A finales del siglo XIX, en plena revolución industrial, nacen en Italia las primeras industrias mecánicas del metal. Milán destaca como uno de los principales focos industriales gracias a la aparición de fábricas fundadas en la periferia de la ciudad.
En 1899, en el área separada del cementerio Monumental por la vía Messina comienza la construcción de la Fábrica Carminati, Toselli & C. que se dedica a la construcción, reparación y venta de piezas para trenes, tranvías y otros medios de locomoción.
A pesar de la primera guerra mundial y con algún cambio de nombre y gestión, la fábrica resiste hasta 1935, fecha en la que la Sociedad Italiana Carminati Toselli desaparece. Desde este momento, los edificios del área delimitada por las calles Messina y Procaccini serán alquilados y más adelante vendidos a diferentes sociedades que los destinarán a fines muy diversos: Industria textil, farmacéutica, tipográfica o simplemente como almacenes.
En los últimos años, algunos de estos espacios han visto como mutaban las actividades desarrolladas en su interior, la producción industrial ha sido sustituida por manifestaciones culturales, los largos almacenes han servido como escenario para desfiles de moda, rodajes de películas, etc.
Recuperar estos edificios no ha sido fácil, asegura la dirección de la actual “Fabbrica del Vapore”, los muros existentes debían ser adaptados a los diversos nuevos usos: de los 30000m2 que comprenden el área la mitad están edificados, de los cuales 7000m2 dedicados a los trabajadores del complejo y otros tantos dedicados a las exposiciones, espectáculos, hostelería y servicios complementarios.
De entre todos destaca el edificio llamado “la Cattedrale”; un espacio polifuncional de dimensiones eclesiásticas que sirve de nexo entre las áreas recreativas y laborales. Pocos espacios expositivos ofrecen las características físicas de esta peculiar catedral del arte. A nosotros nos viene en mente el “turbine hall” de la Tate Modern de Londres, y si pensamos que artista podría ocupar, casi de forma invasiva aunque siempre respetando el equilibrio creado por la arquitectura industrial, con una sola de sus obras, un espacio de tales dimensiones, probablemente la respuesta sea única: Anish Kapoor.
Marsyas de Anish Kapoor en el Turbine Hall de la Tate Modern, Londres
Para los más despistados, o menos aficionados al arte, matizamos que Kapoor es un escultor nacido en 1954 en Bombay, India y ha vivido y trabajado en Londres desde principios de los 70. Representó al Reino Unido en la Bienal de Venecia de 1990 y recibió el prestigioso premio Turner de las artes británicas en 1991. En el 2002 impactó con la instalación de la escultura más grande jamás expuesta en el interior de un museo en la Tate Modern de Londres. Otras de sus más famosas esculturas son la Cloud Gate (puerta de las nubes) situada en el Millennium Park de Chicago o el Sky Mirror (espejo del cielo) expuesto en el Rockefeller Center de Nueva York en 2006.
El Guggenheim de Bilbao celebró los 30 años de su carrera con una exposición retrospectiva y la publicación de un libro (que nos llegó recién salido del horno desde Bilbao a Milán) en el que descubrimos como muchas de sus obras tratan sobre la tragedia del movimiento. A Kapoor le obsesiona el rojo, piensa en la pintura todo el tiempo ya que su principal interés es el color y ha reflexionado sobre la idea de la ausencia, trabajando en una serie de obras sobre el vacío. El acero inoxidable lo utilizó porque hacía prácticamente invisible el color y la forma. Se define como artista fuertemente abstracto que no quiere hacer objetos, sino “algo” que cause “algo” en el espectador, aunque sea sólo por un momento. Asegura que cuando nos paramos y observamos una obra de arte, cambia el sentido de la propia presencia…variaciones casi poéticas, y según él “ésa es la mejor manera de vivir la vida”.
La escala de sus esculturas ha ido creciendo con los años, y llega casi a su máxima expresión en la obra que ha creado para la Fábrica del Vapor milanesa. La obra está realizada en acero cor-ten, de color rojo oxidado y muy resistente, usando ribetes en vez de soldaduras la “Dirty Corner” ha sido ideada de modo que la vista no consiga abarcarla en su totalidad.
Quien la visita es invitado a recorrer su interior, después de firmar un documento que libra al museo de cualquier responsabilidad. La sensación es única, pasamos de la luz a la oscuridad total en pocos metros, aunque tenemos siempre la posibilidad de dar la vuelta hacia la luz, el instinto nos pide adentrarnos a lo desconocido, caminando a tientas por este túnel de 3 metros de diámetro y 57 de largo.
Para comprender la experiencia uno no puede hacer más que vivirla, la sensaciones contrastadas buscadas por el artista se materializan en esta escultura; el vacío y el lleno, la oscuridad y la luz, el masculino y el femenino (forma de la escultura/de la entrada), el positivo y el negativo, lo material y lo inmaterial. La tierra que cubre parte de la escultura evidencia, desde un plano metafórico, una concepción unitaria del mundo.
Hasta el 9 de Enero de 2012 en LA FABBRICA DEL VAPORE Via Procaccini, 4 – Milano
Gracias a Giovanna Leluzzi por su colaboración.
Fotografías de la obra de Valentina Antinori