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Leonardo Sonnoli

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La obra del diseñador gráfico Leonardo Sonnoli (Trieste, 1962) rezuma valiosas dosis de conocimiento. Una reconocida trayectoria que además de referirse a sus raíces se desarrolla alrededor de criterios de cultura. «Cuantos más conocimientos tienes, más libre eres para generar ideas». Un autor que rehúye la ocasión de acuñar un estilo propio con sus carteles pero que acepta e incluso defiende el planteamiento minimalista de los mismos: «a menos elementos se logra una comunicación más rápida y directa».

 

Derechos y Deberes. Congreso nacional sobre los derechos y los deberes de las personas en las áreas metropolitanas, 1997.

Leonardo Sonnoli ha participado en numerosas bienales y trienales del póster celebradas por todo el planeta, tanto como concursante (obteniendo diversos premios) como en calidad de miembro de jurados. Los pósters, por lo tanto, tienen un espacio propio dentro de su obra, pero no tanto porque pueda apreciarse en ellos un corte más personal que en su actividad profesional ordinaria, sino porque los pósters forman realmente parte de esa actividad, así como de su base de proyecto.

Este aspecto, sin duda no exclusivo de Sonnoli, tiene, no obstante, su importancia a la hora de encontrar una posible clave de lectura central para toda su obra, esto es, la mesura. Por mesura entendemos ese cuidado por expresarse siempre con trazos absolutamente pertinentes, necesarios y suficientes, a fin de asegurar una verdadera comunicación, sin por ello negar una vibración dentro de los significados transmitidos; una capacidad de connotación que, sin caer en romanticismos fuera de lugar, podríamos definir como poética. Ese adjetivo, en efecto, pretende indicar una posibilidad de expresión polisémica, que aquí no perjudica el objetivo del mensaje.

Udine, 2005.

En primer lugar, la mesura nace precisamente del aparato formal desplegado por Sonnoli: un aparato sin duda entregado a la claridad, pero que no cae en la trampa ideológica de traducir ésta en orden, geometría, regularidad. El ojo no ve gracias a las leyes matemáticas que la geometría hace perceptibles —una hipótesis ya avalada en los años 20 por los textos de los psicólogos berlineses de la Gestalttheorie, y en cierto modo, quizá, traicionada por la línea funcionalista que va de la Bauhaus a la Escuela Suiza (y de la que excluimos conscientemente al constructivismo).

La claridad nace, más bien, de una evaluación específica de los elementos que componen la estructura gráfica de la «página» en un sentido más amplio. Por lo tanto, la concordancia entre la imagen y el texto es fundamental (una referencia: el Typophoto de László Moholy-Nagy). Sin embargo, la labor del diseñador es más compleja hoy, que en tiempos del maestro húngaro: el reto de encontrar el equilibrio (armónico o disarmónico, todo dependerá del mensaje) entre los dos elementos está siempre vigente. Tal vez, recurriendo a una metáfora, se trata de la relación entre comunicación e información que, en los años 60, proponía la Hochschule für Gestaltung de Ulm, y que los movimientos de arte cinético buscaban con sus derivaciones hacia el diseño gráfico. Un nombre entre todos, el italiano Franco Grignani, con sus experimentos visuales convertidos en manifiesto.

El trabajo de Sonnoli renueva con originalidad ese reto: el lettering, pilar de una obra gráfica, juega con mesura la carta de la evocación, es decir que no cae en excesos de expresividad, sino que se limita a sugerir las posibles vibraciones semánticas del sujeto al que se refiere. Y la imagen, por otra parte, reduce su potencial impacto visual, encontrando en la mesura la forma de sugerir, más que de declarar. Quien mira se queda estupefacto, al darse cuenta de cuánto hay que investigar aún en los vínculos entre estos dos aspectos. Pero es precisamente en el fino trabajo de articulación entre la imagen y el texto en donde, a menudo, encontramos el trazo que delata la maestría profesional.

Tradurre, tradire, condire, condurre. (Traducir, traicionar, conducir, procesar), 2003.

Pero hay algo más. Este enfoque permite evadirse de esa idea de estilo personal, que no es algo propio del diseñador, como profesional volcado en objetivos ajenos; y, por otra parte, subraya la existencia de un enfoque «metaestilístico», una especie de estilo de diseño, que se reconoce en el modo en que se resuelven los problemas en el ámbito visual. Finalmente, esta forma de entender la comunicación representa también una toma de postura ética, si la reconducimos al ámbito de la conciencia profesional, además de política, puesto que Leonardo Sonnoli es presidente de la AGI (Alliance Graphique Internationale) italiana, y uno de los escasos diseñadores de ese país que son muy conocidos en el mundo.

Una toma de postura en contra de aquella contaminación visual hecha de colores ‘gritados’, de iconografías redundantes, de rasgos de estilo robados, que invariablemente forman parte de nuestra «civilización de la imagen». Pero quizás el término «en contra de» es excesivo, porque, una vez más, Sonnoli nos enseña la mesura; no una actitud forzada de radicalismo, sino una búsqueda de soluciones inteligentes. Es decir, una actitud planteada desde el proyecto.

Omnia Mutantur, 1998.

Artículo publicado en Experimenta 55.

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