Museo Calderón Guardia, San José, 30 octubre al 26 de noviembre 2011
A veces el arte y la ciencia son tan porosos entre sí, que sus encuentros se trasponen continuamente moviéndose en sus bordes. El arte es un fractal, y el artista se sume en el algoritmo del tiempo que lo vuelve ilimitado; se trata de un tiempo sin tiempo, donde un segundo puede ser toda una vida cuando se vive en la dimensión cualitativa y no en la cuantitativa. Se ha quedado demostrado que el campo cuantitativo puede provocar lecturas erróneas delante de la experiencia de las percepciones (las ilusiones ópticas por ejemplo) estudiadas por la Psicología de la Forma y la Gestalt.
El arte no se expresa en ecuaciones propias de la matemática, pero tanto como ésta es un encadenamiento deductivo sobre los entes abstractos expresados en signos y sus conceptos; la geometría lo expresa con figuras geométricas, signos y valores numéricos sin hacer a un lado su expresión cualitativa, aspectos que también han sido expresados por grandes maestros de la historia moderna del arte, el diseño y la arquitectura. Pero la ciencia se sume también en esos territorios cuando crea, cuando encuentra lo que no existía y lo somete a la observación probatoria con excelencia y rigor.
Transposicionando
Yo diría que Herberth Bolaños –quien hoy en día dirige la Escuela de Artes de la Universidad Nacional, en la ciudad de Heredia-, es un científico aplicando arte, construye modelos tridimensionales que son propios de su expresión e imaginación; elabora su quehacer además en la dimensión del color-sonido: la escala dodecafónica encuentra paralelismo en el círculo cromático; por otro lado la forma se alía con las estructuras de repetición para crear superficies o campos sonoros, visuales, táctiles de alta calidad que implican sensorialidad o sinestesias.
Por haberse dedicado desde sus inicios al arte de los textiles, recrea de diversas maneras sus técnicas y se mantiene entretejiendo papeles pintados, recortados, doblados, con esa calidad que le permite “el tiempo del taller” donde experimenta, proyecta, comprueba; ya dijimos que dicho tiempo es un fractal y por ello tampoco nos extraña observar su temática para hablar de superficies infinitas, de formas autoreferentes que se escalan y multiplican en la misma o distinta medida tal y como lo descubrió Benoit Mandelbrot en sus maravillosos modelos de generación morfológica inspirados en la naturaleza. Pero para qué hablar de medidas si hemos dicho que en su laboratorio no existen sino emociones que como holones se disparan hacia todas las direcciones y niveles del campo.
Él habla de “contactos con el exterior”, del “secreto de la naturaleza”, y es que en esa dimensión fractal a veces el adentro es más grande que el afuera, son signos abiertos a una interpretación subjetiva que lo lleva a descubrir, y quién dice que el científico no asume también esta postura al explorar el curso de la deriva sin saber qué, implicando algo que será objetivo hasta cuando lo demuestre y tenga total certeza de su existencia.
Esa profundidad de sus observaciones hacia la naturaleza las aprendió en su larga estadía en Japón, donde aprendió el manejo y respeto por los materiales y su capacidad de sacarles provecho con toda poesía, creatividad y capacidad de invención.
No puedo dejar pasar desapercibida la posibilidad de comentar una muestra como la que Herberth Bolaños exhibe en el Museo Calderón Guardia de la ciudad de San José, Costa Rica; no podría aducir que no encuentre el tiempo y el espacio para hacerlo, pues sería contradictorio hablar de fractales –y en especial desde la perspectiva del Caos-, si dicho tiempo no abriera su espira para consumirnos a catar los significados de otra forma diferente de arte.