Norbert Wiener, un intelectual apasionado y un innovador de gran originalidad en diversos campos, escribió: “El pensamiento de cada época se refleja en su técnica”, lo cual es evidente desde la edad de piedra hasta la era digital.
Añadamos otra premisa del mismo autor: “Inventar requiere el clima intelectual conveniente” (en un libro escrito en 1954 y publicado en 1993). En efecto, en la edad de piedra ya se estaba pasando de la evolución genética a la revolución cultural de homo sapiens con su cerebro complejo.
La invención, según Wiener requiere tres fases: el clima intelectual en el que afloran las ideas; el clima técnico, que depende de la existencia de técnicas y materiales apropiados (de la piedra al silício y el grafito, por ejemplo); y el clima social, o sea la socialización de lo inventado, aceptación y adopción por la sociedad: es cuando se inicia el ciclo sociocultural. Viene entonces una etapa posterior que dependerá del clima económico: financiación, explotación de lo nuevo.
El cumplimiento de estas fases hace que las ideas florezcan y prosperen con mayor o menor incidencia en la vida de las sociedades. Así fue la génesis del arte en el paleolítico (excepto en la etapa de la economía, que entonces obviamente no existía tal como nosotros la conocemos). Y así lo hemos vivido nosotros con la Revolución Científica de 1948, bajo la influencia -todo sea dicho- del gran aporte del citado Wiener: la Cibernética.
En efecto, la Revolución Científica enterró la Revolución Industrial que había durado más de dos siglos y había sido el motor del sistema económico. La tecnociencia transformó el mundo de pies a cabeza incluidos los modos de pensar y los comportamientos individuales y sociales.
Los mecanismos fueron sustituidos por los automatismos; la electricidad fue superada por la electrónica; la economía de producción fue sustituida por la economía de gestión; la cultura material reemplazada por la cultura de los intangibles (información, significados, valores); las cosas sustituidas por datos; el obrero por el operador; los productos por los servicios; la presencia por la telepresencia; la intuición y la creatividad por el algoritmo.
Desde entonces, los humanos intercambiamos materia, energía e información. La información, que ahora se puede medir en bits, es un compuesto psicomatemático: matemático porque es cifrable en “unidades de información”; y psíquico porque la información contiene “átomos de conocimiento” que el individuo extrae e integra a su reserva cultural.
Lo anotado hasta aquí (abusivamente simplificado) es un esbozo de un aspecto sustancial del mundo y de las vidas de todos nosotros. Una porción de la creciente complejidad, irreductible, pero que estamos obligados a gestionar. Poner aquí negro sobre blanco la tendencia del universo humano hacia la complejidad, la saturación y el desorden, pero a la vez la fuerza de las cosas más allá de las leyes, puede ser un paso para empezar a comprender dónde estamos.