Sanando puntada a puntada
Muchos querríamos volver a la infancia cuando el afuera se muestra amenazante. Y ni hablar cuando queremos abrevar de nuestra creatividad (está probado que allí se encuentra el tesoro de nuestra esencia hacedora).
El caso de la arquitecta devenida artista textil argentina radicada en Suiza, Victoria Díaz Saravia, no es la excepción, pero desde un lugar aún más contundente. Aunque es duro decirlo, de algún modo, parte de su infancia fue robada. Sus padres (arquitectos ambos) fueron desaparecidos y muertos en la dictadura argentina. Ella fue criada por sus abuelos, que obviamente haciendo todo lo que podían, y según ella misma detalla, le regalaron un patio.
“El patio de la casa de mis abuelos, con sus baldosas desteñidas,
con el sol filtrando por las hojas de una parra, con macetas llenas de plantas y flores, con hormigas caminando en fila india, con colibríes pasando de visita, con preciosas sillas de hierro esperando generosas a quien quisiera tomarse un descanso, con sus siestas silenciosas, con la alegría de la lluvia, de las fiestas, de los juegos, de los encuentros en familia impregnado de amor… fue el refugio de mi infancia”, adelanta. “A este espacio vuelvo cada vez que necesito un abrazo y cada vez que camino por la vida buscando respuestas”.
Hoy Díaz Saravia busca evocar ese patio de su infancia, esta vez, con sus nuevas herramientas, sus manos, puntada a puntada, en esta instalación expuesta en la muestra colectiva “Per filo e per segno” en la Galleria Doppia V de Lugano, Suiza, curada por Eugenia Walter. Es que luego de graduarse en la Academia de Arquitectura de la Universidad de la Suiza italiana (2004) y de especializarse en diseño para niños en el Politécnico de Milán (2016), hoy trabaja con tela, aguja e hilos.
“Vuelvo a ese patio porque quisiera entender con qué fuerza y de qué manera mi familia materna, mi abuelo y sobre todo mi abuela, lograron salir adelante, seguir disfrutando aunque sea de a ratos de la alegría de vivir. Y vuelvo al patio porque a momentos (muchos) necesito esa fuerza, ojalá un día la encuentre”, nos confiesa.
“Ese patio era hermoso, fuimos muy felices ahí, nos reímos mucho, jugamos mucho y yo pasé interminables siestas jugando sola y esos momentos los recuerdos como un regalo, una paz inmensa, ningún apuro, la seguridad total, aprendí a disfrutar de estar sola, creo por eso ahora me gusta pasar interminables horas cosiendo. Cuando me quedaba a dormir en la casa de mi abuela me despertaba con el ruido de la escoba en el patio y después los baldazos de agua y el paso del haragán, así empezaba ella la mañana. A la tarde cuando el sol se iba, regaba las plantas. Siempre estaba haciendo algo, nunca la vio llorar. También había momentos en los que mi abuelo estaba sentado, en estas sillitas que ves en la instalación, calladito, me imagino que recordaba”.
Sobre el aspecto material de la obra declara: “Otro detalle es que la sillas de la instalación son una copia de las sillas que estaban en el patio de mi abuela, las construí con gasa de lino almidonada, no tienen metal o madera en ninguna parte. Los tubos de las patas están rellenos de Kapook para crear estructura. Las obras colgadas están todas bordadas con hilo verde (siempre sobre gasa de lino almidonada), para evocar la atmósfera del lugar, que era un patio de ciudad, mineral, pero lleno de plantas y cubierto por una parra, muy verde. Quería que sea un grupo, por eso son tres. Cuando ya estaban listas apoyadas en la mesa de mi estudio, era como ver fantasmas de un tiempo lejano y al mismo tiempo era como si ese tiempo nunca hubiera pasado, eran sillas vacías per llenas de significados a la vez. Un día me di cuenta que eran tres los que nos faltaban en al familia, nuestros desaparecidos, y que todo mi trabajo estaba hecho con gasa de lino, como la que se usan para los pañales, como las que se pusieron las madres en sus cabezas, y me di cuenta que estoy impregnada de mi historia”, remata.