El fetichismo, según la Wikipedia, es una "forma de creencia o práctica religiosa en la cual se considera que ciertos objetos poseen poderes mágicos o sobrenaturales y que protegen al portador o a las personas de las fuerzas naturales". Resulta curioso ver como algo que suena tan esotérico se lleve a la práctica diariamente por muchísimas personas, desde quien se gasta un pastón en un bolso de Prada, hasta quien guarda en su garaje una Harley Davidson. Alguien que haga el esfuerzo de hacer tales inversiones en objetos, se deleita con solo mirarlos, se siente orgulloso de poseerlo y de añadir a su identidad todos los valores que representa. Pero no hace falta gastar cantidades ingentes de dinero; las Rayban vintage que le "coges prestadas" a tu padre o la cámara fotográfica que compras en una tienda de segunda mano también nos valen como ejemplos.
Pero… ¿por qué somos así?
Muchas veces compramos cosas no porque las queramos, sino porque creemos que forman parte de nosotros mismos y solo por eso "debemos" hacernos con ellas. Tratamos de reafirmar nuestra identidad y el estilo de vida con el que nos sentimos identificados una y otra vez; por eso hay gente que llega a acumular enormes cantidades de cosas que responden a esta "necesidad". Colecciones enteras de muñecos o de complementos que muchas veces no llegan a salir de sus armarios.
Pero el caso es que funciona. Muchísimas empresas han creado toda una serie de tradiciones y mitos que estamos dispuestos a seguir con devoción sin cuestionarnos demasiado el por qué. La historia de Ikea, Apple o Chanel ha pasado a formar parte de la cultura popular y muchos de sus productos se han convertido en auténticos iconos.
Parece increíble que cosas materiales simbolicen tanto.