Bologna, 5 de la tarde. Me dispongo a tomar un capuccino con un trozo de tarta de ricotta y chocolate blanco (viva la dolce vita) cuando observo a mi alrededor. En la mesa de mi izquierda, un grupo de personas de edad, más o menos avanzada, charlando, riendo, alguno incluso cantando. A mi derecha, una mesa con 5 chicos jóvenes concentrados cada uno en su iPhone, sin hacerse demasiado caso los unos a los otros más que para intercambiar escuetos comentarios sobre alguna de las aplicaciones de este (oh!) infinito aparato.
No mucho antes, a escasos metros, escuché sin querer (y luego queriendo), una conversación entre dos señoras que se acababan de encontrar, una de ellas, según hizo saber a su interlocutora, de 72 años. Me llamó la atención (y fue a partir de entonces cuando puse la antena) una frase en la que afirmaba que ella “ha vivido una post-guerra, y sinceramente, entonces se vivía mejor”. La misma señora añadía, que luego llegó la tele, la lavadora, el móvil… y todo se estropeó. Ella sabía francés, latín y griego, cosa que los jóvenes de ahora, no tenemos ni idea. “La ignorancia” decía, “es la peor de las enfermedades de una sociedad”. Hasta ahí todos de acuerdo. Pero sin duda, la parte de su discurso que más llamó mi atención fue cuando dijo que “no es necesario tener mucho dinero, es el entorno el que hace a la persona”. Resumiendo, ella quería decir, que “no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita” y que todo iba mucho mejor, cuando los jóvenes invertían en estudios y cultura y no en cachivaches electrónicos que no les dejan pensar y que, dependiendo en qué tipo de círculo se mueva uno, puede salir mejor o peor parado.
Y esto, señora modenesa, nos lleva a una reflexión: ¿hasta qué punto nos influye la sociedad y hasta qué punto los demás te “hacen necesitar” aparatos y nuevas tecnologías? ¿Realmente se era más feliz y las relaciones entre personas eran más sanas antes de que existiesen estos productos y servicios? ¿Nos están ablandando el cerebro? ¿Estamos yendo para alante o para atrás?
Estos “devices”, redes sociales, aparatos eléctrónicos, videojuegos, móviles, etc. hacen la vida más cómoda, y permiten tener comunicación y entretenimiento fácil y constante. En el caso de la comunicación (a vía móvil o vía Internet), está claro que el hombre es un ser social por naturaleza, y la necesidad de comunicarse permanentemente no hace más que responder a ello. Estos servicios cubren necesidades emocionales de sentirse arropado y protegido permanentemente por nuestro entorno y, por eso, nos sentimos tan apegados a ellos. ¿Esto quiere decir que tenemos que estar constantemente “enganchados” o mucha gente los usa solo para evadirse de la realidad?
A efectos prácticos, y viendo a diario escenas como la anteriormente descrita en la cafetería, podríamos decir que sí, que la sociedad en general está dando pasos hacia atrás y se están creando dependencias a ciertos dispositivos con el fin de sentirse integrado en un grupo. En la mesa de las personas más mayores aparentemente estaban pasándoselo mejor y tenían una relación más cercana o, al menos, más “humana” que en la mesa de los propietarios de iPhones. Pero también es verdad que, antes de criticar este hecho basándonos en unos parámetros básicos instalados en nuestra cabeza sobre lo que esta bien y lo que está mal, deberíamos pararnos un momento a reflexionar que esta sociedad la hacemos todos, y sobre todo que esta cambiando.
No es verdad que pasar las horas en el facebook sea mejor que leer un libro, así como tampoco ponerse a estudiar griego es más útil que aprender a montar vídeos en tu propio ordenador. Posiblemente, ahora tengamos potenciadas unas cualidades de nosotros mismos y antes se tenían otras; eso no quiere decir que estemos yendo para atrás pero tampoco quiere decir que estemos avanzando. Simplemente quiere decir, que estamos cambiando.
Todos estos fenómenos son relativamente recientes y podríamos empezar por intentar comprender qué sucede y, de momento, aceptar nuevas tecnologías que, aunque estén cambiando a pasos agigantados, no quiere decir (de momento) que nos estén reblandeciendo el cerebro. Para evitar que esto suceda será necesario encontrar un equilibrio responsable y evolucionar siempre para mejorar la calidad de vida de las personas y, por lo tanto, de la sociedad.