¿Puede un evento de hace 6 millones de años, ser noticia hoy? Para muchos sí, pues la información solo existe para quien la posee.
El evento al que me refiero hoy fue nada menos que la aparición de la especie humana, ¿te suena?
Pues sucedió que seis millones de años antes de nosotros, el primate orangután evolucionaba a primate humano. Aparecía homo erectus, que fue el origen de nuestra especie, y se llama así porque el primate se puso en pie, adoptó la posición vertical permanente y echó a andar.
Con la posición vertical el homínido liberó las manos de la anterior servidumbre locomotora. No olvidemos aquí la importancia del pulgar en una mano que antes era garra: la oposición del pulgar con los otros dedos permitió hacer la pinza con ellos y aumentó la precisión graduando la presión, así aumentó también la fuerza de agarre cerrando el puño. Estos mecanismos hicieron de la mano un instrumento polivalente: lo mismo puede hacer cosas como cortar la piedra y fabricar herramientas, o trazar contornos, dibujar bisontes e inventar el arte.
De golpe, el bipedismo abrió la posibilidad de una transformación en cadena, evolución que llevaría de erectus a sapiens. La posición vertical libera la mano, la mano libera el maxilar, pues la cabeza -que había estado millones de años colgando del cuello a ras del suelo-, ahora asciende a la cima del esqueleto. La liberación del maxilar libera la caja craneana de los constreñimientos mecánicos que pesaban sobre ella, y esto facilita el aumento de la masa cerebral, que se desarrollará progresivamente coincidiendo con el cambio de alimentación animal. El cambio climático había arrasado la selva que se transformó en sabana poco arbolada y eso obligó a cazar para subsistir. La alimentación animal aporta energía al cerebro y se digiere antes que la hierba y raíces, que requieren un masticado lento y aportan poca nutrición.
La liberación de las manos modificó asimismo la posición de la clavícula, el hombro, el brazo, el codo y la caja torácica, igual como la pelvis y la rodilla, que desarrollaron otras articulaciones y capacidades autónomas. La posición vertical introdujo transformaciones esqueléticas, musculares y orgánicas. La verticalización del cuerpo elevó la posición de los ojos y aumentó el alcance de la mirada; la visión binocular ganó en perspectiva y agudeza, dominó panoramas más amplios, pudo calcular distancias y planear decisiones de ataque, defensa y adelantarse a las oportunidades. Pudo captar mejor el relieve, los volúmenes de las cosas y los colores: se impuso así el canal visual por encima del olfato, que era esencial para el animal. Por último, la posición vertical permanente favoreció el alargamiento de la faringe, y se formó una caja de resonancia con el paladar y con la extensión de las cuerdas vocales y su capacidad vibratoria; así, poco a poco, pudimos articular los sonidos del habla y nacería el lenguaje.
Pero queda algo que es menos conocido en toda esta revolución evolutiva. Con la posición vertical permanente, al soltar los brazos y flexibilizar las piernas, erectus desplegó una nueva gestualidad y una nueva dinámica, ya lejos de los limitados movimientos del animal.
Y con esa capacidad surgió la comunicación. El primer esbozo de lenguaje. Que fue gestual. Gestos, signos, señales y señalaciones suplieron los chillidos y gruñidos que delataban su posición a los temibles depredadores hambrientos. El primer lenguaje, gestual, fue obviamente, visual. Todavía hoy, lo que llamamos “lenguajes no verbales” incluye el lenguaje de los gestos. Que acompaña, inevitablemente, nuestras conversaciones y expresiones verbales.