A mediados del siglo XIX se crearon instituciones desde el Gobierno de Londres como la Royal Female School of Design o en Estados Unidos la Philadelphia School of Design for Women, pero no será hasta la llegada del movimiento Arts and Crafts ―surgido en Inglaterra a finales del XIX y seguramente el punto de partida de lo que podemos considerar como diseño moderno―, cuando el papel de las mujeres cobrará una visibilidad creativa inédita. Aunque nadie duda de que es el nombre de su fundador, William Morris, el que sobresale por derecho propio. Pero más allá de ello, resulta injustificable que, a pesar de la enorme presencia de creadoras con conocimientos de diseño y artesanía, unido al respeto que sus compañeros masculinos les tenían como camaradas cómplices por su labor con diseños textiles, de joyas o de libros, así como su compromiso con la causa educativa, la historia se haya olvidado de sus nombres ensalzando, exclusivamente, los de algunos de sus maridos. Es el caso de Elizabeth Waterhouse y su trabajo metalúrgico o Phoebe Anna Traquair, con sus ilustraciones, joyas esmaltadas o pinturas murales.
Basta pensar en una significativa fotografía de 1894 en la que creadoras como Frances Macdonald, Agnes Raeburn, Aitken Janet, Cameron Katherine, Keppie Jessie y Margaret Macdonald, rodean al sí reconocido Charles Rennie Mackintosh. Todas ellas son integrantes históricas de la Escuela de Glasgow, pero obviadas a la hora de construir la historia. Sin embargo, figuras como la pintora y decoradora de interiores Margaret Macdonald ―que en 1900 se casará con el propio Mackintosh― podrían ser clave de inspiración para el diseño psicodélico de los sesenta, como se puede advertir en el trabajo de Alton Kelley o Víctor Moscoso, dos de los considerados «cinco grandes» de la psicodelia, que se inspiran en la era victoriana y el art nouveau sumando a todo ello al poso que había dejado el arte pop. El diseño psicodélico no se preocupaba por la legibilidad y se dejaba llevar por guiños expresionistas y decorativos similares a la fantasía lírica con la que impregnaba Macdonald sus trabajos, en los que también destacaban las formas vegetales y redondeadas. Pero lo curioso es que seis décadas después se repite la ecuación y resulta extraño que aún hoy se siga hablando de los «cinco grandes» de la psicodelia y al hablar de Bonnie MacLean ―artista clave de ese momento histórico que realizó únicamente 32 carteles, pero para conciertos memorables de The Doors, Hendrix, Led Zeppelin, Pink Floyd o The Who― se diga que está situada al lado de esos «cinco grandes». La pregunta resulta obvia: ¿por qué no hablamos de los «seis grandes» representantes de este momento contracultural?. No existen muchas razones que puedan justificar esa injusticia, máxime cuando fue ella quien sustituyó a Wes Wilson ―el cartelista más popular de la psicodelia― al frente de la comunicación del Teatro Fillmore de San Francisco.
Volviendo al movimiento de Arts & Crafts, conocemos más a algunos de sus integrantes masculinos, como Charles Robert Asbee, Philip Webb o el citado Charles Rennie Mackintosh, pero menos a figuras como May Morris o Georgie Gaskin, quien con su marido Arthur se situarán como los principales diseñadores de joyas del movimiento Arts & Crafts, aunque Georgie se encargará más directamente del diseño de estas. May Morris, por su parte, era hija de William Morris y tuvo un trabajo muy singular en el campo de la costura artística, reivindicando la recuperación del bordado de forma libre. También destacará la creadora sueca Marta-Maas-Fjetterström, de quien se dice que diseñó alrededor de 650 patrones diferentes, la mayoría para sus conocidas alfombras, aunque también para cortinas y tapices. Mientras, en Estados Unidos destacaron nombres como Florence Koehler, que cultivó la joyería y la cerámica; la decoradora de interiores Elsie de Wolfe; y más tarde, Marie Zimmermann en el campo de la joyería y la metalistería, aunque también dominó la pintura y la escultura.
Como vemos, nombres no faltan, y resulta obvio que existen muchas historias del arte o el diseño por construir, y no solo nos referimos a una historia feminista, todavía en proceso pero cada día más activa. En 1983, el artista afroamericano David Hammons se puso a vender bolas de nieve sobre una manta de colores étnicos en una calle de Nueva York. Con fina ironía, se burlaba así del sistema comercial del arte y de su fría historia occidental para descongelar la mirada blanca implícita metafóricamente en el orden minimalista de las bolas. Porque para la historia no ha sido lo mismo ser blanco que negro. Tampoco, por supuesto, ser hombre que mujer. En cierto modo, el desarrollo histórico-artístico de ambas problemáticas ―y de muchas otras que podríamos traer aquí― pueden entenderse como contraculturas enfrentadas a la hegemonía de la historia del arte canónica. No se trata de cuotas, sino de justicia.