Al visitar la muestra de la joven pintora costarricense Sofía Ruiz, en las salas de los Museos Banco Central de Costa Rica, curada por María José Monge, de inmediato advertí las pulsaciones de ese espacio cargado por lo emotivo, el principal activador: lo que recuerdo con intensidad, resuena en mí y me permanece para siempre pues es mío, soy parte o me lleva dentro de sí, lo he vivido tanto como ella, él, o aquél. Todos somos el otro en esos juegos de lo que somos tan propios de estos tiempos. Sentí andar, moverme, entre los espacios de las palabras, pero esas dichas con el corazón sobre lo preciado y memorable, del yo sumido en el claroscuro y texturas de la vida y que se escurren entre sus pliegues y rugosidades. Dichas aperturas entre las palabras son rutas para llegar a otros, y, de paso, auto reconocernos como eternos caminantes colectando lo visto, oído, probado, experienciado.
Inauguración de la muestra. Foto cortesía de Museos Banco Central.
En dicha experiencia de espectador, vivencié el tiempo, quizás en el tratamiento que daba a sus textos un Maurice Blanchot (ahora recuerdo su novela Thomas el Oscuro) cuando uno detiene su andar para contemplar el fogoso reventar de los oleajes –vicisitudes-, o Herman Melville (con Bartleby, el escribiente) con el retorno de la situación o pesadilla que exaspera el ánimo, o un Thomas Mann con aquellas atmósferas eternizadas en la gran pantalla por Lucchino Visconti en Muerte en Venecia, u otros filmes del neorrealismo italiano como Ladrones de bicicletas de Vittorio De Sica, con sus dramáticos entornos de crisis y postguerra. Todo estos matices los advierto cuando la artista pinta esos rostros congelados por gestos tal vez de espasmo, resistencia o frustración entre densas y pastosas vestimentas, donde el juego disfraza la conmoción, la de nuestra existencia actual ante lo que viene y no sospechamos nada, o ante esa careta de la muerte que acecha sin saber cuando clavará la letal estocada.
Sofía Ruiz, Restos diurnos. Foto cortesía de Museos Banco Central.
Sofía Ruiz, Efigies. Foto cortesía de Museos del Banco Central.
Aún más evocaciones
Recordé -durante la visita a la exhibición acompañado por la pintora misma-, el libro Donde el corazón te lleve de la italiana Susanna Tamaro, cuando la novelista dice: Lo que no supimos decir nos dolerá eternamente y sólo el valor del corazón abierto podrá liberarnos de esta congoja. Y es que la propuesta Sofía Ruiz. Yo soy los otros. Una fisonomía propia, en los escenarios de la evocación y la memoria, se convierte en un homenaje al saber decir con el corazón, aquello que se cree, se sabe pintar –en su caso-, se siente en tanto representa una historia personal en diálogo con la de la colectividad. Somos eternos migrantes en busca de un rayo de sol que irradie esperanza. Quizás atañe a lo onírico con esos episodios que de repente nos despiertan pero que lo soñado sigue remoloneando entre las páginas escritas con nuestros pensamientos, siempre hacia atrás, lo que se ve con los ojos del pasado pues si fuera futuro no sabríamos cómo calzar hasta que se viva la situación. Se trata de un decir en pretérito, aquello que en el momento de vivirlo, se va sin saber hacia a dónde ni qué dejó anudado, sin intuir algún rastro que motive seguirlo hasta que torne un nuevo encuentro.
Sofía Ruiz, Memorias incompletas. Foto cortesía de Museos del Banco Central.
Sofía Ruiz, El trompo y mi otro yo. Foto cortesía de Museos del Banco Central.
Confrontaciones
Quisiera indagar más, a ella, a la artista, lo que yo mismo me pregunto delante de sus obras: ¿qué significa el tiempo en su pintura? ¿Cómo hace para marcar a los personajes y al tema central de una propuesta tan sugestiva y cambiante, que inyecta en nosotros los espectadores nuevos argumentos para mantenernos alerta delante del desafío de tener que dar significado a lo visto, dentro del girar de la gran rueda de la fortuna, la cual marca un arriba y un abajo, y se detiene solo para premiar o para increparnos, devolviéndonos las interrogantes? Siempre he creído que entre las estrategias comunicativas propuestas en lo expuesto, en la obra se dan las herramientas necesarias para dialogar y regenerar el lenguaje, el discurso.
Sofía Ruiz, Sueño latente. Foto cortesía de Museos del Banco Central.
Pero también quisiera indagar al espectador, a quien estuvo ahí como yo, y en quienes observé una gran interrogante trazada en la retina, ¿cuál es su propia noción del tiempo?, ¿cómo se dispone a recibir lo que ve?, intenta darle oportunidad a la obra de decirle? Sofía me responde que cuando ella trabaja con el tiempo utiliza el pasado: las memorias y recuerdos de su infancia, en tanto ésta es la piedra angular para comprender la identidad, no solo la suya, sino la de todas y todos quienes giramos en torno al espacio vivencial provocado por lo expuesto.
Pero vuelvo a sumirme en el enigma trazado en esas telas, en la visión curatorial y museografía cuando retorna la pregunta del significado de esos entornos, a veces apenas esbozados con grafito o carboncillo sobre la superficie pictórica: será acaso la (in)existencia, la levedad, un cuestionamiento que no cierra para obligarnos a la introspección, a seguir el impulso que nos conduce a la interioridad de la pintora, en tanto ella habla de “un viaje hacia mis memorias y mis adentros”.
Sofía Ruiz, Noise and absence. Foto cortesía de Museos del Banco Central.
Me motiva a indagar dónde pone la mirada cuando apenas esboza el cuadro, ¿en el signo del formato aun en blanco?, ¿en los caracteres también comunicantes de los materiales?, ¿en el recuerdo de los libros alguna vez leídos?, ¿en las películas vistas? ¿en las fotografías vivenciadas por un profundo extrañamiento del lugar o de la naturaleza de los personajes?, ¿en ese cúmulo de imágenes de la universalidad que no pertenece a Europa, ni a América, pues son nuestro legado? Ir a la muestra no debe terminar con la pueril frase de “¿qué chiva pinta!”, o ¡qué lindos los cuadros!, como casi siempre sucede y yo califico de perder el tiempo.
Sofía Ruiz, Sin título. Foto cortesía de Museos del Banco Central.
Algunas pistas de cómo lo hace
En cuanto a ¿cómo nace cada cuadro, Sofía expresa que primero piensa en la temática, y luego de darle vueltas al concepto, empieza a fabricar imágenes. ¡Esa respuesta suya crispó mis ánimos consumidos en las aguas del río de la interpretación en arte! ¿Qué significa eso de fabricar imágenes? ¿Cuál es la máquina para fabricarlas? ¿Se referirá a caso a conceptualizar el contenido de su propuesta, el de esos personajes provenientes de añosas fotografías, películas o revistas? Argumenta que comenzó a trabajar en esta exposición al leer algunos textos sobre “La Otredad” de Lacan, y otros ensayos sobre psicología; fueron recursos que la catapultaron para traer a la pintura “asuntos de familia”, con ello nos habla de la manera como interpreta la noción de ser a través de –como ella acota: “nuestros primeros “otros””, los cuales son lógicamente “la familia”.
Sofía Ruiz, Sin título. Foto cortesía de Museos del Banco Central.
Tal vez para terminar con este intento de acercarme a una muestra de tanta profundidad, podría mencionar que existen diálogos entre las obras, los sujetos, los objetos, las técnicas y materiales, que en principio unos los desprecia pues los encuentra revueltos, superpuestos, enturbiados por el primer contacto con la pieza de arte; sin embargo -y quizás es el principal acicate que fijó para sumirme en esas aguas de la propuesta-, fue el diálogo que empodera al espectador, experiencia de una verdadera lucha entre él y los significados, ante la cual cada quien, en su libertad de ver y recorrer las salas modela su propia postura, y se vuelve como una esponja que absorbe lo que ve, siente, especula, hilos remanentes a veces sin tejer, pero que nos disponemos a reanudar, pues -como sucede en mi caso personal-, ya de regreso a mi intimidad, es cuando activan los argumentos y comienza el deleite de lo que -como ella dice-, “fabrica”.
Sofía Ruiz. Foto cortesía de Museos del Banco Central.