El grafista Eugenio Murillo exhibe del 17 de Octubre 2015 al 8 de Enero 2016 en el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría de la ciudad de Alajuela, Costa Rica; él es graduado en Artes Gráficas en la Universidad de Costa Rica y obtuvo una maestría en la Escuela Superior de Diseño de Offenbach, Alemania. Recibe distinciones y amplio reconocimiento que premian su creatividad y capacidad de innovación en sus lenguajes visuales, entre otros el Premio Nacional Aquileo Echeverría.
“Soledades Urbanas”
Esta muestra es una visión más acerca de las problemáticas sociales y culturales que evidencian la modernidad al transformar la vida urbana actual; se recuerda otras de sus propuestas titulada “Reinas de la noche: Luto de asfalto” 2011, exhibida en Sala 1.1 del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo. “Soledades Urbanas” propone una reflexión acerca del paisaje urbano y cómo su transformación afecta al habitante. Eugenio Murillo es un comentarista gráfico de esas vicisitudes que tan profundamente nos desvelan hoy en día al vivenciar tantas preocupaciones, frustraciones o añoranzas, cuando de pronto, el ciudadano ve elevarse ante sí un lienzo en blanco donde se dibuja un paisaje globalizado, con gráfica de marcas comerciales y una desatinada guerra de medios. En la actualidad todas las ciudades se parecen entre sí, al desaparecer aquellos registros de la memoria, tanto como el árbol y por ello la asfixia por el calentamiento ambiental, la poesía del lugar o la canción de la barriada también quedaron silenciadas por una sonoridad global que llega por la televisión e internet y el bullicio del apretado y sofocante tránsito.
El trazo de Murillo
Todas sus creaciones observan un trazo robusto, consistente, que define espacialidad de las imágenes, cromaticidad, y el esgrafiado acolochado con los trata. En esa visión rotan volúmenes de arquitecturas que se suscitan como en sueño en cuyo despertar no existe el retorno, todo cambió. No deja de criticar la situación edilicia de estos tiempos cuyas soluciones son una factura globalizadora a la cual apuestan los pensadores de lo urbano. Dice Italo Calvino en Las Ciudades Invisibles que “la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano”. Pero la más seria penuria de las ciudades de ese futuro incierto serán su mudez, la soledad, donde ya nadie quiere cruzar la mirada para no salir asechado por el fuego del otro, en una ciudad paradoja cuyo frente, atrás, lado, arriba, abajo no son tan distintos como lo es el ciudadano de estos tiempos que la camina buscando un no saber qué, pues el espíritu del sitio está consumado, decir que conocemos una es afirmar que las conocemos todas.
Es tremenda la visión de Murillo en la pieza “Plomadas” 2015, cuando de las torres de las grúas ya no pende las vigas de acero o el grisáceo concreto sino los cuerpos desollados de los habitantes. O cuando en “Pensamientos a la deriva” 2015 de los postes del alumbrado público cuelgan las cabezas de la vecina del barrio que la recorría todas las mañanas saludando a los demás, o la cabeza quizás del pulpero, de la señora que reparaba piezas del vestido, o del cartero repartiendo una correspondencia que ya no existe, se desmaterializó como el sujeto del arte de nuestros días en tanto hoy corre por las redes abrigando más esa ponzoña de la deshumanización. En “Plegarias de asfalto” la superficie de rodaje de las vías ya no son de asfalto ni de concreto, como adoquines, los cuerpos tirados lanzan una plegaria colectiva sorda, sin sonido, sin alma. En “Sueños” las cabezas flotan en la atmósfera de la ultrasoledad, quizás tan solo así se podrá dar la proximidad al otro, sueño imposible ante las tácticas de un poder desconocido que inhibe todo contacto humano. Ya no es el ojo que todo lo ve del “Señor de los Anillos”, o la absoluta conciencia del Big Brother en 1984 de George Orwell. En “Fardos” los cuerpos penden de la ventana mostrando sus traseros si es que son cuerpos sino pueriles fantoches que juegan a las escondidas en el inmundo vivir de esa urbe desesperanzadora.
El lenguaje no cambia, tampoco el trazo con que trata esos rostros de los personajes, la densidad del paisaje urbano rota como subido en la gran rueda de la fortuna, las tácticas del eterno poder, mutan, pero las palabras pobladas de esa jerga escatológica está presente desde hace rato en el trabajo de un Eugenio Murillo en plena madurez de su quehacer; sus ecos vuelven a insinuar el retorno de la visión y la mirada guiña para no apagarse para siempre en las insondables arenas movedizas del desasosiego.