En pocos casos el arte y el diseño se rozaron tanto como durante el auge del Pop Art. Basta pensar en cómo el Pop cobró conciencia de que una vida puede ser tan buena como cualquiera pueda desear. Es algo que desarrolla muy bien Arthur C. Danto en su libro After the End of Art, publicado a finales de los años noventa. Efectivamente, el Pop se posicionó en contra del arte como totalidad en favor de la vida real, mientras el expresionismo abstracto desconfió del mundo que el Pop deificó. El arte pop, igual que muchos diseños, transfigura las cosas y las eleva a otro estado, de deseo, desde una lata de sopa Campbell a un aspirador Electrolux.
En los años ochenta, el israelita Haim Steinbach se dedicó a proyectar sofisticadas estanterías donde se mezclan los productos de limpieza con pequeños objetos como teteras, papeleras con lámparas o juguetes con otros objetos decorativos. Con una técnica y puesta en escena depurada y heredera del minimalismo de artistas como Donald Judd o de la arquitecta y diseñadora francesa Charlotte Perriand, su puesta en escena es tan kitsch como pop, simulando objetos de diseño o esculturas de bienes de consumo que evocan lo popular. Alta y baja cultura se conjugan en una estrategia de representación paradójicamente similar y compartida, que también une sin distinción posible el arte y el diseño. ¿Qué diferencia habita entre la decoración y la basura? La hiperrealidad se asume como parodia, sin metáforas. Los objetos comunes son sublimados y nos recuerdan que en el capitalismo todo se puede cambiar por otra cosa. Porque todo puede brillar.
Es algo obvio si pensamos en cómo Andy Warhol proyecta el poder doméstico de las esponjas de metal Brillo. Sus famosas cajas. O si nos acercamos al trabajo de Jeff Koons, paradigma de lo kitsch y de una suerte de neo-pop que camina en los intersticios del buen y el mal gusto. Se trata de tornar banal lo excepcional o de tornar excepcional lo banal. Para Warhol la clave era conseguir identificar las imágenes capaces de proyectar un espíritu común y sacarlas a escena. Warhol señaló que cuando uno se sienta delante de la televisión y bebe Coca-Cola, sabe que el presidente bebe Coca-Cola y que Liz Taylor bebe Coca-Cola, consiguiendo así pensar que también él se puede permitir beber una Coca-Cola. De ahí que también sus Cajas Brillo proyecten la idea simbólica de un anhelado mundo limpio y brillante, como las estanterías de Haim Steinbach. Es el esplendor que el consumidor se encuentra en los supermercados, el mundo de la publicidad y la euforia consumista como auténtico placer mundano.
Pero no resulta fácil consensuar una definición para el estilo Pop. Por supuesto, las referencias a la vida urbana y a lo cotidiano, así como a todo lo que rodea al consumo de masas y la publicidad, son claves incuestionables desde el punto de vista estético. También resulta evidente que la labor de los artistas americanos como Warhol, Lichtenstein o Rosenquist, resulta hoy canónica a ojos de todo el mundo, independientemente de que seamos conscientes de que el nacimiento del arte pop se sitúa en la Inglaterra de los años cincuenta, con trabajos pioneros de artistas como Richard Hamilton. Entre los precursores, no son pocos los que consideran a Jasper Johns o Robert Rauschenberg, pero ¿por qué no mirar un poco más allá y considerar a diseñadores como Raymond Loewy como un posible precursor de toda esta deriva formal? Basta con pensar en sus trabajos para Coca-Cola, en sus coches o autobuses, o en sus trabajos gráficos para Lucky Strike en los años cuarenta, o incluso más tarde, ya en pleno apogeo del pop, para Exon o Shell, marca para la que rediseñará el logo en 1971. El pop se proyecta en máquinas de escribir como la célebre Valentine de Olivetti —diseñada por Ettore Sottsass y Perry King—, en los carteles de Giovanni Pintori, y ya a finales de siglo en los coloridos iMac diseñados por Jonathan Ive. También en los aspiradores Hoover diseñados por Henry Dreyfuss, el teléfono Ericofon diseñado por Hugo Blomberg, Ralph Lysell y Gösta Thames a mediados de los cincuenta, o muchos trabajos gráficos como las rompedoras portadas de Warhol para los discos de los Rolling Stones, o la famosa banana para The Velvet Underground. Por supuesto, el mítico Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles, obra de Peter Blake y Jann Haworth o el álbum blanco de los Beatles realizado por Richard Hamilton,son ejemplos significativos, como el cartel de Milton Glaser sobre Dylan o su célebre logo de amor a Nueva York. Porque en la vida, como en la creación, todo puede brillar.