El marketing tradicional ha muerto, al menos así lo afirman los expertos en la materia. Ya no vale la segmentación clásica del mercado, por edades, sexo, poder adquisitivo, etc., sino que, para vender, hay que ir mucho más allá. Los estilos de vida y la venta nuevas emociones son los actuales valores a tener en cuenta a la hora de elaborar una estrategia de negocio. Ya no es tan importante cómo es una persona, sino cómo quiere llegar a ser. Por ello, los enfoques tanto de diseño de los productos, como de la comercialización de los mismos, deben abordarse de otro modo, tratando de acercarse al consumidor para aportarle una nueva experiencia que genere el valor añadido; buscar que el usuario se identifique con el producto y que éste refleje la imagen que el consumidor quiere dar a los demás y darse a sí mismo.
Este cariz emocional lo que evita, en cierto modo, son las copias ajenas. Las empresas que han sabido aportar esta carga emocional a sus productos y sobre todo, a su marca (Apple es el eterno ejemplo), son las que se libran de competir con el que le copia porque, además de que los demás siempre irán por detrás de ti, nunca será la misma experiencia de compra o de uso. En este caso, el que copia no compite con un producto, compite con una marca y toda la carga emocional que conlleva.
No se suele comprar el (caro) café del Starbucks porque sea mejor café que los demás.