La segunda Revolución industrial según Hall Foster supuso “un crecimiento importante en la estrategia basada en una economía política basada en el signo”.
Signo como producto mercancía, conjugado mediante el vocabulario formal aportado por la “modernidad”: elementos, formas materiales y procesos determinados se alinearían con facilidad en sistemas productivos y comerciales.
Este planteamiento es retomado constantemente, sobre todo en los productos que constituyeron el espacio cotidiano, repertorio inserto en las dinámicas proyectivo formales, fundamentadas en el prestigio de la arquitectura, traducidas hasta pasar a ser finalmente instrumentalizadas por las lógicas en los procesos industriales: Las estructuras de la mercancía y del signo se revitalizaron mutuamente, de modo que las dos podían circular como una, como productos imagen con valor de cambio en cuanto signo.
Se hizo necesario aportar, mediante diseño, la intervención en las carcasas, carrocerías, envoltorio, packaging de los productos, a consecuencia del crecimiento de la evolución en el espacio competencial de los mercados; ya no bastaba el producto en su justeza formal-constructiva. El qué funcional, desde sus calidades y eficiencias de los productos fabricados y que consecuentemente tendían a durar como ocurría en la época preindustrial o artesanal; había que idear nuevas seducciones, así que el envoltorio se hizo más importante que el producto en sí.
En nuestro tiempo los productos “se cargan de deseo”, buscando no solo su utilidad. En este sentido Ortega y Gasset dice:
“No es para mí primero una cosa que está ahí por sí y sin referencia alguna a mí, y que luego me resulta útil o perjudicial. Recuerden ustedes que mi circunstancia se compone solo de lo que existe para mí solo eso forma parte de mi vida y solo lo que forma parte de mi vida existe (…) Pero esto significa que no existe sino en cuanto actúa efectivamente sobre mí, es decir en cuanto funciona”.
Desde la propia acción en la vida, como mediadoras con el mundo, las cosas en el espacio cotidiano, los objetos, transformados en artefactos, se exhiben interpelando desde su condición, destacándose, buscando un partener. Citando a E. L. Francalanci, subsiste aún una idea moderna “desde la ‘Filosofía del Arte’ o también como teoría ‘del sentir’ (…) frente a los contenidos, de la realidad”.
Los objetos materiales o inmateriales se enmascaran, pierden su apariencia anterior, buscando hacerse presentes mediante formas que signifiquen estados, como anhelo, identidad o servicio, protección, expresando sensibilidades simbolizadas en las superficies de los productos: objetos que se invisten en su superficie desde apariencias, o desde metáforas de los no objetos expresados o figurados por la virtualidad tridimensional o tetradimensional, interactivos dentro de las potencialidades del espacio digital o en realidades ampliadas, creando nuevos productos incorpóreos que a veces no tienen precedentes con lo que entendemos como real.
Según Ernesto L. Francalanci, y citando a Ezio Manzini: “(…) Los territorios de lo imaginario y objetos virtuales o híbridos sitúan, representan las nuevas fronteras de la producción industrial”.
En consecuencia, la esteticidad difundida no se observa solo desde lo ornamental o decorativo, sino que es entendida y experimentada en una constante acción del vivir, “su objetivo se cumple con la superación efectiva de la diferencia entre lo esencial y lo no-esencial entre la comunicación y el arte”.
Esta dinámica se quiso superar enfrentándose a los planteamientos de la modernidad, mediante la materialización de las propuestas posmodernas, no sin riesgo de caer en el kistch; supuso una contestación frente al producto industrializado en el cual la metáfora era la eficacia. El posmodern design destacaba por un estilo, rehabilitando las formas desclasificadas del Movimiento Moderno.
Esta situación perdura hoy de forma sedimental en las soluciones formales de los objetos para el hábitat, investigando soluciones híbridas… manifestación híbrida del diseño y el arte, “categorías como lo cálido, lo auténtico, lo sostenible o soluciones que destacan en lo cotidiano, como lo banal, lo clásico interpretado o lo familiar, desvalido…”. Todo un repertorio vigente, instrumentalizado para proporcionar estéticas infundidas, no condicionadas por la experiencia desde lo sentido en la cotidianeidad por las personas, sino por un ansia de teatralización de la realidad que constantemente dirige un ente hoy difícil de definir como el mercado
Durante estos días he estado leyendo sobre el fenómeno de lo cuqui… y coincidiendo con el tema de este artículo, referido al simbolismo y la significación de las cosas. Simon May apunta, en su interesante libro El poder de lo cuqui, que los objetos, cosas que se hacen presentes desde una intención voluntaria, proyectada, a priori o no, se exponen a la percepción desde configuraciones simbolizadas. Como apunta su autor, son más bien contradictorias, y nos presenta ejemplos como: la gatita Hello Kitty , Pokemon, Mickey Mouse o las feas muñecas repollo. La proliferación de emojis o marcas como Google o Apple “cuyo logo relaciona burlonamente la libertad personal que nos proporcionan sus dispositivos con un símbolo primitivo de rebeldía: morder del fruto prohibido en el jardín del Eden.”
Afirma que este mundo cautivador de lo cuqui desde lo perceptivamente desamparado, inofensivo, infantil, inocente representa tan solo un extremo de su amplísimo espectro… en el que sus símbolos recorren su presencia por los objetos e incluso las personas.
Pienso que sería interesante ver cómo interviene y perceptivamente se incorpora desde su sutileza cautivadora, representada desde signos de desamparo e inofensivos o cómo se incorpora desde su anverso siniestro en lo más oscuro y espinoso en los productos del espacio cotidiano.
De todas formas buscan hacerse presentes desde figuraciones, motivaciones que provocan el interés o el sentido de protección por parte del usuario. Según Simón May este fenómeno recorre la artificialidad, así como también afirma que hay personas cuqui cautivadores, sutiles o también cuquis siniestros que se manifiestan inocentemente y a la inversa.
Quizás recorren este mismo fenómeno de lo cuqui como el sistema de productos Roket Lulu de Mchele de Lucchi y en la obra de Takashi Murakami: DOB in the Strange Forest
Michele de Lucchi trasfiere a estos productos un evidente sentido infantil, en donde propone una naturaleza luminosa no amenazadora, familiar, disponible, abierta y de apariencia vulnerable, esto es lo cuqui.
En Japón aún persisten muchos personajes sutiles, mitológicos, representados por Takashi Murakami en su obra DOB in the Strange Forest, adoptando estos espíritus una dimensión desenfadada e infantil: cuqui.
También estas significaciones de lo cuqui se hacen presentes en la totalidad de los medios, espacios y productos. Sin que lo cuqui entre en la órbita de lo kitsch. Como sugiere Simon May, en su obra, establece estas notables diferencias.
Vemos que el fenómeno de lo cuqui, recorre las obra de Michele de Lucchi en el diseño de su producto y la obra Takashi Murakami e incluso podríamos decir que las dos obras tienen cierto aire de familia…
Referencias:
Foster, Hal, “Diseño y delito”, ed. Akal Madrid 2002
Ortega y Gasset, ¿Qué es el conocimiento? Revista Occidente en Ed. Alanza Editorial Madrid (1992)
Manzini, Ezio, “Artefactos : hacia una nueva ecología del ambiente artificial”, en : Ernesto Francalanci, Ed. La balsa de la Medusa: Léxico de Estética Madrid (2010).
May Simon “El poder de lo cuqui” ed. Alpha Decay
Aznar, Chema. “Incidencia y reflexión: pensamientos en torno al diseño de producto” Ed. Experimenta (enlace)