Herb y Dorothy.
Hoy en día, todos nos hemos convertido en rehenes de las primas de riesgo y de los mercados que se imponen también en el mundo de la cultura. Sólo importan las cifras. El cine, el diseño o el arte se han vuelto negocios al servicio de la rentabilidad económica y de una racionalidad triste que convierte en mercancía todo lo que toca. Así, mientras magnates y millonarios se reparten en las subastas las obras que deberían exponerse en museos, las galerías mas renombradas abren sus puertas al mundo de las finanzas y a la codicia de especuladores, que son de todo menos coleccionistas y amantes del arte.
Trailer oficial Heb & Dorothy 50×50, 2013.
En este contexto, el filme biográfico Herb & Dorothy 50X50 –continuación de Herb & Dorothy (2008)–, que se estrena estos días en el ICF Center de Nueva York, documenta una historia atípica que se convierte en la excepción que confirma la regla. Dirigido por Megumi Sasaki, Herb & Dorothy 50X50 nos brinda una buena ocasión para pensar en otro tipo de coleccionismo que nace de la pasión, de la generosidad y del verdadero amor por el arte, pues es un coleccionismo que representa, sobre todo, una inversión de energías en la búsqueda del conocimiento. Al margen de cualquier consideración sobre el documental, la historia de los cónyuges Herb y Dorothy Vogel es en sí misma tan bella e instructiva que merece ser recordada.
Cartel del documental Herb & Dorothy 50×50, 2013.
A inicios de los años 60, el empleado de correos Herb y la bibliotecaria Dorothy se propusieron, a pesar de sus escasos recursos económicos y animados por una gran pasión, dedicarse al coleccionismo. Se casaron en 1962 y se esforzaron por sobrevivir con el sueldo de la mujer para poder destinar todo el salario de Herb a la adquisición de obras de jóvenes artistas emergentes y todavía praticamente desconocidos. Se trataba principalmente de obras minimalistas y conceptuales, pues el Pop Art y el Expresionismo Abstracto estaban fuera del alcance de sus bolsillos.
Trailer oficial Herb & Dorothy, 2008.
Día tras día, la pareja empleaba todo su tiempo libre en visitar exposiciones, galerías y sobre todo talleres de artistas con quienes solían establecer relaciones de amistad. Herb y Dorothy se guiaban más por intuición que por las opiniones de críticos y galeristas, compraban lo que les gustaba y escogían las obras de los artistas que apreciaban personalmente. No obstante, existía un condicionante, ya que las obras debían ser lo suficientemente pequeñas como para caber en su casa de Manhattan. En su diminuto apartamento de dos habitaciones, la acumulación de obras de arte limitaba día a día el espacio disponible, de manera que acabaron custodiando cuadros hasta debajo de la cama. Todo estaba tan repleto de cosas que, a primera vista, cualquiera pensaría que Herb y Dorothy sufrían del síndrome de Diógenes.
Herb y Doroty en su casa en Nueva York.
Herb y Doroty en el comedor de su casa en Nueva York.
En 1965, la pareja compró una pieza de Sol LeWitt, un artista todavía desconocido que inauguraba su primera exposisición individual por aquel entonces. La inteligente adquisición fue el preludio de una colección que, solo cinco años mas tarde, sería conocida en medio mundo y despertaría el interés de muchos museos internacionales que solicitaban visitarla. Cuando la pareja ya se había convertido en una institución de la escena cultural neoyorquina, eran los mismos artistas los que muchas veces regalaban nuevas pieza a Herb y Dorothy. Fueron tantas las obras que la pareja reunió, que, en el año 1990, ésta logró acceder al Top 200 del coleccionismo internacional. De este modo, en casi trenta años Herb y Dorothy han creado de la nada una colección millonaria con obras de Sol LeWitt, Christo e Jeanne-Claude, Richard Tuttle, Chuck Close, Robert Mangold, Sylvia Plimack Mangold, Lynda Benglis, Pat Steir, Robert Barry, Lucio Pozzi e Lawrence Weiner, entre muchos otros. Sin embargo, los Vogel nunca especularon con el arte ni vendieron un solo cuadro y cuando, ya en 1992, no cabía ni un alfiler en su pequeño apartamento, decidieron donar todo a la National Gallery of Art de Washington (NGA), una institución pública en la que no se paga entrada. Dicen que ellos mismos habían sido toda la vida empleados públicos y querían devolverle algo a los demás.
Herb y Dorothy.
Finalmente, cuando también la NGA se quedó pequeña para las aproximadamente 4000 pieza acumuladas durante medio siglo de amor por el arte, la pareja decidió repartir su colección, valorada en varios millones de dolares, entre los museos de los 50 estados americanos, destinando 50 obras a cada uno de ellos. (más inormación aquí). Desde entonces y hasta la reciente muerte de Herb, a los 89 años de edad, la búsqueda y el acopio de obras de arte continuó ocupando el tiempo libre de esta extraordinaria pareja que siempre se mantuvo fiel a sus principios y nunca confundió el valor artístico con el económico.