La columna de Joan Costa en Experimenta. Hoy: Info-grafía

La columna de Joan Costa: La Silla

Divertimento dedicado a mi hermano,
que sabe de qué va

El Arte, además de otras circunstancias más prosaicas, ha instalado en mi museo imaginario el icono de la Silla.

Inaugura esta Galería mental La Silla de Van Gogh, una imagen memorable que viene a ser un autorretrato simbólico del atormentado artista holandés.

Incorporé después la Silla de Jean Dubuffet (padre del art brut), una escultura expuesta en los jardines de la Fundación Maeght en La Provenza mediterránea, que me impactó.

El contraste entre la introvertida silla de Van Gogh encerrada en su humilde habitación, y enclaustrada a la vez en el silencio de su Museo en Amsterdam. Y por su lado la silla monumental y malforjada con displicencia de Dubuffet, abierta a los cuatro vientos, constituyen la brutal oposición de ambas imágenes en los extremos de mi museo mental.

Ese espacio vacío entre las dos sillas representadas, convoca en mi imaginación el espíritu de su matriz común: la Silla real y verdadera, objeto modesto y ubicuo de la vida cotidiana. Ésta, al verse reflejada como en una galería de los espejos, toma conciencia de su centralidad y se reivindica a sí misma como un invento que la humanidad le reconoce: “He hecho a los humanos sedentarios, les doy descanso, relax… eso sí, junto con mis descendientes, familia numerosa que me llena de orgullo: el taburete, la silla alta infantil, la silla plegable, la butaca, el diván, el sofá, la mecedora, el trono real, el sofá-cama, la cama, la hamaca, la silla giratoria, la silla de ruedas…” “¡Y la silla eléctrica!” suelta la voz explosiva de Dubuffet, harto de tanta presunción.

La voz de Van Gogh interviene: “Amiga Silla, el hombre prehistórico, nuestro predecesor, se sentaba en una piedra, en un tronco caído o en el suelo sin esperarte a ti”. Y así le bajaba más los humos: “Fíjate que la más alta actividad intelectual de la humanidad, la capacidad de reflexión filosófica, ha sido representada por Rodin con El Pensador, sentado para concentrarse mejor… pero no en una silla. ¿Cómo podría pensar el pensador sino sentado?”.

(Cuando escucho esto me viene a la memoria mi amigo el filósofo Vilém Flussser, que no podía filosofar sentado. Tenía que moverse, andar, dar vueltas por la habitación, caminar, pasear…)

Las protestas de la Silla real suben de tono y me devuelven al debate. Ella se defiende. “Ustedes dirán lo que quieran, pero si existen es gracias a mí. Y vuestro colega René Magritte os dio una lección de humildad cuando escribió al pie del dibujo de una pipa: “Esto no es una pipa”, porque no se puede fumar con él. Vuestras sillas no sirven para nada, porque nadie se puede sentar en ellas. Sois un estorbo”. La discusión se desmadra. “Tú no eres más que un objeto vulgar. Nuestro arte te ha dignificado. Sin nosotros serías sólo una ‘cosa’. El arte te ha hecho famosa, inmortal. Te ha elevado a la gloria mayor. Ahora eres exhibida con todos los honores en museos de todo el mundo, revistas, libros y documentales de Historia del Arte. Pero no por ser una silla, sino por ser obras de arte, y por eso te paseamos por todos los escenarios de la cultura”.

La palabra pronunciada “escenario” me distrae de esa discusión enojosa y me transporta al teatro de mi museo imaginario. En este momento ha comenzado aquí la representación de la obra Las sillas, del gran Eugène Ionesco, máximo representante del teatro del absurdo. Esta obra es una extraña historia de sillas… ¡ausentes! Escrita en 1952 cuando el autor tenía cuarenta y tres años, mezcla los elementos cómicos surrealistas y los de cariz trágico.

Ionesco sitúa en el escenario a una pareja de ancianos aislados en una torre. Para justificar los fracasos de su existencia se inventan figuras, entre otras, el Emperador. Poco a poco empiezan a aparecer sillas que van ocupando el escenario y agrupándose alrededor de los dos personajes. Cada vez más acorralados y oprimidos, entran en pánico. En el momento más agudo, se les aparece la figura del Orador. Para ellos, esta llegada es la liberación total. Las sillas han desaparecido.

Ahora mismo, mi mente desconcertada brinca de silla en silla y se encuentra de sopetón al otro lado del charco. En un teatro de verdad que fue fundado hace 30 años en Mendoza, Argentina. Jamás ha sido representada allí Las sillas de Ionesco. Se llama “Teatro Las Sillas”.

Si quieres comentar, discutir, aportar o simplemente contactar a Joan por el contenido de sus columnas, puedes escribirle a jci@joancostainstitute.com

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