A Jorge Wagensberg in memoriam
La forma más antigua en que los egipcios visualizaron el alma (Ka) era la sombra. Toda representación es una mediación. Producir imágenes (sombra, reflejo) es magia. La función mágica de la sombra: captura el modelo al duplicarlo. La función mágica del espejo: le devuelve la semejanza al representarlo.
La mayoría de las producciones y las interpretaciones medievales del mito de Narciso han perpetuado el juego semántico entre “imagen proyectada” e “imagen reflejada”. Ambos términos han sido durante mucho tiempo intercambiados, sinónimos.
Sombra, reflejo y sueño son mágicos porque son inmateriales e intangibles, pero siempre recurrentes porque vuelven y desaparecen: es el círculo del eterno retorno, que es propio de la magia.
La pintura occidental a partir del Renacimiento será claramente fruto de la obsesión por lo idéntico. Se dice que el arte de la pintura nació con la sombra; la sombra proyectada de alguien sobre la pared que alguien resiguió y ahí quedó trazado su perfil. Mitologías. Eso nunca será posible demostrarlo.
El bisonte embistiendo, las manadas de caballos salvajes, los tropeles de antílopes, las escenas de caza que son lo propio del gran arte parietal de la prehistoria, fueron pintados de memoria. ¿O es que alguien cree que esos animales salvajes permanecían en pose pacientemente hasta que el artista terminara su trabajo?
He empezado con una poética de la forma y acabo con su realismo esencial. La morfogénesis. Las formas de la vida, de la naturaleza, de lo viviente. Aquellas que se transforman, se desarrollan y se autopropagan. La geometría de las plantas y las flores, sus ondulaciones, los ritmos de las arquitecturas vegetales. Las formas esféricas que se repiten en el macro y el microuniverso, como las hexagonales, espirales, helicoidales y trenzadas, angulares, cónicas, en arco, parabólicas, fractales. Así como las estructuras arborescentes, radiales o en red que se multiplican en una exuberante proliferación y una inmensa variedad a lo largo del espacio y el tiempo. Ellas no son -como decía Wagensberg-, más que un reducido repertorio de “formas-matriz”. Tan inagotables y omnipresentes. Y sin ser nunca redundantes. Esa es la lección de la naturaleza.