Isidro Ferrer es Premio Nacional de Diseño y, según la opinión de muchos, un poeta cuyo lenguaje son las imágenes. Dicen sus críticos –y él lo suscribe– que la poesía es el andamio de su producción. Carlos Grassa Toro habla en este artículo de la metáfora y el sentido común en la obra de Isidro Ferrer y nos explica cómo crea valiéndose de imágenes conocidas por todos, lo que constituye la base de la tradición oral. Esta es la historia de un diseñador gráfico, de un ilustrador, que era un cuentista.
Del mango de madera de un martillo nacen espinas de un rosal. Sobre la roja camisa masculina un hueso humano ocupa el lugar de la corbata. El filamento del bombillo no es otra cosa sino un termómetro de mercurio. Un tenedor tiene mango de pincel. Si lo prefieren, un pincel tiene púas de tenedor. Ya ven, son todas ellas imágenes de Isidro Ferrer. Acabo de decirlas, y ello porque pueden ser dichas. Este lenguaje, famoso por su doble articulación, me ha permitido presentarles algo de lo que hace y deshace este diseñador gráfico. Digo pues que digo, o que se dicen, o que son dichas. Aceptaremos, sin correr demasiados riesgos, que si pueden ser dichas una vez que son lo que son, es porque pudieron decirse antes de ser, en el momento de la construcción, de la imaginación, lo que nos permitirá formular un primer axioma. Axioma 1: Pueden construirse imágenes a partir de palabras.
Página interior del album de historietas, con guión de Grassa Toro, Exilios, editado por Ediciones SInsentido en España, 1999.
Una pinza de tender la ropa es una pareja de enamorados. Una cafetera italiana es un elefante. Una cinta métrica es el sinuoso cuerpo de una serpiente. Un naipe es el vestido de un rey. También éstas son imágenes de Isidro Ferrer. Se trata ni más ni menos de la entrada en escena de la ya antigua metáfora: A es B. Ahora bien, esta sustitución en la identidad no va a darse entre las cosas en sí (queda un largo trecho de humanidad para conseguir que una cafetera italiana sea un elefante); sino entre las imágenes de las cosas. De dónde el Axioma 2: Cualquier imagen de una cosa puede ser la imagen de otra cosa.
Se fundamenta sobre estos dos axiomas una buena parte de la obra de Isidro Ferrer, aquella que resulta más obvia, la que nos seduce en la primera mirada.
Quizás sea este trabajo sobre la metáfora y este estar la palabra, las palabras, en el origen de las imágenes, lo que mueve a periodistas, a críticos y al propio Isidro Ferrer a referirse una y otra vez a la poesía como andamio de su producción. Por otra parte, las reconocidas influencias del surrealista «objeto encontrado» y del autor español Joan Brossa perfilan la nomenclatura cuando adjetivan: poesía visual.
Cartel para la Feria de Teatro de Aragón, 1998 (izq.) Portada de la Revista de la Asociación de Ilustradores Profesionales La Ilustración, 1998 (dcha.)
Dejemos suspendida por el momento esta manera de entender las cosas y avancemos por camino paralelo.
Cuando nuestro primer axioma, pueden construirse imágenes a partir de palabras, tiene que materializarse, tiene que hacerse materia, está obligado forzosamente a precisarse a sí mismo: pueden construirse imágenes a partir de objetos u otras imágenes que podemos nombrar. Todo lo que podemos nombrar existe. Actuando así, Isidro Ferrer construye sobre la memoria, sobre el sentido común.
Porque esos materiales han andado en boca, o en manos, o en el ojo de mucha gente, la obra de Isidro Ferrer es popular. De igual manera que por ser suya (el índice señalador de la firma) es culta. Y más aún, empieza a ser tradicional en las copias variantes más o menos disfrazadas de originalidad de un número creciente de diseñadores.
Imagen realizada para los actos de celebración del centenario del cinesta Luis Buñuel, 2000 (izq.) Cartel para la obra teatral Walter Negro el asesino casual, 2001 (dcha.)
Construir sobre el sentido común, sobre lo conocido por todos, estrategia de las culturas orales, es determinante en la aceptación que gozará la obra en su exposición pública, obligado destino, no lo olvidemos, del trabajo de todo ilustrador o diseñador gráfico. Homero lo sabía y no hizo otra cosa al escribir La Iliada: utilizar frases hechas, dichos, proverbios, locuciones… Así se obraba antes de que apareciera la escritura. Por eso Platón no quiso poetas, aquellos poetas, en su República, porque el buen filósofo ansiaba lo nuevo.
Isidro Ferrer hubiera tenido la puerta abierta, pues si bien hace con lo que ya existe, y con lo que por su cotidianeidad abunda en nuestras vidas, la obra final es algo bien distinto, participa de esa creación que solicitaba Platón, aquello que todavía no tiene nombre. Y lo que nació de las palabras se escapa a ellas, el sentido común explota en mil posibilidades de sentido, está a punto de nacer la poesía.
Páginas del cuaderno-diario perteneciente a 1999-2000.
Desarmados, desprovistos de armadura frente a esas imágenes finales que nos propone Isidro Ferrer, corremos a hacerlas entrar en alguno de nuestros acolchados conceptos caseros y hablamos pronto de ingenio, de imaginación, de lo nuevo y de lo moderno. Hablamos porque, a pesar de la complacencia en la mirada, queremos ahuyentar de nosotros la inquietud por enfrentarnos ante lo inverosímil. Lo dijo Max Jacob: «se llama 'verosimilitud' a lo que es el cliché habitual de los mediocres. La verdad raramente es verosímil».
Hay un empeño en la obra de Isidro Ferrer por querer acercarse a la verdad. ¿O habrá que situar ese empeño en su vida? El ilustrador, el hoy diseñador gráfico, fue atleta en su primera juventud y actor de carretera en la segunda, ocupaciones antiguas en la historia de Occidente, por no decir clásicas. Queda del atleta la conciencia del cuerpo en movimiento como eje estructurador de las relaciones humanas; un lenguaje de gestos anterior al verbal, primitivo, muchas veces inconsciente, alejado del engaño.
Del teatro queda todo. Aquello que anunciaban carteles, plegables y los primeros libros ilustrados, vino a desvelarse en la iluminación de Juan Palomo, en Yo me lo guiso, yo me lo como y se consolidó con el trabajo de Exilios. ¿Qué fue? ¿Qué es? Pues ni más ni menos que el intento, rematado en éxito, por llevar a la página algunas de las esencias del teatro.
Así fue, así es como Isidro Ferrer construye personajes, que van ganando volumen conforme pasan los años; crea espacios, y en los espacios sus correspondientes escenografías; y, al fin, sopla sobre los personajes para que actúen, para que jueguen. Con todo, faltaría la primera condición del teatro, la de la respiración humana, la del latido de la sangre. Es cierto que no hay vida en un cartel ni la hay en la página de un libro; es tan cierto como que lo que va a diferenciar algunos procesos de creación de otros, es la reconocida presencia de ese latir, de ese respirar durante el solitario trayecto del artista. El soplo.
El teatro tampoco quiere ser verosímil; el teatro ha querido y quiere en sus restos hacerse con la verdad, o hacer la verdad. No es esta verdad de la que venimos hablando, la que se opone a la mentira. La mentira, nos lo recuerda Josep Torres Campanals es un acto de creación tan hermoso y necesario para el ser humano como lo es el de la afirmación de la verdad; si es que no son dos formas de la misma y sola cosa.
Páginas interiores del libro Crea tu circo para la editorial Imaginarium, 2001.
Sí, ¿por qué no? Atrevámonos a decir que toda la obra de Isidro Ferrer responde al, no siempre fácil, arte de la mentira. Y a decir que verdad y mentira nos salvan del devastador engaño. Este sí el contrario, el enemigo, el amo y señor de nuestras miserias. La obra ¿o será la vida? de Isidro Ferrer es una batalla contra el engaño. Desigual, las batallas contra el engaño son desiguales. Sucede así porque el engaño tiene a su disposición los abundantes arsenales de la ignorancia, la avaricia y la mala intención, dispuestos a ser utilizados a cualquier hora por nutridos ejércitos de contemporáneos.
Y por si fuera poco, le es dado al engaño el poder de presentarse ante nosotros con mil y una cara diferentes para así obligarnos al renovado esfuerzo de descubrirlo allá donde y cómo aparece; en ocasiones, incluso, admitámoslo, entre nuestros propios pliegues. Frente a semejante contrario (y no es el único, pues no olvidemos que la pereza, capaz de arruinar existencias, ronda desde lejos al creador con calculado interés), Isidro Ferrer acierta a dar respuesta en decidida actitud prehistórica: igual que nuestros antepasados, cubre las paredes con la repetida presencia de seres humanos, animales y algún vegetal. Convoca a los seres vivos con inocente intención mágica para que nos devuelvan vida. Agricultor, recolecta objetos, imágenes, palabras. Cazador, lanza el dardo a las, por únicas y esquivas, más preciadas piezas. Así se alimenta y nos alimenta. Esta es su invitación al banquete. Fiesta mayor. Antes, en el principio, están esos polvos con los que se llena los dedos de las manos y las manos y algo del alma para fabricar el azul. El color azul. Es aquí donde la interpretación deja de hacer pie y está obligada a detenerse y empezar camino de regreso a la orilla. Pues dice nuestro Axioma 3: azul es azul.
Portada del libro Crea tu circo para la editorial Imaginarium, 2001.
Permítanme decirles, en este camino de vuelta, que la obra de Isidro Ferrer no tiene que ver con lo nuevo ni con lo moderno (por no referirnos a lo actual, concepto sin sustancia donde los haya), y que no supone cambio alguno en la manera de entender y representar, mucho menos revolución; la obra de Isidro Ferrer intenta, a contracorriente de una época marcada por la frenética velocidad de las desapariciones, aferrarse a una memoria común de un tiempo donde el ser humano, los objetos que fabricaba, las palabras que pronunciaba y la red que se tejía entre unos y otras, tendían a la configuración de una forma amónica. Falta por saber si esa memoria puede serlo también de un tiempo futuro. A la dilucidación dedica Isidro Ferrer una obra que por ser algo, ha de ser honesta. ¿O será su vida?
Ilustración aparecida en la Agenda 2003 de la Sociedad General de Autores y Editores.
Publicado en Experimenta 43.