No cabe duda de que vivimos en la edad de oro de la liberación. Cuando el gen se libera del cromosoma, se convierte en información. Cuando la razón se libera del ser humano, se convierte en inteligencia artificial. Cuando los acontecimientos se liberan de lo real, se convierten en medios. Cuando el arte se libera de la belleza, se vuelve conceptual. La técnica lo libera todo y lo condena a la infinita reproducción y manipulación. Lo que Benjamin ya había visto en el campo del arte a causa de la reproductibilidad técnica era, precisamente, el síntoma de esta anomalía, proceso que terminaba con la atrofia total del aura de las obras. Benjamin identificó el aura con la singularidad, es decir, la experiencia irrepetible del original. Pero vale preguntarse ¿se puede hablar de original en la era de la reproducción técnica, de la inteligencia artificial, de la virtualidad, de la viralidad, de la clonación? La técnica permite la liberación radical y la reproducción automática del mundo y de todas sus infinitas posibilidades.
Donde hay una máquina, hay ausencia de un ser humano. La colonización de la tecnología sobre nuestras vidas nos está llevando a repensar los límites entre el ser humano y la máquina, entre el espíritu y el software, entre lo natural y lo artificial. Todas las categorías de ser humano, identidad humana y cuerpo humano se han vuelto tan porosas y flexibles que predisponen al ensamblaje humano-máquina. Las máquinas se humanizan y se perfeccionan, a la vez que la Naturaleza Humana se vuelve más indefinida (una indefinición que lleva a la indiferencia). Mientras que en el mundo digital aumenta la alta definición, en el mundo real, los binarios estándares (belleza/fealdad, hombre/mujer, humano/inhumano) parecen desvanecerse con los protocolos del paradigma posmoderno.
El humanismo original, el de las nociones liberales de la Ilustración, afirma que la Naturaleza Humana es un estado universal a partir del cual emerge el ser humano, y es sólo cuando nos liberamos de la idea del hombre es que podemos pensar en los humanismos post y trans. Todas las energías de nuestra civilización van hacia el posthumanismo, hacia la fusión total del hombre con las formas no-humanas (fusión, que no es más que otro nombre para desaparición); proceso que se cree culmina en la llamada Singularidad Tecnológica. La paradoja es que se habla de singularidad, pero no en términos de alteridad y excepcionalidad sino, todo lo contrario, sobre un acontecimiento que precisamente acaba con la singularidad humana. Adiós a los universales antropológicos, al antropocentrismo, al ser humano como sujeto transcendental y singular. Este paso del humanismo moderno al posthumanismo posmoderno no es más que una mutación que solo puede hacerse posible con la deshumanización del hombre, y no con su perfeccionamiento. Y si desaparece la diferencia entre el ser humano y la máquina, el dilema eterno también desaparece.
¿Ser o no ser humano? esa es la pregunta hoy. Teniendo todas estas tecnologías, estas posibilidades, estas mejoras, estas promesas ¿por qué quedarse aun con la idea limitante de la naturaleza humana? Somos testigos de una especie que parece no poder aceptar su propia singularidad, que se abandona a sí misma ante la idea de la Singularidad Tecnológica. Pero hay algo cierto: ni la complejidad de la máquina más avanzada ni el deseo de humanizar dicha máquina podrán jamás duplicar la singularidad de la Razón humana. El pensamiento nunca puede intercambiarse por un artificio, no puede tener un equivalente maquinístico: el pensamiento es singular y produce acontecimientos singulares. Cada segundo, cada momento, el pensamiento produce nuevas formas en la realidad, y es su singularidad radical la que se resiste a la homogeneización global de la técnica y, sobre todo, al proyecto perverso de la singularidad tecnológica.