El Museo de Jade Precolombino, metáfora de una enorme piedra de jadeíta enclavada en el centro de San José, Costa Rica, exhibe un rasgo de nuestros orígenes.
“El Paseo de los Museos”
Lo conforman los tres principales museos ubicados en el perímetro central de la ciudad, y en cuyas colecciones albergan arte precolombino. Actualmente exhiben instrumentos musicales indígenas: “Metáfora de los Sonidos”, en los Museos del Banco Central; “Musical y Ritos en Bahía Garza”, en el Museo Nacional; interesa, con este nuevo comentario, cerrar el círculo del “El Paseo de los Museos” visitando el Museo de Jade Precolombino con su homónima exhibición.
Caracteres de lo expuesto
Uno no termina de sentir empoderamiento al valorar tan preciados tesoros del arte de los pueblos originarios que protege este museo. Localizados en el cuarto nivel, se aprecia un conjunto de ocarinas, flautas, vibráfonos, sonajeros y tambores hechos en arcilla, jade, madera, u otros materiales elaborados por “verdaderos diseñadores” de aquellas culturas antiguas de la región. Se dice que estas culturas utilizaron con mayor frecuencia los instrumentos de percusión como tambores, placas de jade, caparazones de tortugas, conchas marinas y cascabeles, pero también instrumentos de viento tales como ocarinas, flautas, silbatos y caracoles.
Representaciones
Según el uso de los materiales, factor importante en tanto aportan a la emisión del sonido de cada instrumento, utilizaron la madera, el jícaro (fruto del árbol Crecenthia cujete y el Crecenthia alata, muy significativos en la mitología de los mayas, y en la producción artesanal de las comunidades indígenas actuales sobre todo en la zona Sur del país), pero además usaron el hueso, la concha, la cerámica, el jade. El registro sonoro se debe a la forma y tamaño de cada objeto, emitiendo modulaciones graves o agudas. Destaca el carácter simbólico, ya sea humano o animal, pero también existen piezas antropomorfas donde se funde el ícono del animal con el humano. Las más comunes son las máscaras de chamanes, bailarines, músicos; o de animales como lagartos, caimanes, ranas, tortugas, monos, serpientes, aves, felinos.
Lectura de simbolismos
Los instrumentos musicales no hablan por sí solos de las vivencias de aquel pasado, lo acrecientan en sus cajas de resonancia, los materiales con que fueron hechos, o en sus formas expresan ese pasado que reverbera en tan singular sonoridad. Hoy los apreciamos celosamente custodiados en vitrinas, pero gracias al arte y al talento de la imaginación, escuchamos con los oídos del alma aquella musicalidad que un día interpretó el soplo de un semejante para atraer el bien o rechazar el mal al iniciar un cultivo, en una plegaria por su cultura, en una ceremonia funeraria para ayudar a un individuo a cruzar los umbrales de la muerte hacia otra vida, o al reunirse la comunidad en pleno para expresar sus tradiciones, sociedad y cultura.
Indígenas actuales
En el país existe una importante presencia de los pueblos originarios actuales, que resisten a la contemporaneidad, como lo hicieron sus antepasados al enfrentar los procesos de la colonización la cual fragmentó esta cultura: los cabécares, bribris, borucas, térrabas, malekus, huetares y guaymíes. Mantienen la tradición de sacar el fruto de la tierra y el talento de elaborar materias primas vernáculas para la producción artesanal: además de otros instrumentos musicales con los cuales celebran sus costumbres ancestrales dando un nuevo significado a las vivencias presentes.
Instrumento musicale indígena. Foto cortesía del Museo de Jade.
Cuestionamientos latentes
Pienso que detrás de su creación, en la adopción de un material acorde con la forma o configuración apropiada para constituirse en instrumento musical, existe un hecho destacable, un talento mayor para interpretar en aquellos remotos tiempos el arte musical, no fue la simple manifestación de un cazador o un agricultor, en tanto ellos debieron tener sus formas de notación, desconocidas para nosotros, pero las tuvieron. Las culturas originarias conocieron estas expresiones, las sintieron, las manifestaron en el manejo de los ritmos que son una habilidad intrínseca a todo ser humano, tanto como lo que llamamos oído musical, a lo cual sumaron voces y sonidos del entorno, como los vientos, las aguas, el trueno, el tremor de los sismos. Se trata de un entorno remoto e inexplorado, no documentado, de quienes poblaron la montaña y la selvas tropicales en aquellos liminares de nuestra historia.
Visitar la muestra e ir apreciando cada uno de estos a veces minúsculos instrumentos, punza el aguijón de la duda y catapulta de inmediato la reflexión: Si ellos fueron capaces de elaborar con las materias disponibles esos instrumentos, también manejaron a su manera un pensamiento o teoría acerca de las manifestaciones de su arte y significados ante el ritual, como también de lo utilitario que fabricaron en diversos materiales. ¿A quién o a qué iría dirigido el sentido del rito? ¿Cuál sería el impacto de esa experiencia al expresarlo? ¿Cuál era la verdadera noción de su forma de cosmogonía delante de la práctica cotidiana, creencias y rituales propiciatorios? ¿Por qué la ciencia no intenta ir más allá de los bordes del paradigma para razonar desde otro significado quizás de mayor tolerancia con la historia y la realidad de aquellas culturas? Al ser su forma de pensamiento más cercana a lo orgánico del entorno y al razonamiento no lineal, ¿por qué nos ensañamos hoy en leer sus legados desde la linealidad del intelecto actual? Estas y otras interrogantes surcaron el inquieto océano de la memoria ante la percepción del gran legado por el cual me detuve en cada pieza expuesta en esta tercera estación del “Paseo de los Museos”.