Una fina mezcla de astucia, talento y un buen sorbo de un vodka impronunciable
Redkroft, el estudio polaco dirigido por Lukasz Slotwinski, firma un proyecto gráfico inspirador en el que, echando mano de la inagotable fuente de la sabiduría popular, sumado a un exquisito buen gusto y una profesionalidad intachable, ha conseguido aportar valor real a una incipiente marca de vodka artesanal con sede en Varsovia. Vamos a ello.
Al tratarse de un cliente 100% outsider, una pareja de emprendedores sin relación alguna con la producción o venta de bebidas espirituosas, el equipo a cargo de la cuenta formado por Maciej Bączkowski, Agata Sędzikowska y Masza Zabrocka, decidió transformar esa supuesta debilidad en el punto de partida de una identidad tan atractiva como atrevida. Efectivamente, siguiendo las directrices de la máxima no escrita de que «el vodka es bueno si a duras penas puedes pronunciar su nombre», se decidió bautizarlo como: Tvigwychsin. Aunque podría parecer aleatorio, este impronunciable naming es un acrónimo de este singular lema en inglés: «The Vodka Is Good When You Can Hardly Say Its Name». Al respecto Slotwinski comenta: «Dado que el producto no tenía historia local ni familiar, le dimos un carácter completamente diferente, centrándonos en la sustancia misma y en su efecto en el consumidor».
Por supuesto la propuesta de la gente de Redkroft no acaba allí. Sobre un envase austero, cilíndrico y transparente, un etiquetado cuidadosamente mal colocado consigue vender el producto y sus bondades por derecho y por redes. Y si bien la paleta brilla por su ausencia, el omnipresente negro sobre blanco solo se ve interrumpido por fugaces detalles en amarillo flúor. Arriesgado pero efectivo.
«El diseño en su forma simplificada promete un sabor claro e intenso con acentos cítricos. La marca y el empaque son como el vodka en su interior, ligeramente punzantes y sin dejar a nadie indiferente».