produjo una obra diversa y cuantiosa que es conocida en todo el mundo. Conservo una reproducción de su óleo sobre tela Opéra Bobeche (1963). Tengo varios libros de sus experiencias gráficas y matéricas, y colecciono los “Catálogos de los trabajos de Jean Dubuffet” publicados en Suiza por Jean-Jacques Pauvert; entre ellos Mirobolus, Macadam et Cie y Les Phénomènes, que culminan en el catálogo número XX con l’Hourloupe, abarcando así su obra desde 1942 hasta 1964.
Seguramente lo menos conocido de Dubuffet son sus Poèmes hechos con palabras inventadas. Reproduzco aquí dos de sus poemas caligrafiados FE e INCANTATE, que forman parte del libro Le Mirivis des Naturgies (1963).