En un bar del barrio madrileño de Chueca, de esos donde se toman vermús de grifo y cañas al agradecido sol invernal de los sábados por la mañana, en su interior, tienen colgado un letrero que dice textualmente: “los libros no pueden juzgarse por sus tapas, los bares sí”. Estoy en radical desacuerdo con parte de esta sentencia: una buena tapa de un libro es, en parte, una declaración de principios y una promesa de que ahí dentro hay algo interesante.
En el universo de los objetos con los que nos relacionamos todos los días, el libro es quizá el más complejo de todos. Aunque básicamente un libro impreso es un artefacto que se compone de tres partes: 1. la cubierta, 2. las páginas interiores o “tripas”, generalmente en forma de cuadernillos, y 3. la encuadernación de esos cuadernillos.
Parafraseando a Maurice Denis en su célebre sentencia: “Recordad que un cuadro antes de ser una batalla naval o un paisaje, es una superficie plana cubierta de colores reunidos con un cierto orden”, se puede afirmar que: un libro antes de ser una colección de cuadernillos de papel reunidos en un cierto orden y abrazados por una cubierta, es el contenedor de unas palabras o imágenes que pueden convertirse en eternas y cambiar el mundo.
Sobre la cubierta de un libro habría que distinguir entre los libros de colección y los únicos: monografías, ensayos, libros de arte… Y dentro de los de colección libros al estilo Daniel Gil para Alianza Editorial y libros con una línea gráfica muy marcada que los hace identificables y pertenecientes a una familia determinada. ¿Cuáles son mejores?
¿Cómo debe ser la relación dentro de un diseño editorial entre imagen, tipografía y gama de color, para lograr un argumento gráfico que funcione?
Cada proyecto tiene sus características propias y debe responder a unas necesidades concretas. Pero para cualquier trabajo sí existe una regla aplicable: el argumento gráfico debe responder a unas necesidades y no ser un “a priori”. Igual que en arquitectura hay, o debería haber, un programa de necesidades y unas limitaciones técnicas o presupuestarias, en diseño debe suceder exactamente lo mismo.
Un proyecto gráfico tiene algo de composición musical: se trabaja con un repertorio escaso de herramientas, pero las combinaciones son infinitas. A veces me gusta comparar los sonidos y silencios de una obra musical con la mancha y la ausencia de ésta en una pieza gráfica. La belleza de algunos caracteres tipográficos es debida a su perfecta armonía y equilibrio entre los trazos que lo dibujan y sus blancos interiores. E igualmente ocurre con el conjunto de una pieza gráfica cuando empezamos a manejar otras herramientas como son las armonías cromáticas o la composición en su conjunto.
El libro es un objeto creado por el hombre difícilmente superable, la expresión de lo mejor que puede conseguir el ser humano. El contenedor de todo. La capacidad de cambiar el mundo. Y como diseñador un ejercicio y un reto que nace inédito cada vez que te enfrentas a él.
¿Cómo se presenta el futuro del libro impreso?
En primer lugar, se puede admitir que el libro impreso es complementario con el libro digital. La coexistencia se mantiene actualmente sin mayores problemas debido a:
– La todavía inercia existente debido a la edad media alta de los lectores
– El libro impreso conecta con aspectos importantes de la experiencia humana
– Las páginas de un eBook no se tocan
– La textura del papel no se manifiesta
– El formato, el lomo no se perciben…
Alrededor del mundo del libro hay cuatro actores de interés: el autor por supuesto, el editor en su doble acepción según el idioma inglés -con la “e” acentuada o sin acento-, el impresor y, por supuesto, el diseñador responsable de ofrecer “buenas tapas”.
Emilio Gil
Diseñador Gráfico
Medalla de Oro al Mérito en las BBAA, 2015