La fase de investigación como refugio. El lugar al que volver cuando fuera, en la incertidumbre, comienzan a repetirse las señales de haber perdido el camino.
Como investigador, me gusta explicar que en esa faceta de mi trabajo mi labor es generar conocimiento. Sin matices ni complejidades; compartir conocimiento tras aplicar un método para la obtención del mismo. A veces tras esta palabra -investigación- se oculta el error de entender que bajo su actividad sólo tienen cabida complejas experimentaciones o el uso de sofisticadas tecnologías. Eso es sólo una posibilidad.
En la práctica del diseño investigar significa igualmente generar conocimiento. Significa empaparse de un conjunto de premisas técnicas, sociales o económicas, que permitan generar el conocimiento necesario para abordar un proyecto. En definitiva, dominar una serie de aspectos clave que afectan a un proyecto para a partir de ahí proponer soluciones certeras. Investigar es por lo tanto una tarea nuclear del método.
Sin embargo, en la metodología proyectual del diseño las tareas de conceptualización y desarrollo suelen acaparar todas las miradas. Del mismo modo que en la etapa de comercialización de una solución se ponen en valor sus atributos finales, y como mucho la creatividad de la propuesta respecto a lo existente, sin mostrar otras partes del proceso. ¿Por qué? Porque tras el pliego de condiciones -el encargo-, la tentación de pasar a un trabajo propositivo es inevitable. Pero hacerlo es un error.
Es probable que se dé por hecho que cualquier resultado procede en realidad de un arduo trabajo previo de análisis y reflexión. La búsqueda de información, la investigación, su procesamiento y la obtención de conclusiones tiene una relevancia muchas veces olvidada. El conocimiento generado es el garante de poder reorientar en caso de que sea necesario un proceso de diseño sin necesidad de echar por tierra un proyecto.
Hay que subrayar que el acceso a la información no es lo mismo que poseer el conocimiento. Las fuentes de información actuales permiten encontrar respuestas a preguntas en cuestión de segundos. Sin embargo, conectar cada uno de los hallazgos sigue siendo una tarea que requiere una gran destreza. Obtener un posicionamiento fundamentando, vinculando los distintos hallazgos para concluir que la fase de conceptualización ha de acometerse de un modo concreto es precisamente una de las claves en el proceso.
Hablemos ahora del valor, directo e indirecto, que emana de una correcta fase de investigación. En diseño, la obtención de una solución certera es la vara de medir del éxito. Sin embargo, ¿Acaso no es posible resolver un problema con distintas soluciones? La investigación supone por lo tanto un acopio de conocimiento que el cliente puede reutilizar una y otra vez. Es decir, la realización de una investigación de garantías -dominar el conocimiento existente en relación a un tema- nos permitirá llegar a un valor directo en forma de solución acertada. Pero además de esta tarea se genera un valor indirecto que permitirá afrontar otros retos: amortizar el conocimiento.
En definitiva, el mal profesional del diseño intenta poner en marcha la locomotora de la creatividad sin haber cargado los depósitos de conocimiento. El buen profesional entiende que investigar es la base de su éxito.