Fulchignoni bautizó el siglo XX como la “civilización de la imagen”, Gillo Dorfles se preguntaba si no sería más bien una “incivilización”; Giovanni Sartori fue más allá con su libro Homo videns. La sociedad teledirigida (obviamente, por imágenes), y Guy Debord diagnosticó La sociedad del espectáculo (obviamente visual).
Con el boom de la televisión, la informática, internet y la panoplia de los gadgets tecnológicos de consumo -los self media-, rivalizando con los mass media desde las redes sociales, tejen una madeja de imágenes, datos, basura e información entremezcladas que invaden las mentes compitiendo con la contaminación del planeta.
Ya en la cultura mesopotámica de 6.000 años atrás nacía el Signo, derivado de la imagen. Se trazaban los signos de la escritura y los numerales sobre tabletas de arcilla para los cálculos contables de la administración. Con el ángulo recto, rectángulos y trapezoides calculaban las superficies. Y los matemáticos y astrónomos de la Grecia precristiana expresaban por medio de cicloides y parabólicas los invisibles movimientos celestes. De lejos nos viene la imaginería científica.
De la realidad aumentada (rival de la nanotecnología) son herederos los modestos prismáticos, la lupa, el microscopio, igual como los rayos X lo son de la potente imaginería neurocientífica, médica y de todo tipo. Ésto, coordinado con la robótica, no solo prolonga, aumenta y profundiza la visión del cuerpo enfermo sino que guía la teleacción de la intervención quirúrgica, los micromovimientos más delicados y precisos del robot teledirigido operando a grandes distancias: no solo hay telecomunicación (intercambio de datos) sino teleacción guiada por la imagen. Y así sucesivamente, desde lo infinitamente grande a lo infinitamente pequeño, todo es materia de la visión.
Los humanos hemos devenido contenedores de imágenes, sujetos contenidos dentro de imágenes, productores y usuarios, memorias, consumidores, manipuladores de imágenes y manipulados por las imágenes. Algún día había que averiguar por qué.
A este propósito, y pensando en el juego de seducción de las imágenes, nos hacemos algunas preguntas: ¿Es la potencia ubicua de las nuevas tecnologías y sus capacidades asombrosas lo que hiperestimula la insaciable voracidad visual? ¿O es, por el contrario, esa bulimia insaciable de imágenes la que empuja al desarrollo creciente de la tecnología visual que tenemos?