Cerebros de Italia
Como sabeís, me gusta escribir acerca de las conexiones entre las personas, teamworking, nuevos modelos de trabajo, curiosidades al respecto… ya que sobretodo es el mundo en el que actualmente me muevo.
Una amiga mía me comentaba recientemente lo poco que valoramos lo nuestro, haciendo referencia a un famoso pintor e ilustrador paisano nuestro que consideraba poco o nada reconocido en su patria. Así que desde aquí me he propuesto hacer un recordatorio para que la gente redescubra, o descubra si hace falta, a un gran artista vallisoletano: Eduardo García Benito.
El concepto “oficina” tiene fecha de caducidad. Los típicos despachos grises y cuadriculados están destinados a desaparecer para dejar paso a espacios más cálidos, y que cada vez se asemejan más a zonas características del ámbito hogareño.
Oficina típca de los años 40.
Cocos, copias o coincidencias. Este término lo acuñaron Juli Capella y Ramón Úbeda en defensa de la innovación en el diseño en el año 2003. Como ellos bien decían, es lícita la inspiración, pero ¿la copia?
La naturaleza tanto como la cultura, son los mayores tesoros que posee Costa Rica, razón por la cual me interesa aquellas intervenciones de diseño mediadas por actitudes sostenibles de tolerancia cultural y natural.
Me ha venido ahora a la cabeza una conversación reciente que mantuve con un gran amigo mío (*que descubrió la existencia real del diseño industrial hace poco tiempo) y en la que me trasladaba una pregunta tan interesante como profunda que posteriormente despertó en mi muchas reflexiones, cosa que le agradezco enormemente.
La pregunta en cuestión era la siguiente:
A orilla de las carreteras, en el tránsito por los cordones umbilicales que cosen ciudades con ciudades parecidas, esos que Augé llamó los "no-lugares", emergen hoy estructuras de hierro herrumbrosas, en diversas combinaciones de verticales y horizontales, memoria de mensajes publicitarios en el olvido.
Bologna, 5 de la tarde. Me dispongo a tomar un capuccino con un trozo de tarta de ricotta y chocolate blanco (viva la dolce vita) cuando observo a mi alrededor. En la mesa de mi izquierda, un grupo de personas de edad, más o menos avanzada, charlando, riendo, alguno incluso cantando. A mi derecha, una mesa con 5 chicos jóvenes concentrados cada uno en su iPhone, sin hacerse demasiado caso los unos a los otros más que para intercambiar escuetos comentarios sobre alguna de las aplicaciones de este (oh!) infinito aparato.