En su excelente estudio sobre la vida y la obra del veneciano Aldo Manuzio, un contemporáneo de Pico della Mirandola que supo compaginar la cultura humanística con la vocación de editor, el oficio de tipógrafo y la actividad mercantil del librero, Enric Satué rememora las características del arte de imprimir en los tiempos cercanos a Gutenberg: esto es, cuando una misma persona podía como intelectual concebir un plan de publicaciones y encargar los textos; como regidor de imprenta elegir el papel, los cuerpos, los tipos, el formato y el material de encuadernación de los libros; y como vendedor comercializar el producto final.
Es cierto que la división del trabajo social, las innovaciones técnicas y la ampliación de los mercados hacen simplemente inimaginable el regreso a la teoría y práctica de la edición de la época humanista; sin embargo, todavía cabe defender como idea reguladora una concepción unitaria del libro capaz de contrarrestar los efectos centrífugos de la creciente especialización de oficios que marchan por cauces paralelos y nunca convergentes sin otra preocupación que las ventas.
El resultado de la actual parcelación de la industria del libro es un fuerte desequilibrio a favor de sus aspectos puramente mercantiles, que lesionan de forma a veces irreparable sus contenidos creativos e intelectuales.
La aproximación de Daniel Gil al mundo editorial, tras sus exitosas experiencias en otros ámbitos de la creación plástica y del diseño, estuvo animada precisamente por ese viejo espíritu integrador que hoy parece extraviado.
Por una parte, las cuatro mil cubiertas que diseñó para los libros de Alianza desde 1965 hasta 1989 revolucionaron los escaparates españoles en aquellos años de vertiginoso cambio social y cultural; tanto la conservación en bibliotecas públicas y en librerías particulares de los centenares de volúmenes aparecidos en El Libro de Bolsillo, Alianza Universidad y otras colecciones como las muestras antológicas en salas de exposición y las reproducciones de sus cubiertas en revistas especializadas muestran esa parte claramente visible de su talento, testimonio de una obra individual difícilmente superable.
Pero tanto o más importante que su trabajo como portadista fue la labor de Daniel Gil como diseñador de prototipos, como arquitecto gráfico y como innovador en la utilización de materiales de impresión y encuadernación en España; nada escapaba a su interés y a su vigilancia: desde el formato volumen y el tamaño de la caja hasta los tipos y cuerpos del cuerpo principal del texto y de las notas, pasando por el gramaje y la calidad del papel del interior y de la cubierta.
La mejor prueba de la concepción integral que subyace a la obra gráfica de Daniel Gil es el inconfundible aire de familia, los imborrables rasgos de parentesco que ofrecen todos los productos editoriales, sean libros, catálogos, carteles o señala-libros, nacidos de su inventiva creadora durante los cinco lustros en que configuró la imagen de Alianza.
Esa voluntad unitaria del diseño, por lo demás, no se imponía caprichosamente, desde fuera y desde arriba, a los contenidos literarios, ensayísticos o científicos de las obras sino que trataba de crear íntimas relaciones de complicidad entre ambos niveles a fin de potenciar al máximo la difusión de los libros.
No era una tarea fácil ya que el carácter intergenérico e interdisciplinario del catálogo de Alianza, la variedad de colecciones y el elevado número de novedades (cercanas a las doscientas anuales) y reediciones con nueva cubierta obligaba a Daniel Gil a enfrentarse diariamente con títulos de narrativa, poesía, teatro, economía, ciencias sociales, historia, arte, música, matemáticas, lingüística, biología, física, astronomía y química (para no mencionar la gastronomía o el entretenimiento).
Sólo el excepcional talento de Daniel Gil pudo lograr la hazaña de que cada cubierta de Alianza al mismo tiempo individualizara cada libro, delimitase su área temática y remitiese al catálogo común: ese toque especial para construir la unidad a partir de la diversidad y para relacionar las partes y el todo constituye sin lugar a dudas su inimitable secreto.
Javier Pradera, licenciado en Derecho, fue director de Alianza Editorial entre 1967 y 1989. En la actualidad, codirige la revista «Claves de la Razón Práctica» y es columnista del periódico El País.
Artículo publicado en Experimenta 29 con el título 'El arquitecto gráfico'.