Las fotógrafas Sussy Vargas y Caro Goodfellow recién publicaron el libro GRAFITICA: Gráfica Popular Costarricense, lectura de la gráfica tradicional en Costa Rica, pintada a mano en paredes, rótulos de negocios, sitios públicos y de recreo, contenido de una rigurosa investigación de las autoras donde recogen unas 9200 fotografías en su recorridos por distintas regiones geográficas nacionales y países vecinos.
Cubierta e inicio de capítulos. Foto cortesía de las autoras.
Problemáticas actuales
Apreciar las imágenes publicadas despierta la reflexión acerca de los cambios vivenciados por el diseño, delante de los sofisticados sistemas de impresión digital; ante dicha transformación la cual fuera pintada a mano sobre paredes y otros materiales de uso exterior. Delante de estos detonantes, podría desaparecer esa dosis del ingenio juguetón y crítico propios del ser tico o tica. Atañe al fenómeno comunicativo tan en uso de imágenes globalizadas bajadas de internet, y, habilidades que no se ejercitan, se atrofian, por lo cual de la noche a la mañana nos cercioramos como se transforma la cultura visual que en un momento de nuestra historia local fuera un punto fuerte de cohesión social.
Publicidad de Zapaterías Artavia y Durán. Foto cortesía de las autoras
De unos años para acá, con el impulso movido por la computadora y el “software” de edición gráfica como Photoshop e Ilustrador, se advierte la influencia de una masa diletante que ejerce el diseño gráfico y publicitario, sobre todo provenientes entre otras de profesiones como la arquitectura y el diseño industrial; sin embargo de alguna manera, esos profesionales comparten talentos y experticias comunes desde su formación básica. Pero también se observan casos realmente críticos: un conocido que en su vida había tocado un pincel, renunció al trabajo en el sector industrial para adquirir una computadora y dedicarse -según comentó-, al diseñar logos y anuncios; lo mismo ocurrió con otro amigo que de cocinero en restaurante, adquirió un equipo de impresión digital para gigantografías, y me entregó su tarjeta de presentación donde acuñaba su nueva ocupación: “Diseñador Gráfico y Publicitario”.
Grafiti de Mujer en el Penal San Lucas. Foto cortesía de las autoras.
Es cierto, ellos también hacen diseño, pero bajando imágenes de los bancos de Google, sin que medie investigación previa, producen una gráfica demasiado sonza y globalizada, vista en cualquier otro punto del orbe, olvidándose de aquellas destrezas del artista local que antes se ganó la vida trabajando con el pincel y quienes orquestaron su creatividad a partir de interpretaciones de su propia cultura: las tradiciones populares, las festividades, la gastronomía, los productos y servicios, que por años movieron la economía costarricense.
Cafetería San Cristóbal en el Mercado Central de San José. Foto cortesía de las autoras.
GRAFItica y su valor artístico
Ahí radica la importancia del libro de Vargas y Goodfellow. Las autoras ofrecen una considerable aproximación a la cultura local, en una publicación correctamente escrita, cuidada y diseñada formulando ejemplos para su comprensión, escritos además con poesía pero a su vez ciencia, en tanto se trata de una documentación antropológica y sociológica. Esta producción editorial nos identifica y empodera, en tanto fuimos formados en ese entorno y aunque damos bienvenida y somos usuarios de la tecnología de punta en materia de artes gráficas, lo hacemos sin perder la perspectiva de los talentos humanos y diversidades culturales que enriquecen a nuestros productos de diseño local.
Carta de un restaurante en Puerto Viejo, Caribe Sur. Foto cortesía de las autoras.
Diría además –en favor de GRAFItica y la investigación de las autoras-, que algunas de las imágenes se pueden leer desde el cristal del arte, o si las observáramos en un museo calzarían con las intenciones albergadas bajo sus aleros. Las publicidades para la Zapaterías Artavia, por Juan Cumplido en la revista “De Todos los Colores” 1905 y Variedades Durán de Liberia, 2013, (pág. 41) contienen un sentido de lo popular y la gracia de una gráfica de un tiempo que hemos apreciado en revistas de la época y libros de historia del diseño lo cual los reviste de validez. El grafiti de una mujer -se dice que fue pintada con sangre por un recluso penitenciario de la Isla de San Lucas, en la provincia de Puntarenas-, sumido en un estado de desesperada ausencia, fotografiado por Gretta Mesén Aguilar, 2013 (pág. 47) fue intervenido por muchos otros privados de libertad o visitantes, con una marca que agrietara el repello de la pared pero a su vez fue intervenida con una carga de sedicioso dramatismo. En condiciones más jocosas se observa la gráfica de la Soda San Cristóbal en el Mercado Central por su rasgo desafiante a las convenciones del dibujo y la proporción, pero de un gusto vivaz de lo naif, y, “El montador” de la (pág. 104), evoca el jolgorio de la fiesta dura, tan propia de nuestras poblaciones rurales pero que son sumisas al “tremendal de la vida”, de la cual no nos podemos emancipar y nos afecta, ¡sí!, como el arte nos afecta. También, podemos apreciar la pared (pág. 148), que nos evoca el arte de una de las más connotadas artistas del arte contemporáneo. No se escapa de esta selección, entre las tantas que escogieron las autoras para su libro, “En la playa” (pág. 171) la cual enmarca una expresión sencilla, si se quiere, pero cuya pátina del tiempo la envuelve en un toque áspero del arte actual y que no puede pasar desapercibida.
Diversas páginas del libro. Foto cortesía de las autoras.
Estructura y contenidos del libro
Introduce un texto de la máster Marta Rosa Cardoso Ferrer -directora de Investigación de la Universidad VÉRITAS-, “Manifestaciones de la Cultura Viva: Traslapes y Convergencias en la Gráfica Popular”, en el cual devela las bondades de este proyecto en tanto investigación social, cultural y producción universitaria. La introducción, de inmediato, agrega esa carga de poesía cuando escuchamos hablar a Sussy Vargas: “Caminando por las calles de San José, con los renovados ojos de quien busca algo escondido en lo burdo y lo diario, nos dimos cuenta de los maravillosos tesoros gráficos que ostenta la ciudad, una especie de galería urbana llena de frescura e ingenuidad dentro de un espacio caótico y temperamental”.
Restaurante “La cuchara de Messie”. Foto cortesía de las autoras.
Como primer capítulo se introduce los “Antecedentes de la Gráfica Popular Costarricense”, con una revisión a referentes y literatura publicada acerca del tema en el contexto regional e internacional, definiciones, características, análisis de grafitis y gráficas históricas que motivaron la actividad comercial de nuestras ciudades. El capítulo dos “Contexto Histórico de la Gráfica Popular en Costa Rica”, trae a colación documentos históricos y registros fotográficos de fotógrafos como Manuel Gómez Miralles quien documentó la vida y época en los cuales se observan estos elementos comunicativos traídos del pretérito para enriquecer la visión actual. El tres “El oficio de los creadores anónimos”, refiere a las técnicas y procesos utilizados por estos aristas gráficos, además los clasifica por tipologías y/o temáticas. El cuatro “La gráfica como reflejo de la identidad costarricense”, observa estas gráficas según la provincia, su idiosincrasia y carismas de sus contextos políticos, sociales, culturales e incluso religiosos. El quinto “Muestra gráfica Popular Costarricense” ofrece un amplio registro fotográfico de estas creaciones que una vez más remiten al ingenio popular con la riqueza de sus comentarios visuales y donde demuestran sus talentos e hibridación. Presenta además de los rigores editoriales del libro, un directorio de artistas gráficos populares.
Fiesta de la monta. Foto cortesía de las autoras.
Los bañistas. Foto cortesía de las autoras.
El diseño, por María Fe Alpizar ofrece una lectura fluida, elegante. 272 páginas a todo color.