Cuando alguien se gasta mucho dinero en comprar una cámara de fotos, en un coche, o en un frigorífico es muy típico escucharle decir “me tiene que durar toda la vida”. Se ve mucho más acentuado cuando se trata de una vivienda, porque un piso sí que es algo que se suele comprar para toda la vida (y más teniendo en cuenta de que muchas veces las hipotecas son infinitas). A la hora de equipar esta nueva casa, a veces se tiende a seguir también esa conducta; nada de comprar objetos que sigan modas efímeras sino que, con la que está cayendo, la idea suele ser comprar algo duradero sobre todo cuando se piensa en gastar bastante dinero en algo de calidad. Sin duda una elección inteligente. Pero el “para siempre” trae consigo unas connotaciones de estabilidad que hoy por hoy en muchos casos es difícil de sustentar en lo que a vivienda se refiere. Una casa, una pareja, un trabajo e incluso los propios intereses personales son elementos cada vez más volátiles, las cosas llegan a ser tan circunstanciales que los nuevos valores, los nuevos cambios medioambientales, los nuevos modelos de familias y las nuevas necesidades muchas veces no se ven reflejados en las casas, productos o ciudades en las que vivimos. Por ejemplo, las viviendas poco han cambiado en los últimos 50 años y todo se construye para la “familia tipo” que, aunque sigue siendo mayoritaria, ya no es el único modelo.
En la actualidad las necesidades y las condiciones personales son tan cambiantes, que en este sentido los productos deben ser cercanos e intuitivos pero sobre todo emocionales y flexibles. Deben "conquistar" al consumidor pero también deben poder adaptarse a sus cambios de vida, a sus nuevas circunstancias, para que cuando alguien hace una inversión no se tenga que ver luego forzado a tener que cambiar a otras opciones solo porque la escasez de durabilidad o flexibilidad no le deja alternativa. Siempre debe haber alternativa.