Para Pito, Pere y Ricard
Maurits Cornelis Escher, nacido en 1898 en Leeuwarden, autor de una obra gráfica deslumbrante, nos llega en el marco, no menos deslumbrante de su actual exposición en las Reales Atarazanas de Barcelona.
Todo el mundo conoce ese universo inquietante y original de Escher. Sus primeros grabados, sus espacios ilimitados, sus círculos y espirales, sus reflejos, inversiones, poliedros, ascensiones-descensiones sinfín, sus conflictos entre el plano y el espacio, sus construcciones imposibles.
Todo el mundo conserva en la retina las metamorfosis y torbellinos, sus superficies esféricas, sus nudos, espirales y cintas de Moebius, sus cubos mágicos, sus gravitaciones, lo que sería estúpido por redundante -y por imposible- describir aquí con palabras. Las obras de Escher hablan a los ojos.
Me parece más interesante hablarles de sus experiencias, pues sus obras ya están a la vista. Puede decirse que la génesis de su obra arranca en su infancia, entregado apasionadamente a la técnica gráfica. El dominio de su oficio era para él un ideal. Realmente alcanzó ese dominio prodigioso, así como el conocimiento profundo de las propiedades de la materia y el arte de servirse de esa materia y de los instrumentos que él dispone (sus manos en primer lugar) con seguridad y una eficacia sorprendente.
Escher confiesa que se encontró a sí mismo en ese estado de ilusión durante años, pero un día se le cayó la venda de los ojos. Se dio cuenta de que ese dominio poderoso de la técnica no era su auténtica finalidad. Sentía otro deseo antes desconocido. Le venían a la mente ideas que no tenían nada que ver con el oficio de grabador, ideas que le fascinaban tan fuertemente que sentía un impulso irrefrenable por comunicarlas. Y era imposible hacerlo con palabras. Aquellas sensaciones extrañas no pertenecían al mundo literario. Sólo serían comprensible bajo forma visual.
El medio devenía menos importante que antes. Comparando el nacimiento de un grabado de un periodo técnico con una estampa que expresaba una serie de ideas, se dio cuenta de que esos dos periodos son casi opuestos uno al otro.
Sin embargo, el espectador constata, fascinado por la trama compleja de su obra, que nunca pudo separarse de su técnica. Escher es uno de los ejemplos más flagrantes de la interdependencia cerrada entre una técnica dominante de todos los recursos posibles y una imaginación fantástica, alucinante, compleja.