Durante mediados del s. XX y a principios del s. XXI, el diseño en su desarrollo y en cada acción tomaba forma o definía sus propuestas, intenciones o acciones promotoras, creativas, buscando ser elegida, aceptada, en espacios complejos: como rizomas, de desarrollos arbóreos complejos, materializados en una infinitud de posibilidades y de respuestas. Y como las decisiones se dispersan, si decidimos actuar en estas decisivas coyunturas, vemos que existen muchas alternativas. Pero no estamos dotados de un saber absoluto, ya que si lo tuviéramos, esto nos permitiría en toda circunstancia tomar la mejor decisión. Esta indefinición en la resolución de problemas determinados influenciado por múltiples visiones o percepciones, según Eric Sadin: (…) es una incertidumbre persistente que confluye acompañada de la duda. Esta situación es la parte trágica, y que hasta ahora se ha considerado insuperable, en la existencia.
En todo proceso de diseño siempre es posible establecer un tándem con la ansiedad durante todo el proceso del proyecto, siendo ésta una presencia constante. Durante mediados del s. XX hasta principios del s. XXI, han surgido diferentes situaciones e inseguridades que constituyen riesgos constantes.
El hecho de que estas presencias, como la duda y la indefinición, estén llenas de indecisión e intereses o rivalidades, y que los cuestionamientos nunca cesen, hace que las actividades del diseño parezcan depender de lo abstracto, teórico, especulativo o estético. Pero su verdadero propósito es que el diseño se inserte y sirva para espacios de vida específicos, de tal manera que responda a esas dimensiones utilitarias. El diseño no debería pretender instalarse en cavilaciones, especulaciones o titubeos inútiles que le impedirían su desarrollo en cuanto a la viabilidad de todo producto. Sin embargo, también es posible que durante el tiempo de los titubeos, desde la reflexión, puedan surgir posibilidades.
A mediados del s. XX, los procesos y desarrollos del diseño se estructuraron mediante leyes, reglas, éstos inmiscuidos en contextos metodológicos, hacia derivaciones propositivas prácticas. Se inscribía en escenarios que le permitirían fundirse en corrientes e influencias que no conocieran vaivenes continuos y peligrosos, pero también en situaciones menos seguras desde una seguridad, digamos, más voluble, interviniendo desde la razón y la sensibilidad, en espacios más intuitivos, al fin creativos, afortunadamente sujetos a los tanteos subjetivos e idiosincráticos. “Estructurar y fijar objetivos determinados y los medios (sean, cuales fueren) destinados, necesarios para poder alcanzarlos».
El desarrollo veloz de la «sociedad de consumo» después de la Segunda Guerra Mundial hizo que las empresas prestaran más atención al aumento de la presión competitiva. Se demandaba de forma eficaz una constante regularidad, y entre los profesionales expertos de diversas áreas se requería la experticia y los métodos del Diseño como iniciador de propuestas, también desde su propia idiosincrasia: la crítica.
Muy pronto, hacia fines de la década del setenta, se generalizó la costumbre de colaboraciones entre empresas e institutos de asesoramiento. Estos ponían a disposición equipos especializados que se suponían al tanto de las últimas evoluciones, con el fin de evaluar la marcha general de los asuntos y los ejes estratégicos a adoptar, para eventualmente contribuir a definirlos mejor. A partir de este estado, se proponen nuevos métodos organizacionales que son resultado de lo comentado sobre la duda, las decisiones o la indefinibilidad. En los años noventa, a partir de estas nuevas experiencias en las empresas, se propusieron herramientas de ayuda a la toma de decisiones que se elaboraron gracias a los avances de los trabajos matemáticos que trataban particularmente sobre las arborescencias decisionales, tomando en cuenta un contexto amplio, la pluralidad de los factores en juego y el repertorio de alternativas que iban apareciendo en cada etapa. Estos sistemas hacían más creíbles las elecciones o decisiones.
El diseño, desde su continuo devenir proyectivo, hoy se prefigura en un viraje de sentido y de indefinición predeterminado e interesado, dictado por la verdad irrevocable algorítmica, anulando toda crítica propositiva humana. Estableciendo una automatización automática de sistemas por la «inteligencia artificial» mediante la aprehensión de datos indexados, estableciendo una tautología didáctica mediante learning data, creando patrones y tomando decisiones con mínima intervención humana, hacia constituirse en esferas, como las mónadas, según el sistema de Leibniz, un «sistema inmunitario espacial» según Sloterdijk, «envueltos por un halo que los aísla».
«Las mónadas son unidades (como átomos espirituales) dinámicas con una fuerza interior. No tienen ventanas al exterior, pero sí tienen percepción y apetición. Todas son diferentes, y hay diferentes tipos de percepciones.»
Creo que sería conveniente que, para romper este encantamiento algorítmico provocado por la indefinición y la duda, el diseño se instale en el límite. Se debería paliar la dicotomía entre el organicismo mecánico, tecnológico y el organicismo natural, ya que es un factor determinante, contingente en la aplicación de propuestas. Creo que no debieran de desaparecer del todo la indefinición y la duda, afines a todo proceso creativo sin complejos.
Notas complementarias
Sadin Éric. “La inteligencia artificial o el desafío del siglo. Anatomía de un antihumanismo radical” ed. Caja negra Buenos Aires Argentina, 2020.
Leibniz. Biblioteca de Filosofía Word Press.
Sloterdijk, Peter “Esferas I” ed.Siruela, 2017.