La verdad es una mentira que resiste, responde Pitigrilli. Esta respuesta crítica tiene dos lecturas. Vale la pena que aprendamos la lección.
Si, tal como afirma el autor, una verdad es una mentira que resiste mientras dura, es decir mientras es aceptada por la mayoría como tal, eso significa que tarde o temprano caerá. En conclusión, que no habría verdades puras y eternas. Una verdad enterraría a la otra engañándonos así los unos a los otros.
La otra lectura posible es menos filosófica y más actual, también más real. Si lees la frase al revés, te dice algo que, sin embargo, todos ya sabemos, pero somos perezosos incorregibles y no le hacemos caso a lo que de verdad nos conviene. La frase invertida significa que si lanzas una mentira y logras que se propague y se meta en la cabeza de la gente, habrás fabricado una verdad (que será provisional, pero la gente no lo sabe).
¿No te suena Trump, la posverdad, las fake news y las medias verdades, que al fin y al cabo son lo mismo: mentiras?
Como que vivimos en el sistema de consumo, todo lo tragamos compulsiva y aceleradamente, y lo olvidamos con la misma inconsciencia. Esta sociedad necesita el espectáculo para mantenerse distraída. Fíjate que hasta la justicia es un circo. Netflix es la industria pesada del story telling y las apariencias. Mientras tanto, los algoritmos nos vacían sin que nos demos cuenta y nos devuelven nuestras propias huellas manipuladas según los intereses de quienes las manejan… ¡y nos quedamos tan anchos! Entonces resulta que todo es ficción, simulacro, apariencia. Y apariencia es lo que aparece y parece ser. Como la verdad según Pitigrilli.
He aquí la lección, aunque presumo que no la aplicarás. Por mi parte, hace años que no uso móvil ni tarjeta de crédito, no tengo blog ni frecuento las redes sociales. Ya tenemos bastante basura analógica.
Me despido con un recuerdo para ese escritor italiano olvidado, que firmaba con seudónimo (nombre falso); una mente interesante, imaginativa y vivaz que no tenía pelos en la lengua. Cuando le preguntaban por qué había elegido ese seudónimo, respondía: “para poder poner los puntos sobre las íes”. Publicaba en La Codorniz, la revista más inteligente de toda la época franquista. En aquellas páginas, desde Álvaro de la Iglesia a Herreros, Gila, Tono o Miura, todos hacían lo mismo que Pitigrilli con las íes.