El mes de septiembre marca año tras año el comienzo del curso académico. Un curso que se afronta con ilusiones renovadas y el propósito de trabajar en nuevos retos y proyectos. Pero también supone un reencuentro, no solo entre docentes y estudiantes, sino con los conceptos esenciales que se deben transmitir a las nuevas generaciones, en mi caso, de diseñadores.
Ante el reto mayúsculo de trasladar a decenas de estudiantes los conceptos y términos básicos de la cultura proyectual del diseño, emerge cada septiembre un debate sobre la concepción del buen diseño, sobre el uso de etiquetas nocivas que desvirtúan su capacidad real de transformar sociedades y dar respuesta a las necesidades de las personas. Me refiero a la categorización casi instantánea de una solución empleando la coletilla “de diseño” para denotar su extravagancia, su carestía o sorprendentemente su inutilidad. Mención aparte merece la facilidad para expresar con rotundidad lo que consideramos un mal diseño, frente a lo desapercibido de las soluciones exquisitas, creadas por profesionales anónimos, en las que nadie repara.
Cabe señalar la relevancia de dos documentos esenciales que sirven para dar vida a este debate. Dos documentos de cabecera para todo diseñador o interesado en esta actividad. Me refiero al Decálogo o Principios del Buen Diseño de Dieter Rams (ca. 1980) y al documental Objectified (Gary Hustwit, 2009). Revisitados en infinidad de ocasiones, hay un aspecto que merece especial atención: El énfasis en la eliminación de lo superfluo y la búsqueda de soluciones arquetípicas. Lo que Dieter Rams resume en su décimo principio del siguiente modo: “Un buen diseño es tan poco diseño como sea posible”. Una revelación de tal calibre invita inevitablemente a la reflexión. Como si el diseñador alemán nos estuviese advirtiendo de la complejidad de comprensión del término, aludiendo precisamente al uso mayoritario -y erróneo- para decir lo que es, desde lo que no es.
En los próximos meses, en el devenir del itinerario formativo, surgirán nuevos debates sobre la relevancia de la morfología y la estética o la consideración de lo bello. También habrá lugar para visitar la eterna dicotomía creativa, entre arte y diseño, así como su vinculación con las llamadas disciplinas creativas. Sin embargo, entender la necesidad de dotar de “menos diseño” a una solución es la lección que debe vertebrar el desarrollo de los jóvenes diseñadores. Ante este planteamiento, que en buena parte desarbola lo que cualquier no iniciado en el diseño tiene en mente a la hora de concebir este ámbito profesional, sorprende una reacción generalizada: Las nuevas generaciones entienden y asumen el reto.
Si bien lo ideal es que esto ocurra en etapas tempranas -¡Cuanto antes mejor!- podría sorprender que esta lección no trascienda más allá de los límites del colectivo, perpetuándose la etiqueta #dediseño entre el grueso de la sociedad. Urge la pedagogía en diseño a no diseñadores. Y por eso un propósito para el nuevo curso: Hablemos mucho de diseño y menos #dediseño, tan poco como sea posible.