En este proyecto existe, en primer lugar, el intento de restablecer la continuidad entre el Arte y la Vida, para subrayar aquella voluntad de integración con la cotidianidad que representa la estrategia misma del arte contemporáneo. El Museo se abre al Parque en unos puntos que están estrechamente relacionados entre sí, como, por ejemplo, los ejes transversales de los recorridos internos, para escapar del fácil «enmarcado» en el exterior y ampliar el espectro de correspondencias con el espacio abierto. También este aspecto contribuye de manera decisiva a hacer de este Museo un edificio aparentemente insólito, que «no parece» un Museo y que podría ser (y podrá serlo, si fuera necesario) un monasterio.
«El arte está encerrado en los museos, (donde) todo debe estar separado. El arte está en desacuerdo con Dios y el país, pero los museos permiten la existencia del arte como Cultura, aislándola de Dios y del país, porque puede morder… De esta forma, los museos impiden que el arte tenga algún efecto sobre la sociedad. (…). Esta es una de las razones por las que existe una arquitectura especial para museos y salas de exposición» (Donald Judd, 1992).
Relación con el exterior de una sala expositiva.
A Eugenio Montale los monasterios de Batalha y Alcobaça le parecieron como «dos cetáceos varados en una costa extranjera», «monumentos fuera del tiempo». Estos monasterios (hoy reconvertidos en museos), como muchos otros que se construyeron después, representaban, en origen, un imponente contrapunto al exuberante paisaje portugués.
Por otra parte, el Museo de Serralves pertenece, antes aun que a la ciudad de Oporto, a un amplio parque que se articula siguiendo una precisa sucesión de espacios, arrancando desde una casa proto-racionalista construida en los años veinte. Así, las primeras críticas que la prensa sensacionalista iba preparando en los últimos meses contra la «baleia branca» (ballena blanca) que se estaba construyendo en el Parque de Serralves, podían interpretarse tranquilamente como una expresión de la alcanzada continuidad en la tradición de la gran arquitectura, no sólo conventual, portuguesa.
La función del detalle en la definición del espacio del Museo está íntimamente ligada a los principios mismos de la composición arquitectónica elegida. Visitando la Ville Savoie es posible observar cómo, con la introducción de un sistema compositivo basado en la continuidad de los espacios, los detalles pasan a cumplir un nuevo papel, reduciendo sus dimensiones para no entorpecer las sutiles correspondencias entre las partes invariables del razonamiento arquitectónico (escalinatas, puertas, ventanas…). Al no tener que contribuir a subrayar cada «fachada» estática, como aún ocurría en la obra de Auguste Perret, el detalle podía por fin establecer una elegante relación táctil con los visitantes, evidenciando así la inestable definición de cada parte en nombre de la importancia del conjunto, de la secuencia. El propio Siza escribió hace unos años que «la arquitectura es la perfección del detalle hasta la disolución del detalle».
Imagen de la sala expositiva del nivel inferior.
Detalle de la iluminación en la sala de exposiciones.
Los domingos por la mañana, cuando la entrada al museo es gratuita, familias enteras de portugueses, rostros serenos de gente modesta, se agolpan en el edificio: los niños se persiguen corriendo por las salas y las mamás empujan tranquilamente el cochecito de su bebé en un ambiente tranquilo y, por fin, distinto de un centro comercial
Vista de las salas de exposiciones