«Calle Pellaires», le digo al taxista que me recoge en el aeropuerto.
«¿Donde Mariscal?», me responde.
En Barcelona lo conocen hasta los taxistas. Y eso que no es más que un diseñador. Y a los diseñadores, a excepción de Starck, que es, ante todo, un gran comunicador, la gente de a pie no los conoce. ¿Qué ha hecho Mariscal que tendrá cien años en el 2050, para ser tan famoso? Ha hecho multitud de cosas, en distintas disciplinas y sin mostrar ninguna preferencia. Y todas con ilusión y desenfado. Diseño gráfico, diseños para el hogar, pintura, animación, ilustración, escultura, interiorismo, urbanismo, paisajismo, horticultura… todo ha sido objeto de su actividad profesional y vital. «Le complace por igual mirar un cuadro de Klee que subir a una montaña rusa o conducir su scooter por una carretera de la costa. Cada imagen que aparece en su retina, cada experiencia cotidiana, es procesada sin prejuicios en su memoria» (Àngels Manzano, Mariscal. Ultimas cosas). Y puede ser que, además de por haber hecho tantas cosas, Mariscal sea conocido y amado porque representa el alma creativa española, esa mezcla de vitalismo, sentimentalismo, surrealismo y abstracción típica de los grandes maestros hispanos.
Resulta difícil hablar de diseño con Mariscal, lograr que se ciña a una pregunta. Es más, las preguntas en general le parecen estúpidas. Si alguien pregunta, es que no se ha enterado. Sus proyectos, por otra parte, hablan claro. Como un malabarista, va lanzando temas, mientras recorre su estudio y se detiene en un diseño, en un objeto, en un libro. Volando, como un insecto, de una idea a otra, Mariscal cuenta historias. Porque todo lo que hace tiene una historia. Una historia larga, llena de episodios. Y cada trazo, aunque parezca que nace del instinto, condensa una vivencia, es la simplificación de toda una complejidad existencial, describe un mundo de relaciones. Su don es la síntesis, una síntesis comprensible, perceptible se diría, al primer impacto. Y, por tanto, lúdica, dado que el juego, y esto lo saben bien los niños, es un sistema de aprendizaje a través de la experiencia. Habla del jazmín que ha plantado personalmente en el patio y que trepa por la fachada de la antigua curtiduría donde ha establecido su estudio. También tiene naranjos, limoneros y buganvillas.
Hay flores todo el año y un sinnúmero de insectos y pájaros. Y a él le complace enumerarlos, uno por uno. «Plantas, insectos y pájaros», dice, «como si se tratara de una isla destinada a demostrar que uno puede vivir en la naturaleza aunque se esté en una calle asfaltada de la urbe». Está orgulloso de su espacio. Un lugar humano, de artesanos y artistas, no desnaturalizado, donde cultiva un huerto con hierbas aromáticas. Un oasis feliz en el que trabaja junto a treinta colaboradores, que son una especie de familia ampliada, de manera directa y natural. Y donde nos recibe sin preámbulos. En la puerta no hay una placa de bronce al uso, sino una inscripción hecha con spray, como un graffitti, donde se lee «Estudio Mariscal. Guerra no. Todo lo que necesitas es amor».
En la puerta no hay una placa de bronce al uso, sino una inscripción hecha con spray, como un graffitti, donde se lee «Estudio Mariscal. Guerra no. Todo lo que necesitas es amor».Las mesas están atestadas, a rebosar, de diseños, de recortes, de pósters, de libros ilustrados. Están trabajando en el retrato de Felipe y su prometida, que se publicará en El País el día de la boda. Mariscal, Velázquez contemporáneo, es el retratista de la familia real y se afana por modernizar al príncipe, siempre ataviado formalmente. Se detiene junto a un libro para niños, Lula va al mar, y se entretiene comentando las ilustraciones, describiendo la naturaleza mediterránea que él ha representado. Enumera las plantas, los animales, los insectos. Nos parece oler el perfume de los pinos y el olor del mar que golpea los escollos de Formentera. Como un naturalista, con la minuciosidad de un botánico, representa cada detalle, aunque su diseño nunca es caligráfico, sino que abraza la naturaleza en su totalidad. El pino, trazado con unas pocas líneas, consigue representar el sentimiento de la naturaleza mediterránea, como si condensase todos sus colores, olores y humores. Comenta las ilustraciones como si leyese para sus mellizas, antes de dormir. Se repite, porque los niños quieren escuchar muchas veces la misma historia. Sus diseños, también aquellos para niños, no son extemporáneos sino muy elaborados.
Son el resultado de un largo y atento trabajo de observación: depurados e irónicos. Y la ironía es una cualidad de la madurez. Representan la vida en todas sus formas. Hay animales y plantas porque forman parte de la vida. «También nosotros, en ciertos momentos, podemos ser animales», explica. «Yo soy manso, pero también puedo ser un tigre. Dibujar animales – concluye – significa elegir la vida». Mariscal habla por imágenes. Y en imágenes es generoso. Es parco, sin embargo, en teorías. «No me parezco a esos diseñadores que siempre tienen una declaración preparada para cada diseño. No me gusta hablar de mi trabajo. Soy muy vago. Me gustan, sin embargo, los diseños ajenos, porque me parecen acabados, perfectos. Los míos casi los odio». Habla bien y con gran respeto de sus colegas y sus clientes, caso raro en un mundo que se mira a sí mismo, dominado por el narcisismo.
En el último piso de su gran estudio, distribuido en dos plantas diáfanas, hay una puerta que debe permanecer siempre cerrada. Es su archivo. Una gran habitación llena de cajas, rollos, telas, embalajes, etcétera, donde conserva todo lo que ha hecho en la vida, desde el taburete de Memphis a Cobi, la mascota de las Olimpiadas de Barcelona; las alfombras que ha diseñado para Nani Marquina; las butacas para Moroso o los peluches para Cha Cha; las sillas para Amat o Andreu World y algunas pinturas. Un inmenso almacén de recuerdos y de experiencias donde todo se puede tocar. Donde los proyectos se conservan o, mejor dicho, se amontonan, con una ligera capa de polvo, como huellas de un sentir, como momentos de historia personal, en lugar de estar catalogados y bien ordenados como documentos de una carrera profesional.
Mariscal representa siempre la vida y el amor que ésta le trae. En cada uno de sus trabajos hay, ante todo, un gran afecto y respeto por el tema del proyecto: si diseña la imagen corporativa del vino Espelt del Ampurdán, la región de Cadaqués, significa que le encanta el sabor de ese vino, que se entiende bien con sus bodegueros, que aprecia su trabajo. Significa que comparte sus motivaciones y aspiraciones, significa que se implica, desde el punto de vista afectivo, y que pretende acompañar a ese vino en su camino hacia un éxito que merece.
Hay que dejarlo hablar a su aire. De sus hijos, de sus parejas, de sus amigos y, tal vez, también de sus proyectos, para comprender el componente narrativo y emocional de su trabajo. Porque cada uno de éstos abre un horizonte. Calle 54, un club de Madrid donde ha realizado unos murales en los que se han escrito los nombres de los músicos, evoca las melodías del jazz. «Los nombras», comenta, «y acuden, en espíritu, a hacerte escuchar su música». El parque temático Felisia, que firman el Estudio Mariscal, Alfredo Arribas y Dani Freixes, ubicado en la Puglia junto a Taranto, proyecta la dimensión arcaica de una civilización mediterránea inventada, los Felisis, alegres holgazanes, siempre «tirados» bajo una palmera.
La sección didáctica para niños del Museo de la Ciencia de la Caixa, en el Tibidabo, es un viaje, algo surrealista, por las experiencias espaciales, temporales, acústicas y olfativas. Nada de artilugios técnicos: la maravilla es el propio espacio, pensado como una sucesión de flashes emocionales: el agua, el viento, los olores, los ruidos… que se experimentan de primera mano.
Y su diseño gráfico, sus historietas, sus animaciones, sus trabajos de imagen corporativa (el elenco de trabajos y reconocimientos es demasiado largo), proponen siempre un mensaje moral. Su bestiario fantástico está habitado por personajes éticos que invitan a fraternizar, a asumir comportamientos responsables, a cuidar la naturaleza. Son personajes con carácter, a veces irreverentes, que en seguida nos parecen amigos.
Gustan, incluso, a los adultos, que ven en ellos una estética que va más allá de la mera habilidad figurativa, desprendiendo una tensión intelectual y sensible. Julián, por ejemplo, el perro de peluche creado para Cha Cha, un fabricante de juguetes de Barcelona que se ha confiado al lápiz de Mariscal para renovar su gama de animales de trapo, ha tenido en Milán, en la refinada tienda de interiorismo de Driade, que no vende juguetes, un enorme éxito comercial. Los pósters para el Salón Náutico de Barcelona muestran el mar como un lugar que hay que respetar: un mar de gente que ama el mar y que lo quiere defender de la contaminación.
Los Papá Noel luminosos colocados en el Paseo de Gracia en las Navidades de 2003, con la media luna musulmana, eran una invitación a la tolerancia y al mestizaje cultural, al menos durante las fiestas.
Definir a Mariscal como ilustrador y diseñador gráfico, aunque su producción en este campo sea oceánica, sería restrictivo. Hay que recordarlo como escultor, pintor, diseñador de tejidos, tanto para el mundo de la moda como para la decoración; como decorador de revestimientos, interiorista y diseñador. Su experiencia con Memphis, a principios de los años ochenta, en Italia, le ha quedado pegada como una pesada etiqueta. No le gusta que le definan como «uno de Memphis». Le parece simplista, porque él ha diseñado mucho también para Akaba, Bidasoa, BD Ediciones, Santa & Cole, Moroso, Nani Marquina, Cha Cha, Pamesa, Worwek, Equipaje, Amat, Alessi, Sangestsu, Rosenthal, Swatch… Y no sólo muebles, sino también lámparas, peluches, maletas, alfombras, porcelanas, tejidos, relojes, sanitarios, etcétera.
Su reciente participación en la nueva colección de mueble infantil Me too, de Magis, le apasiona. Las mesas están llenas de fotos del stand, lleno de monstruitos bonachones y coloreados, instalado por la empresa veneciana en el Salón del Mueble de Milán (abril 2004). Sus sillas en forma de perro y de gato son ya un prototipo, y Mariscal ya está pensando en cocodrilos y en otros animales que puedan ser sillas y bancos.
Definir a Mariscal como ilustrador y diseñador gráfico, aunque su producción en este campo sea oceánica, sería restrictivo.Está trabajando en una silla de exteriores para Amat, una pieza para producción en serie de plástico inyectado, con un ligero motivo ornamental que la hace más agraciada: un calado que recuerda el mimbre trenzado. Y estudia una serie completa de sillas para Andreu World. Precisamente, a las sillas estuvo dedicada una de sus últimas exposiciones, en Bilbao, Mariscal. Últimas Cosas. Aunque el mundo esté lleno de sillas, aunque los fabricantes continúen vomitando sillas, Mariscal, al crear esculturas en hierro pintado –que resumen en un gesto alegre la identidad de algunas sillas arquetípicas– ha logrado hacer algo nuevo.
A través del signo ha conseguido extraer el concepto de las formas, revelando el alma dinámica de la silla, a menudo prisionera de un corsé que la mortifica. «Radiografías» poéticas de sillas, una especie de invitación a contemplar los objetos que nos rodean, más allá de su apariencia, incitando a atrapar su espíritu. Esculturas que se pueden considerar casi una incursión al origen del proyecto, que revelan su brillante capacidad de síntesis. Una síntesis que no se traduce en la clásica reducción minimalista, sino que rescata la redundancia formal con la fluidez del trazo.
«Si me preguntan qué es el diseño, no sé responder», afirma. «Creo que genera una mejora social, que contribuye a hacer más agradable el entorno cotidiano. He comprado un carrito de Kartell, diseñado por Antonio Citterio, y tengo la impresión de que las cenas con mi mujer son ahora más agradables. Es elegante, se mueve fácilmente, facilita el transporte de la comida… Por eso siempre miro 360 grados a mi alrededor», concluye, «y trato de sugerir formas irónicas y sonrientes, que hagan menos monótono lo cotidiano, que lo hagan más agradable, revelando otros aspectos escondidos e inesperados». «Me gustaría abrir los ojos de la gente, para que aprenda a descubrir, además de la función, la parte simbólica y poética de los objetos». Por eso ha creado sillas-escultura en hierro pintado, que no son sillas para sentarse pero siguen siendo sillas, porque representan el simulacro cultural de la silla en sí y desvelan el alma noble de la silla como objeto. Sus arabescos hacen sublime lo cotidiano y, al mismo tiempo, puesto que representan formas conocidas y no abstractas, convierten en cercano y accesible lo sublime.
En Italia compró todos los libros para niños de Bruno Munari, que está reeditando el refinado editor Corraini, de Mantua. Le considera un gran maestro: pertenecen a generaciones y a formaciones distintas, más conceptual Munari, más intuitivo Mariscal, pero tienen en común el candor y la capacidad de sorpresa ante las formas de la naturaleza. No es casualidad que ambos hayan diseñado animales. La monita articulada Zizi de Munari, que recibió el Compasso d’Oro en 1954, podría ser una antepasada del perro Julián. Uno y otro son capaces de atraer la atención de grandes y pequeños. Y no son sólo juguetes, son también símbolos de un modo de ver el mundo con unos ojos que no se dejan ganar por el desencanto.
Artículo publicado en Experimenta 49.