Un humor muy serio
Siempre que un acontecimiento conmueve al mundo, lo primero que un lector de la revista The New Yorker desea es poder ver la portada y las viñetas de su revista: un recorrido visual, envuelto en sofisticado humor, que le devuelve una visión satírica de la realidad con la cual poder identificarse. La revista empezó a publicarse el 21 de febrero de 1925 y, en muy poco tiempo, se convirtió en una de las publicaciones de referencia de los intelectuales de la Gran Manzana. En los años 30, bajo el liderazgo del periodista Harold Ross, su editor y fundador, The New Yorker comenzó a revolucionar el mundo de las viñetas, que fueron incorporadas a la estructura de la revista y tratadas con la misma seriedad que los artículos de investigación, los reportajes y los ensayos. En este artículo repasamos algunos de los más icónicos dibujantes de viñetas de la revista, quienes ayudaron a transformar el humor gráfico en un arte de culto.
Peter Arno, en busca de un estilo para The New Yorker
Con apenas cuatro meses, The New Yorker sufrió su primera crisis. Su estilo y sensibilidad eran aún caminos a definir. Fue entonces que los dibujos de Arno hicieron su aparición y con ellos, sus protagonistas estrellas: las hermanas Whoops, dos ancianas pícaras que llegaron a la revista casi por accidente. Y, aunque con algunas reservas, el editor finalmente decidió introducirlas en abril de 1926. Pansy Smiff y Abagail Flusser eran traviesas e inquietas ancianas, a través de las cuales Arno logró invertir el cliché: “dulce”-“anciana”, para hablar de uno de sus temas favoritos: el sexo, de un modo inofensivo. Entre 1926 y 1927, apareciendo 63 veces en la revista y su popularidad generó una tira cómica y una serie de radio diaria de quince minutos. Si bien la picaresca nunca fue una característica de The New Yorker, en cambio, significó un efectivo plan anti-crisis durante sus primeros año.
William Steig, el humor en los tiempos de crisis
Popularmente conocido por ser el creador de Shrek, Steig fue el responsable de las principales viñetas neoyorquinas de la época de la Gran depresión. El primer dibujo que Steig logró venderle a The New Yorker en 1930 mostraba a un convicto que le decía a otro: «Mi hijo es incorregible, no puedo hacer nada con él». Fue el primero de 1.600 dibujos y 117 portadas que el artista realizaría para la revista durante un período de 70 años. Sus principales éxitos fueron la serie Small Fry y Dreams of Glory, que retrataban a los niños como sagaces observadores sociales y superhéroes. La alegría en las viñetas era más importante que las bromas. Esos dibujos, basados en las hazañas de los niños y muchas veces inspirados en sus propios años escolares en el Bronx, llevaron incluso a un fabricante de ropa infantil a producir diferentes modelos con sus estampas.
Charles Addams (Chaz Addams), lo macabro e hilarante
Su primera viñeta apareció en The New Yorker cuando tenía apenas 21 años y muy pronto su humor macabro e ingenioso se convirtió en uno de los pilares de la revista. Charles hizo del horror algo divertido, algo perturbador pero al mismo tiempo aceptable y hasta amistoso. Algunos de sus personajes más recurrentes se transformaron luego en los protagonistas de la serie televisiva La familia Addams. Tal como señalara el antiguo editor de The New Yorker: “Las mismas cualidades que hicieron de Charlie el hombre más amistoso de todos informaron también su trabajo y tradujeron lo que es ordinariamente bastante espantoso en algo casi acogedor”. No fue hasta que el humor de Addams llegó a la revista, que el estilo de The New Yorker estuvo completo.
Mr. Price (George Price), el humor cotidiano
Junto a William Steig y Charles Addams, George Price perteneció a una nueva generación de dibujantes que participó de la transición de la anécdota ilustrada tradicional (la forma estándar ‘él-dijo-ella-dijo’) a los dibujos con una sola línea (one-liner). Las viñetas de Price fueron tan distintiva por su línea abstracta y dibujo geométrico como por sus curiosos personajes que eran la antítesis de los sofisticados protagonistas de las ilustraciones de Arno. Algunas de las caricaturas más memorables de Mr. Price son crónicas que reflejan las peleas domésticas.
Saul Steinberg, la mirada desde la 9ª avenida
La primera contribución de Saul Steinberg a la revista llegó en el año 1941 y, desde entonces, colaboró periódicamente hasta su muerte en 1999. Sus viñetas de humor refinado y sencillo, a menudo transmitían también una increíble fascinación por la línea. El viñetista, que se describía a sí mismo como «un escritor que dibuja», lograba con mínimos movimientos del lápiz transmitir pensamientos profundos, sorprendentes y divertidos. La línea también fue el nombre de uno de sus más populares trabajos en 1954: una sola línea que abarcaba diez metros y veintinueve paneles que se desplegaban como un acordeón y entorno a la cual, Steinberg dio vida a multitud de situaciones. Una versión reducida de este trabajo también apareció en The New Yorker al año siguiente.
El multifacético Peter Steiner
Doctor en Literatura Alemana, profesor universitario, escritor, pintor y uno de los más reconocidos viñetistas de la revista, Peter Steiner, ha publicado sus trabajos en The New Yorker desde 1979. Captar las tendencias antes de que se convirtiesen en fenómenos populares ha sido uno de sus talentos más característicos y bajo su autoría se encuentra una de las viñetas más reproducidas, publicada en el año 1993: en ella se observa a dos perros frente a un ordenador y uno de ellos le dice al otro “En Internet nadie sabe que eres un perro”.
Robert Mankoff, detrás de las viñetas
Bob Mankoff ha contribuido con dibujos desde 1977 y, en 1997 se convirtió en el editor de las viñetas de la revista, encargado de evaluar entorno a 1500 trabajos por semana. Su viñeta más popular enseña a un empresario en su oficina, observando su agenda y diciendo al teléfono: “El jueves no. ¿Qué tal nunca? ¿Nunca estaría bien para ud.?”. Con una sensibilidad culta y absurda a la vez y un estilo puntillista, Mankoff ha dado vida a algunas de las más divertidas e icónicas viñetas de la revista. Sin embargo, recientemente el dibujante ha decidido dar un paso al costado y su lugar fue cedido a la joven Emma Allen, quien a partir de ahora enfrentará la responsabilidad y el desafío de intentar mantener vivo ese tradicional humor que ha caracterizado a The New Yorker desde sus comienzos.