El diseñador gráfico Marcos Larghero nació en Montevideo, Uruguay, en 1942. Con una larga trayectoria, comenzó a diseñar en los años de 1960, cuando el tiempo era más largo y el mundo parecía más lejano. El lápiz era una herramienta reconocida y el ratón, todavía, un animalito.
Desde 1965 se desempeñó también como creativo publicitario, director de arte, ilustrador, ceramista, fotógrafo y como diseñador de objetos y mobiliario. Ganador de varios premios, jurado de muchos concursos, asesor de empresas en las áreas de identidad y comunicación visual.
Marcos es cofundador del Acuerdo de Diseñadores Gráficos, en 1979, y socio fundador y directivo de ADG Uruguay en 1990, además de fundador integrante del equipo del estudio Barra Diseño. Desde 1996 y hasta 2017, fue docente y catedrático del área de Diseño Corporativo en la Universidad ORT, Uruguay.
Participó en varias exposiciones colectivas en el país, en la primera Bienal del Diseño de Madrid y en la muestra personal Disueños, en la Sala Sáez, Montevideo. En 2002 recibe el Premio Morosoli de Plata por su trayectoria como diseñador.
Retirado de la actividad pública, el lápiz y el ratón no le sueltan la mano, por lo tanto, continúa diseñando, pintando, fotografiando, porque sí y para sí, porque le gusta y lo necesita.
Agradecimientos a mi amigo Gustavo Maca Wojciechowski por hacer de puente con el maestro.
¿Cómo fueron tus primeros pasos en la carrera del diseño en tu país? En otras palabras, ¿cuál fue la percepción de este trabajo en ese momento?Inicio lento, complejo, y en general incomprendido.
Hablamos de las décadas del 60 y 70, cuando era difícil acceder a publicaciones de otros países y culturas. Estar informado de la diversidad fue fundamental. El panorama nacional en cuanto a diseño gráfico y calidad visual era pobre, salvo algunas heroicas excepciones. En nuestra generación existió una importante mirada crítica hacia la realidad nacional y una fuerte voluntad de innovar y mejorarla.
Hubo que luchar para que se valorara, se comprendiera y se considerara necesario.
Hoy no es muy diferente. Todavía para muchos, el diseño bien entendido se sigue percibiendo como un gasto y no como una inversión importante y necesaria.
¿Se reconoció la importancia de este trabajo?
Si bien no fue sencillo, poco a poco se fue reconociendo nuestra tarea, un trabajo llevó a otro y afortunadamente nunca necesité buscar clientes.
En las áreas de la cultura existía una receptividad mayor hacia el empleo del diseño, no así en campos industriales y comerciales, donde resultaba difícil la aceptación del recurso, aunque se necesitara.
Por eso, la publicidad fue una puerta de entrada al ámbito empresarial. Hubo que explicar que no éramos dibujantes mercenarios al servicio del cliente, que no hacíamos “dibujitos” lindos, que en nuestro trabajo había mucho “pienso”, estudio y resultados: diseño.
¿Cómo era el entorno cultural del país en ese momento?
Diseño era un término prácticamente desconocido. No existían escuelas o universidades donde formarse como diseñador. Situación que continuó hasta 1996.
La carencia de materiales, papeles, tipografías, tintas, era una constante que se sumaba a la renuencia a invertir en diseño. Había que arreglarse con lo disponible que era en general paupérrimo.
Una impresión a tres tintas directas era una fiesta para cualquier diseñador.
Por entonces, todo el trabajo de diseño se realizaba manualmente. ¿Crees que con la llegada de los ordenadores has perdido algo, o crees que la esencia del diseño sigue siendo la misma, sin importar las herramientas?
Y luego llegaron rotring, letraset, pantone, fotocomposición y nos sentimos en el primer mundo. Y más tarde, herramientas de “adobe” que hubo que aprender a usar para no “embarrarse”. Me hice amigo de un “ilustrador” que se sumó a mis manos para ayudarme en los procesos. Se nos movió el piso, la confianza y el reloj.
Hubo que aprender a caminar otra vez y a acompañarse con un ratón que tenía la cola conectada a una manzana. Pero la esencia no cambió, siguió siendo la misma.
Se sumaron herramientas que facilitan el hacer, pero dificultan la maduración de los procesos.
¿Crees que tu trabajo podría haber sido diferente si hubieras tenido acceso a todas las herramientas tecnológicas que tenemos hoy? ¿O no cambiaría en absoluto?
En mi caso, sin abandonar las herramientas manuales integré la computadora y, en particular, una herramienta vectorial que sumó positivamente a los resultados. Disfruto sus virtudes, pero no sustituye al modesto lápiz, ni la gestualidad espontánea de una mano con pluma o pincel, se complementan.
Mirándolo ahora, si pudieras, ¿hay algún trabajo propio que hubieras cambiado o hecho de otra manera?
Creo que no. La austeridad de medios y recursos fue paradojalmente una ventaja como estímulo creativo. La excesiva abundancia de recursos actuales, a veces ahoga.
No los cambiaría. Algunos los olvidaría. No siempre todo puede ser perfecto.
En mi juventud tuve una necesidad vital de consumir revistas internacionales y publicaciones de diseño, como Graphis, Idea, Novum y otras, ya que en mi país (Brasil) no teníamos nada local. ¿Cómo ha sido esto en su caso particular?
Muy similar. No existían escuelas de diseño. Había que autoformarse, nutrirse de materiales diversos a los que se pudiera acceder.
Graphis, Gebrauchsgrafik (despues Novum, cerrada en 2021), Idea, Domus, Polonia y tantas otras fueron las cátedras de la universidad que no existió. Su rector: Walter Herdeg (editor de Graphis).
Todas publicaciones costosas, de llegada muy irregular. Esperadas con expectativa y atesoradas todavía hoy.
El término «diseño», aplicado a todo y a todos, incluidos los nuevos edificios residenciales, ¿es una trivialización de esta profesión?
Si bien continúa generándose buen diseño en múltiples áreas, sigue siendo hoy un “algo” que todos mencionan sin saber muy bien de qué se trata. Todos le adjudican un significado diferente. Una etiqueta rendidora para la insaciable maquinaria del marketing, que impone tendencias y cambios constantes. Por eso hay más “diseñadores” y horrores que se validan como diseño, que es, lo que escasea.
Hoy me parece que hay un total desinterés de los jóvenes por la información, el conocimiento, etc. Milton Glaser decía que los estadounidenses desconocen todo lo que sucedió hace más de 5 años. Es un hecho que estamos viviendo un desastre cultural, no solo por lo que se ofrece sino también por la indiferencia de una parte de los jóvenes ¿Cómo lo ves en comparación con otras épocas?
Estamos muy ocupados en lo que vendrá, el hoy es inasible y no hay tiempo para el ayer. La tecnología nos aporta comodidad, inmediatez y nos priva de errores aprovechables. Nubla la imaginación y frena la curiosidad. Sin una vivencia previa de procesos manuales anteriores es difícil que combinen la pantalla con la mesa y el mouse o el trackpad con el lápiz. La pantalla es absorbente, adictiva, inamovible y virtual.
La mesa era diversa, caótica, cambiante y real. Allí convivían papeles, colores, herramientas, olores, sonidos y texturas. Había tiempo para contemplar el detalle y comparar. Y también la interacción presencial con quienes realizaban otras etapas de la concreción de cada trabajo. Escuchábamos a los que más sabían, a veces discutíamos y algo siempre aprendíamos.
La mesa sigue existiendo, diferente, y creo firmemente en el “buen ojo” de muchos jóvenes, diferente.
La pregunta clásica: si tienes algún consejo que dar a la nueva generación de diseñadores, ¿cuál sería? ¿Y por qué?
Usen las manos, no sólo los dedos. Modelen, corten, pinten, dibujen, peguen, doblen, ensúciense. Aporta. Las herramientas de hoy complementan las de ayer, todas son válidas y todas enriquecen. Adquieran más cultura, eduquen el ojo, potencien la imaginación, sensibilicen la percepción y entrenen la mano. Practiquen un diseño honesto, ético y estético. Sean autocríticos. Diversifíquense y olvídense del protagonismo.
Disfruten su tarea y practíquenla con buen humor.