La Torre Eiffel es a París lo que el Duomo es a Milán, podríamos también decir que las ramblas son a Barcelona lo que la galería y el corso Vittorio Emanuele son a esta ciudad Nord-italiana, y si Londres tiene su Buckingham Palace, Milano ha il suo Palazzo Reale que nada tiene que envidiarle. La diferencia que encontramos desde un punto de vista urbanístico es que todos estos lugares de gran interés cultural e histórico de la capital Lombarda, definen un espacio estratégico en la composición del centro de la ciudad y distan pocas decenas de metros los unos de los otros, ordenados escrupulosamente delimitando la plaza del Duomo (catedral), que si queremos seguir utilizando comparaciones, podríamos definirla como una plaza mayor madrileña rodeada por un palacio de Buckingham al sur, unas ramblas comerciales al norte, una catedral que se ha convertido en el símbolo de la ciudad al este y una luz maravillosa que produce la caída del sol sobre la meseta padana al oeste.
Dicho esto entendemos que no sea casualidad que el arquitecto milanés Italo Rota (junto con el arquitecto Fornasari) haya querido hacer del recientemente inaugurado museo del novecento (siglo XX) un lugar donde la vasta colección de arte albergada en su interior haga continuos y multidireccionales guiños de ojo a la ciudad que le rodea.
La fachada del palacio Arengario ha sido solamente restaurada, mientras que el verdadero proyecto arquitectónico ha revolucionado (casi literalmente) el interior del edificio: una espiral encastrada en la parte más cercana a la plaza invita a los visitantes a comenzar la ascensión hacia el descubrimiento de lo que fue el arte del siglo pasado, con especial énfasis en el arte italiano.
La espiral nos permite mantener un constante contacto visual con la plaza gracias al muro cortina que la aísla del exterior. A su vez sirve de acceso a la tienda del museo y a las diferentes galerías para finalmente desembocar el bar restaurante situado en la tercera planta.
Los cerramientos vítreos ofrecen un panorama espectacular que invita a que nos sentemos en la barra donde se preparan los más reconocibles cócteles milaneses, antes de disfrutar de una comida con vistas al Todo: Duomo, Galería, Palacio Real, en definitiva, a la ciudad.
Volviendo al punto de unión entre la espiral y el primer piso del museo, encontramos una primera sala con el arte de la Vanguardia, con obras de artistas que van desde Kandinsky hasta Picasso. En sucesión lineal encontramos la sala de las columnas, que hace de templo al movimiento futurista, que alcanzó su máximo esplendor en esta ciudad. Aquí las paredes han sido revestidas de tejido, como si pretendiesen amortiguar el impacto de las obras, a la vez que calentar el ambiente más bien frío producido por el mármol de las columnas que dan nombre a la sala. Comenzando por Boccioni, encontramos también a Balla y muchos otros como Severini, Sironi o Soffici.
Continuando la visita encontramos un sistema confuso de escaleras mecánicas que nos conducen hacía el arte de los años 20 y 30, representados principalmente por retratos de Carrá e Guidi, esculturas de Melotti y Martini, hasta llegar a los lienzos de Morandi o De Chirico.
Además el museo está conectado con el Palacio Real a través de una pasarela externa, suspendida sobre la calle que separa ambos edificios.
La parte más alta del edificio o salón de la torre está dedicada al artista Lucio Fontana. Resaltan en este espacio el emblemático neón colgado del techo, diseñado en 1951 para la Triennale, visible desde la plaza que, a su vez, es contemplada por los visitantes que toman fotografías de la galería desde las alturas. El techo de esta sala es también obra de Fontana y proviene del Hotel del Golfo, en la isla de Elba (Toscana).
El recorrido continua de la mano de Burri (gran experimentador de la materia), pasando después por el arte pop italiano, la pintura analítica y terminando con el arte pobre.
Estoy yo de acuerdo con Massimiliano Finazzer, asesor de cultura de la ciudad, cuando dice que la principal característica de este proyecto es la ausencia de discontinuidad entre el espacio museo y la ciudad. Su arquitecto, Italo Rota, afirma que el proyecto se trata de un teatro de la memoria, por lo que ha buscado mantener un carácter al estilo collage, entendiendo la arquitectura como un acompañamiento para las obras, pero también como una gran instalación contemporánea.
Cabe solo añadir que los espacios han sido diseñados ad hoc para las 400 obras, con mayor o menor acierto según los casos, distribuidas en los 3500m2 que forman la superficie de exposición que resume lo que fue el arte del siglo pasado desde una perspectiva italiana.
La visita es gratuita hasta el 28 de febrero de 2011. Para más información: http://www.museodelnovecento.org
Fotografías de Alfonso Martínez Vega.