El acceso al agua-para-vivir es una necesidad básica al mismo tiempo que un derecho humano fundamental (¡faltaría más!). Y como es obvio, existen unos estrechos vínculos entre la falta de agua y la pobreza.
Debemos darnos cuenta que con los medios y tecnología de los que disponemos hoy en día, las crisis del agua -las sequías- ya no provienen tanto de la ausencia local de este recurso natural, como de las relaciones de poder injustas y de las políticas interesadas o equivocadas que agravan su escasez.
Y la escasez de agua genera pobreza, desigualdad y conflicto. Por este orden.
Pero los acomodados europeos, cuando hablamos del problema del agua en el mundo nos perdemos en ese macro concepto y no imaginamos a personas concretas sufriendo los problemas cotidianos derivados de la escasez de este recurso.
En una misión a Kenia mi compañero local me comentó que estaban muy preocupados por la fuerte sequía que sufría el norte del país. Acostumbrado como estaba en España a oír hablar de sequías regularmente no le di mucha importancia a su preocupación. Al fin y al cabo, en mi país, cuando hay sequía echamos mano de recursos y tenemos reservas suficientes para abordar el problema -casi- sin enterarnos. La expresión de su cara me hizo darme cuenta de que sequía para un europeo no era lo mismo que sequía para un habitante de un país pobre. El efecto más notable de la sequía en nuestra vida cotidiana se reduce a escuchar a alguien que te riñe por dejarte el grifo abierto.
-¿Qué pasa cuando aquí hay una fuerte sequía? -pregunté-
-Que se pierden las cosechas y no hay que comer, y en consecuencia muere de hambre mucha gente. De hambre, de sed, y de desnutrición.
-Que injusta es la vida y que suerte tenemos algunos -pensé-
O dicho para que lo entendamos los europeos; que en zonas deprimidas, la mayoría de las familias rurales (pobres) sobrevive gracias al cultivo de pequeños huertos con los que se alimentan, y los excedentes les sirven para hacer trueques con otras mercancías. Y no tienen plan B como nosotros, no tienen más recursos, (por eso son pobres) no tienen unos ahorros en el banco, no tienen crédito, no tienen un familiar que les deje dinero, no tienen nada que vender y no tienen una parroquia a la que pedir comida.
Incluso aunque no haya sequía, el acceso al agua condiciona la vida. Pensemos en una familia rural africana de seis miembros. Si cada persona necesita entre 50 y 100 litros de agua -al día- para cubrir sus necesidades básicas y evitar problemas de salud Según la OMS, esta familia de seis miembros necesitaría como mínimo los 300 litros al día, que por derecho les corresponden.
Imaginemos que esa familia dispone de un río caudaloso a un kilómetro de distancia. Ya son afortunados…¿no? Este río, efectivamente es el equivalente para nosotros a nuestro cuarto de baño, nuestro grifo, nuestra lavadora y nuestro medio para la higiene personal.
¿Es equivalente?
Bueno pues pónganse en su lugar, vivan ahí ustedes; tendrán que hacer 15 viajes al río con un bidón de 20L cada día para tener el mínimo de agua necesario según la OMS. En cada viaje emplearán una hora y… ¿Imaginan lo duro que es cargar con 20 kg de agua durante un km?
Hagan esto 15 veces al día.
En nuestro ejemplo se encargarían de ir a por agua los más jóvenes y las mujeres de la familia. No tienen carro ni bicicleta, eso es un lujo allí. Y las horas empleadas en ir a por agua cada día afectarán gravemente a su formación, porque así difícilmente podrán ir a la escuela o seguir el curso convenientemente, y como resultado tendrán muchas menos oportunidades en la vida. Además de ver limitada su formación, las niñas y niños en estas circunstancias serán especialmente vulnerables durante el trayecto. Por esto es tan importante acercar el agua a las personas, porque descarga a los niños de la labor de ir a por agua y les permite dedicarlo a sus estudios, o a jugar, y porque deja más tiempo a los adultos para labores productivas como la agricultura o la ganadería y porque produce una clara mejora en la salud de las poblaciones afectadas.
La formación, la salud y la seguridad humana también son un problema derivado del acceso al agua.
Para acarrear agua tradicionalmente se han utilizado diferentes tipos de grandes calabazas (mates) una vez secas y vacías. También se siguen viendo los artilugios hechos con las cámaras de las ruedas de camión desechadas, ya que este es un material resistente e impermeable, muy común en casi cualquier sitio y muy barato. Pero desde hace unas décadas el paisaje africano está plagado de bidones de plástico amarillo, derivados de un invento de principios de la segunda guerra mundial, cuando en Alemania se desarrolló el bidón metálico de 20 L denominado popularmente Jerrycan (de German deriva Gerry, que es como llamaban los ingleses a los alemanes, y can, en inglés significa lata) Este era de diseño rectangular para que pudiera apilarse, y de acero estampado con esquinas redondeadas para aguantar duros golpes. Además, disponía una boca prominente con un respiradero, que permitía trasvasar su líquido sin necesidad de embudo, y tres asas paralelas que permitían cogerlo entre una o dos personas cuando estaba lleno. Así mismo, en vacío, una sola persona podía cargar con cuatro bidones; dos bidones en cada mano agarrándolos juntos por sus asas exteriores.
El nieto de aquel magnífico diseño, el mítico bidón amarillo de polietileno de alta densidad (HDPE) es, hoy por hoy, el sistema individual de transporte de líquidos mas usado de África. Pero ya no es el mejor. En la actualidad diseñadores y diseñadoras de productos han desarrollado algunos interesantes objetos que, si bien no resuelven, minimizan el impacto negativo de estas situaciones concretas de acceso difícil al agua. Para trasladar cantidades muy superiores a 20 L en un solo viaje, el mejor diseño es el creado por dos diseñadores sudafricanos en 1991 que se comercializa como “Hippo Roller”, y que consiste en algo tan sencillo (los grandes diseños son muy sencillos) como un bidón o depósito de plástico (HDPE) cilíndrico muy resistente, con un tirador/empujador metálico sujeto a los dos extremos de su eje, de manera que aunque esté lleno y pese mucho (carga hasta 90 L de agua), tumbado sobre su eje se pueda llevar ¡¡rodando!! de un sitio a otro. También los nuevos materiales y sus nuevas aplicaciones han permitido últimamente la fabricación de diferentes tipos de depósitos-bolsa, estáticos y blandos, que vacíos ocupan muy poco espacio para su transporte y una vez llenos almacenan gran cantidad de agua en condiciones de salubridad.
Una vez se ha conseguido el agua, para desinfectarla se puede usar un método muy efectivo y barato conocido como “método Sodis” (SOlar DISinfection), que consiste en introducir el agua en botellas comunes de plástico (PET) o de vidrio, y exponerlas a pleno sol durante al menos 6 horas. Está estudiado y comprobado que el efecto combinado de los rayos solares ultravioleta UV-A y el incremento de la temperatura del agua por encima de los 45 °C destruye los agentes patógenos como bacterias, parásitos, microbios, y otros microorganismos susceptibles de provocar enfermedades, potabilizando así el agua sin necesidad de hervirla. Hervir el agua consume mucho tiempo y mucho combustible, y el sol es gratis y abundante.
Pero para África, que solo cuenta con el nueve por ciento de los recursos mundiales de agua potable, esto no dejan de ser pequeños parches a un enorme problema que afecta directa y gravemente a una gran mayoría de su población. Los grandes y graves problemas derivados de la falta de acceso al agua solo los podrían resolver decisiones políticas de escala mundial solidarias y equitativas…Nada más lejos de la realidad.
A los pobres, un servicio inadecuado de saneamiento y de acceso al agua les obliga a emplear un dinero, un tiempo y un esfuerzo en conseguir agua que los ricos no tienen que emplear. No sé si se lo habían planteado, pero es un hecho que los pobres pagan el agua mucho más cara que los ricos.
Definitivamente, cuanto más pobre se es, más cara se paga el agua.