La humanidad moderna era esencialmente optimista, quizá por eso desapareció. Y lo era porque, frente a los tradicionales relatos apocalípticos con los que concluyen sus muchas cosmogonías, siempre creyó que el tiempo era ilimitado, que no tendría fin.
Es verdad que muchos de esos recuentos tenían pocos visos de suceder. Que los cielos se abrieran y dieran paso a una algarada de cornetas, preludio de tormentas, terremotos y diluvios, tenía pocas posibilidades. Otros, más probables, el calentamiento climático, una guerra nuclear mundial o, incluso, un impacto con un asteroide desbocado, eran contingentes, podían darse o no. Sin embargo, hay un relato apocalíptico necesario. Y por eso, cierto. Sí, más después que antes, el sol acabará por colapsar, se enfriará, y con él terminará la vida en el planeta Tierra.
Pero ese fin del mundo no tenía que ser el fin de la especie humana. Para cuando el sol dejará de serlo, un evento que calculaban ocurriría en 4.500 millones de años, la especie podría haber encontrado habitación en otros planetas. O podría no ser ya dependiente de la luz y el calor solar. Que incluso una vez que el planeta ya no los acogiera el tiempo siguiera avanzando. Que lo que antes dependía del cosmos dependiera ya de la tecnología.
Fue el optimismo irredento de la humanidad moderna el que desembocó en un calendario sin fin. Aquella temporalidad que los modernos llamaron nuestra era no tenía fecha de caducidad. El tiempo avanzaba desde aquel año 0 con el que comenzaba su tiempo hacia el infinito, sin año de finalización.
Y fue el optimismo irredento de la humanidad moderna el que derivó en la tecnología, también sin fin. Aquella temporalidad que los modernos llamaron nuestra era no debería tener fecha de caducidad. La tecnología avanzaba desde el reloj mecánico hacia un mundo infinito, sin límite temporal.
Durante un par de siglos la ecuación humanidad-tiempo-tecnología funcionó, bajó la mortalidad neonatal, subió la esperanza de vida, aumentó la población mundial, hasta que los dos últimos términos colapsaron en lo mismo, las máquinas aceleraron el tiempo que terminó por ser asequible sólo para ellas, en un bucle fugaz que terminaría por dejar atrás a una humanidad a la que ya no le quedaría más que aquel añejo optimismo moderno y, como todos sabemos, el optimismo por sí mismo no es nada.
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