Es curioso cómo el estereotipo clásico sobre la figura del diseñador se ha ido difuminando. Por clásico, me refiero a la vinculación de la profesión con grandes figuras, referentes, nombres, que muchos éramos capaces de decir de carrerilla, casi como si se tratase de una alineación de nuestro equipo de fútbol. En mi llegada al diseño, unos eran más de Alessi y Giovannoni y otros de Grcic y su buen hacer para Vitra. Es justo decir que al mismo tiempo que se vinculaba el diseño con estas figuras, existían otros acercamientos a la prestación de servicios profesionales de diseño, como los que ofrecían FROG Design, IDEO o Smart Design -Y muchos otros, más humildes y desconocidos en contextos locales-.
Algunos jóvenes diseñadores, veían en esas figuras un espejo en el que mirarse, un referente al que seguir. Existía una clara “aspiracionalidad”. Como la de un niño que quiere llegar a ser como su ídolo de ficción, deportivo o literario.
En pocos años, podría enmarcarlo en el devenir de la última década, apenas quedan atisbos de esta “aspiracionalidad”. Las grandes figuras ya no se recitan como alineaciones en los corrillos del mundillo. Apenas queda rastro de aquellos grandes nombres. Por primera vez, ya en la década actual, he visto como estudiantes que inician con ilusión y pasión sus estudios en diseño son incapaces de mencionar alguno de aquellos referentes “de carrerilla” cuando les pregunto al respecto en su primer día de clase. Como chascarrillo, continuo mi interrogatorio preguntando si conocen a un tal Cristiano Ronaldo. Poco después consigo que alguno de los presentes haga una confesión reveladora: Claro que se quién es, aunque no tengo ningún interés en el mundo del fútbol. Si bien el desconocimiento de grandes nombres en diseño es poco a poco mayoritario, con mayor asiduidad encuentro respuestas tímidas sobre referentes mucho más mundanos. Conocidos, familiares, gente normal, que trabajan como diseñadores o se relacionan directamente con este campo profesional. Esos son los referentes anónimos de los jóvenes… ¡Qué interesante!
Quizás esta anécdota es solamente eso, un hecho anecdótico, pero me hace reflexionar en que, es posible que estemos ante el argumento definitivo al eterno debate entre Arte y Diseño.
Es igualmente interesante observar la evolución del diseño en cuanto a su participación de industrias y sectores cada vez más dispares. Basta con acudir a una librería y ojear un libro que hable sobre la historia del diseño en cualquiera de sus disciplinas, para ver que los ejemplos son, históricamente, repetitivos y casi siempre los mismos. En algún caso, sillas, sillas y más sillas. Admitamos que tenemos cierta obsesión con el tema. Hoy no es el hábitat el sector que más profesionales del diseño contrata.
André Ricard, pionero del diseño de producto en España, me invitaba a reflexionar sobre “el eterno debate” mientras lo entrevistaba en su estudio de Barcelona. Me decía:
“(…) el ámbito del diseño también ha cometido errores. El principal ha sido exponer los objetos en un pedestal iluminados por un foco, con lo que se quita cotidianeidad, tratándolos como objetos de arte. Hemos incitado al público a que viese los diseños como algo muy exclusivo, como si fueran obras de arte. De este modo muchas industrias dudaron en recurrir a nosotros para diseñar, por ejemplo, un simple martillo, cuando lo cierto es que todo merece ser diseñado.”
Extracto de la entrevista a André Ricard para el libro “Diseño español, más que palabras”. Enlace a la entrevista.
Poco más se puede decir. Añadiría quizás que el ejemplo mencionado, en relación con la disciplina de diseño de producto, es extensible al resto de disciplinas, pues subrayo sus palabras; todo merece ser diseñado: un producto, un servicio, un proceso, un sistema, una experiencia, …
Aquel día, hace siete años, al término de la entrevista, André Ricard me regaló su libro homónimo, escrito por Norberto Chaves. Siempre me ha llamado la atención el subtítulo: “Un silencioso combate”. Cuánta razón. Diseño, un silencioso combate.
En aquella época a la que se refiere, se podía designar el resultado del ejercicio de diseño casi como si estuvieses en una pinacoteca: ¡Un Sorolla! ¡Un Picasso! … Esto debe ser de Pollock, ¡todo lo que hace es parecido!
Seré claro; aquel modelo, necesario para visibilizar la profesión, es hoy casi anacrónico. Sigue y seguirá existiendo el diseñador estrella, y será de utilidad para un puñado de industrias. Sin embargo, ya no es el espejo en el que se miran los jóvenes diseñadores. Auguro, por cierto, un complicado periodo de adaptación para aquellas firmas que fiaron su éxito comercial a la estrategia de empoderar la figura del creador. Especialmente en aquellos sectores en los que el bien o servicio que comercializan se ha “comoditizado”; por su extensión en el tiempo, por el impacto de la tecnología o simplemente por el avance de sus competidores.
¿Dónde y en qué trabajan los centenares -sino millares- de egresados de programas de grado y máster que ofrecen las Universidades y escuelas de diseño? ¿Qué hacen? ¿A qué se dedican? Es evidente que sigue habiendo una importantísima demanda de desarrollo de productos y servicios. Una demanda de diseñadores anónimos que participan en el lanzamiento al mercado de nuevas soluciones o en la mejora de las existentes, empleando para ello, además de la metodología del diseño, las habilidades y herramientas específicas en las que se han formado en cada caso. Al mismo tiempo, ha ido calando la necesidad de incluir el diseño como herramienta o método en diferentes procesos transversales dentro de una organización como recurso especializado en la resolución de problemas.
Las hordas de jóvenes diseñadores que llegan al mercado están dotadas en buena medida de competencias como el pensamiento analítico, el carácter innovador, el aprendizaje activo, la resolución de problemas complejos, el pensamiento crítico y el análisis, la creatividad, la originalidad y la iniciativa, la resolución de problemas o la orientación a la experiencia de usuario. El camino hacia la resolución de problemas y su proceso es importante en igual medida que la solución final.
Por cierto, las competencias mencionadas son algunas de las identificadas por el World Economic Forum como parte de las quince competencias clave para el 2025, según su estudio sobre el futuro del trabajo desarrollado en 2020. Si bien pudiera parecer que he utilizado el estudio a mi favor, para empoderar al colectivo de diseñadores anónimos que desempeñan su trabajo empleando un marco de competencias muy similar, me gustaría aclarar que el estudio se fundamenta en la necesidad de empresas reales y no menciona nada sobre la necesidad de rockstars del diseño.