Comechiffones es la nueva apuesta de la dupla de artistas textiles argentinos en la Galería Ruth Benzacar de Buenos Aires
Los Chiachio & Giannone (Leo y Daniel, respectivamente) vuelven a hacerlo. Sorprender con el virtuoso oficio del hilo y aguja, el rejunte de telas, pero sobre todo de hogar, familia, amigos y pareja.
Tremendas superficies bordadas donde todo, como el la vida misma, se superpone – patrones, texturas, formas, motivos y temas -sus perros, la tierra, el patio, las macetas… y en esta oportunidad una bisabuela comechingona que da nombre a la muestra.
El título, explica su curador Leandro Martínez Depietri, se completa con la condición de ambos de “chiffonniers pintados por Manet en 1869: uno de los tantos que pateaban las calles de París en los siglos XVIII y XIX en busca de las telas sobrantes de la industria de la moda”.
Veinte años, además, los que además festejan, celebrando siempre al textil y trabajando y viviendo juntos.
Pintura, bordado, mosaico textil, cerámica y porcelana, nada se les escapa a ellos que eligen la puntada como pincelada. En la por lejos su seña particular: el retrato familiar de ellos, sus hijos y mascotas.
“Buenos Aires ya no es la París de Sudamérica, nunca lo fue. No es la capital de un imperio colonial en expansión, sino la ciudad de la furia en un mundo decadente. Sin embargo, su colección de trapos cuenta historias peregrinas y cosmopolitas: frazadas de casa de verano, un pañuelo Hermés de otra época, falsos gobelinos con aristócratas de pelucones y tacos altos, un tapiz de toile de jouy traficado de Estados Unidos por la hija de una amiga, varias camisas de puto, de loca bárbara, de padre que ya no está y otros tantos chismes”, relata Martínez Depietri como un cuentista. Y continúa: “Bajo las agujas de Chiachio & Giannone, los hilos, tramas y motivos de su muestrario textil de aspiraciones clasemedieras cuentan justamente relatos inesperados. En los tapices ensamblados de la exposición, como es habitual en su obra, la pareja se retrata a sí misma, una y otra vez, en escenas simétricas, con poses idénticas o enfrentadas, calcadas, espejadas o ligeramente alteradas. A sus pies, entre sus brazos, en la palma de sus manos, descansa su prole: tres perros salchicha”.
“Como Chiachio & Giannone Inc., han dado la vuelta al mundo en ochenta telas y se han arropado sin pudor en las prendas de lo que está codificado como exótico para Occidente. Se vistieron de líderes tribales, chamanes de la selva, dioses perdidos, monos picarones y comunistas chinos, imaginando siempre una nueva trayectoria para su amor simbiótico. En cada imagen -en cada detenerse y apropiarse de las fantasías modernas sobre otras formas de vida- ellos incorporaron maneras de construirse y amarse en la diferencia, escapándose del mandato burgués a través de los linajes imaginativos del arte. Pero acá, en esta muestra, el mito empieza en casa de manera explícita. Primero nos confrontan con un despliegue bordado en pañuelos con todos los nombres que alguna vez recibieron como dúo; son, entre otros, “los primeros artistas post-gay”, “la familia queer primaria” y “los madurones”. Está claro, en todos ellos, que hay algo que no encaja con las normas; sea porque su trabajo supone un punto de partida, o un quiebre o porque el número de su edad no se corresponde con las expectativas sobre la gente con esa experiencia de vida. Entramos luego al gran salón de Benzacar. Las paredes están cubiertas por textiles que imitan un cuadro de Yente en múltiples colores, impuestos sobre los exteriores opacos y ocres de falsos gobelinos a los que desbordan. Se vuelven ventanas, vitrales de una catedral del arcoiris en la que se protege y celebra un orden diferente al del viejo mundo que se desvanece. En el centro del espacio, entre los patios íntimos, se alzan los grandes tapices de la pareja en su espacio doméstico. Los barbudos sentados se rodean de columnas alla Brancusi, que representan vasijas apiladas con motivos comechingones, de La Aguada y de otras culturas originarias; de ellas emergen plantas reconocibles, en escalas extrañas y llevadas a un lenguaje geometrizante que resulta cercano aunque difícil de precisar. La homenajeada es una bisabuela comechingona, una extraña referencia en la genealogía de una clase que repite hasta el hartazgo que es descendiente exclusiva de los barcos”, remata.
Una vez más lo hicieron. Larga vida al amor, el virtuoso trabajo con las manos y al textil como lenguaje.